BOCETO PARA LA HISTORIA DE LA IE QUEBEC DE DUITAMA

La Institución Educativa Quebrada de Becerras de Duitama, se ubica en la vereda Quebrada de Becerras en el kilómetro 3 en la carretera que comunica a Boyacá con Charalá (Santander); limita con los barrios Cerro Pino y las Delicias, y con las veredas de La Trinidad, San Lorenzo y Santana.  El siguiente borrador recoge algunos testimonios de habitantes de la vereda para sentar las bases de un ejercicio historiográfico que permita escribir la historia del colegio. Agradecemos a las personas que han colaborado para comenzar a escribir las páginas de esa historia e invitamos a los lectores a que si conocen anécdotas o que si poseen en sus archivos fotografías o elementos que brinden indicios para profundizar más en la historia nos escriban al correo mnemosinequebec@gmail.com.

 

BOCETO PARA LA HISTORIA DE LA IE QUEBEC

DE DUITAMA 


Por Miyer Pineda


Fotografías compartidas por la Doctora 
Consuelo Mateus y su esposo Silvino Becerra

“Premio concedido por la Directora al alumno Silvino Becerra por su conducta ejemplar y notoria aplicación en todas las materias.

 

Escuela Quebrada de Becerras

Noviembre 21 de 1929.

Rafaela Lasprilla B.

 

La caligrafía de la profesora Rafaela es exquisita; alguien diría que es un ejemplo de letra bastardilla, itálica o cursiva, o letra pegada, diría algún niño del salón, mientras afuera se escucha el viento tiñéndose del verde de la vegetación y aromándose con los cultivos y frutales. Incluso, si uno se concentra lo suficiente, más allá de la sabia conversación de los animales, se alcanza a escuchar el rumor del río en el cauce invisible que desciende la montaña desde el páramo en Santana.  En aquel entonces, cuentan habitantes de la vereda Quebrada de Becerras, la escuela tenía un cuarto para que la profesora viviera en ella, y una cocina y un baño. Sin embargo, los que hemos recorrido estas planicies, sabemos que es probable recorrer la distancia desde la ciudad en algo más de una hora, aproximadamente, a buen paso; esto quiere decir que la profesora Rafaela, si no vivía en la escuela, pudo haber caminado diariamente más de dos horas para ir y volver de la ciudad a su sitio de trabajo, y viceversa; seguramente llevaba el almuerzo y lo calentaba, o tomaba la alimentación en alguna casa vecina, o podía prepararlo en el recinto; lo cierto es que si caminaba, su estado físico debió ser el mejor, lo mismo que el de las profesoras que caminaban hasta la escuela de Santana, kilómetros arriba.


Hacia 1915 a Duitama se le conocía como Tundama

                   

Esto sucedía hacia finales de 1929; lo sabemos porque uno de los hijos de uno de los estudiantes de la Escuela –don Silvino Becerra-, conservó un obsequio firmado por la maestra Rafaela, y que está fechado el 21 de noviembre de 1929 (ver fotografía). El hijo, también llamado Silvino Becerra, junto con su esposa, la doctora Consuelo Mateus de Becerra, han restaurado ese librito obsequiado por la maestra Rafaela, y que el niño Silvino ganó por ser un estudiante destacado. Ese presente es uno de los documentos que resguarda la memoria de la Institución Educativa Quebrada de Becerras (IE QUEBEC) en su primera etapa, cuando funcionaba en lo que ahora se conoce como la Escuela Vieja.


La Escuela Vieja. Fotografía tomada por Miyer Pineda en el 2016


Muchos abuelos de la vereda también alcanzaron a estudiar en esta escuela. Mencionan a la maestra Guillermina Mojica como la profesora que enseñó a los padres de los ahora abuelos; dicen que era un “tesoro” como persona. Y luego los hijos de los abuelos, que ya son abuelos también, hablan de otra profesora mientras el tiempo pasa y las costumbres poco a poco se van transformando, dejando los relatos en algunos recuerdos como la memoria viva en la que se sostiene el presente. Allí aprendieron a leer y a escribir, mientras sus padres cuidaban animales, cultivaban y hacían canastos. En la escuelita se estudiaba, por lo general, hasta el grado tercero o cuarto de primaria; aunque otros alcanzaron a terminar el quinto grado. Algunos relatos dicen que el suelo de la escuelita era la tierra, tal como sucedió en la sede que se construiría décadas después en donde hoy en día está la rectoría, al lado de la capilla y del salón comunal.

La Escuela Vieja. Fotografía del Archivo personal de Rosita Vivas.


 
Tres décadas después, hacía 1960, en la Escuela Vieja, la profesora se llama Isabel, y cuentan quienes fueron algunos de sus alumnos, que era una persona muy especial y muy bella maestra; dicen que ella caminaba diariamente, desde el barrio Boyacá, donde tenía su casa, hasta la vereda. Se puede señalar casi con certeza, que Isabel fue la última maestra de la Escuela Vieja, que como vemos, ya funcionaba desde antes de 1929.

Fotografía de la Escuela Vieja. Fotografía del Archivo personal de Rosita Vivas


La Escuela Vieja tenía un salón enorme y en ella se daba hasta Quinto de primaria. Los niños, los adolescentes y los adultos que estudiaban, se distribuían según el curso, en grupos en todo el salón, y es probable que todos escribieran en sus cuadernos con tinta y pluma; eso cuentan quienes estudiaron desde finales de los años 50 hasta mediados de 1963, cuando deciden trasladar la Escuela a la nueva sede, el sitio en la que se encuentra hasta el día de hoy.

La Escuela Vieja. Fotografía del Archivo personal de Rosita Vivas


Se estudiaba desde las 7:30 am hasta las 4:30 pm. A las 12:30 pm se daba una hora para el almuerzo y se retomaba a la 1:30 pm. Al finalizar la jornada, los niños y la profe Isabelita, atravesaban los lotes en diagonal (era costumbre que los lotes dieran estos pasos a manera de atajos y de servidumbres que permitían reducir el tiempo de los recorridos -eso lo cuenta don Anselmo Segura-), y se iban para sus casas; algunos de ellos a continuar o concluir las labores del campo, arrear animales, ayudar en los trabajos del hogar, hacer mandados, etc., mientras la profesora estaría llegando a su casa sobre las 5:20 pm.

La Escuela Vieja. Fotografía del Archivo personal de Rosita Vivas

           

Desde el sector llamado El Blanco o desde el sector llamado La Estación, Isabelita podría ver, seguramente, la ciudad, a manera de mirador; esa Tundama como se la llamaba al municipio hasta comienzos del siglo XX, ya convertida en Duitama; no tan enorme como ahora, que los barrios comienzan a expandirse poco a poco siguiendo el camino de ascenso hacia la vereda. Abajo, en lo que ahora es el barrio Las Delicias, podía observar los manantiales o pozos de agua donde la gente lavaba ropa y los niños jugaban; estos terrenos se secaron para levantar y ampliar los barrios de la zona.

Se sabe que la profesora Isabelita hizo ese mismo recorrido durante muchos años mientras otras profesoras subían de la misma manera hasta Santana. Una vez en la escuela, los niños formaban en el patio que quedaba al frente del salón. Muchos de los estudiantes, ya adolescentes y adultos, tenían que madrugar para adelantar las labores del campo, ordeñar, arrear animales, alimentarlos, dejarles agua, etc., antes de irse a estudiar. Algunos llegaban descalzos, o con alpargatas, otros afortunados con zapatos.

En algún momento de la historia, se les exigirá a los niños la compra de uniformes. Doña Natividad Segura Camargo, cuenta que las niñas tenían una jardinera a cuadros en rojo de una tela que llamaban escoces, mientras que los hombres tenían un pantalón azul oscuro, una camisa blanca y un buzo rojo. El uniforme ha cambiado a lo largo de los años como se aprecia en las fotografías.


    
Fotografía compartida por doña Consuelo Reyes

              

Fotografía del archivo de Valentina Álvarez Becerra


Fotografía del Archivo personal de Rosita Vivas

                   

Fotografía tomada por Miyer Pineda en la Escuela de Santana en el 2019

                

Lo que queda claro al hilar los relatos que comienzan a recopilarse hasta el momento, es que es muy probable que la IE QUEBEC, que comenzó a funcionar en la Escuela Vieja, exista desde antes de 1929; de hecho, si miramos con atención la fecha de edición del libro que la maestra Rafaela le obsequia al niño Silvino, podría considerarse que desde1922, una profesora adquiría textos para reconocer el esfuerzo de sus estudiantes. Si esto es así, el próximo año (2022), la Institución Educativa Quebrada de Becerras (IE Quebec), estaría cumpliendo al menos un siglo de existencia, aunque podrían ser más.

Indagar con la comunidad sobre el pasado del colegio que lleva su nombre, es sumergirse en la historia de una de las partes del municipio de Tundama, y desde allí, vislumbrar la educación como uno de los vasos comunicantes que han tejido lo que somos como sociedad, y dimensionar la noción de ciudadanía que le es implícita a la auto denominación de “ciudad cívica del departamento”.  

Documentos compartidos por doña Consuelo Reyes

                          

Hacia 1929, Tundama giraba alrededor de la catedral y de la plaza central que también hacía las veces de plaza de mercado. Es fácil imaginar un pueblo detenido en el tiempo en su paso hacia la ciudad señorial que era Santa Rosa de Viterbo. Imaginar el río Surba, los ríos y quebradas que descendían desde el páramo de Santana, kilómetros arriba, o algunos de los que atravesaban la zona urbana, provenientes de las veredas en las que están otros colegios como la Pradera, o lo que hoy se conoce como La Gruta. Imaginar los molinos de la ciudad y los alrededores con plantaciones de cebada y de trigo y de frutas. Es posible imaginar el descenso del río Chiticuy, a las orillas de la vía que construyó Rafael Reyes desde Tunja hasta su pueblo natal, recogiendo los cauces de los páramos de la zona rural de Santa Rosa, y que al llegar a Tundama, se desviará en busca del río Chicamocha.

De la historia de casi un siglo de la IE QUEBEC, hacen parte también la escuela de Santana, y kilómetros más arriba, la sede de la Quinta, a lo largo de la vía que lleva hacia Santander.


Escuela La Quinta Vía Charalá. Fotografía tomada por Miyer Pineda

Escuela La Quinta Vía Charalá. Fotografía tomada por Miyer Pineda


Escuela de Santana. Fotografía del Archivo personal de TA Rosita Vivas


La sede de Santana se le retiró a Quebec en el 2020, y es uno de esos eventos que ponen a pensar sobre el sospechoso abandono al que tienen condenada a esta institución rural. La Quinta está sin niños hace años y los viajeros que se detienen allí, ven los salones, los baños, el salón comunal, una cancha, y un paisaje frío y verde muy parecido a la felicidad. Los niños del sector ya no están y los que van naciendo, son recogidos por la ruta escolar y llevados hasta el colegio Francisco Medrano.

En Santa Rosa de Viterbo, quizás también haya que ir a buscar algún documento que permita a los actuales funcionarios de la ciudad, rescatar el lote en el que se ubicaba la Escuela Vieja y que según cuentan en la vereda, fue donado por don Epifanio Becerra, y ponerlo al servicio nuevamente, de algún proyecto pedagógico productivo en convenio con el SENA. Hasta el 2016, era posible caminar con los estudiantes, desde la sede central hasta la Escuela Vieja. El rector de entonces no le ponía peros a estas actividades, y la presencia de estudiantes quizás hacía pensar a los vecinos de la edificación abandonada, que la comunidad educativa seguía tomando posesión de esa raíz de la memoria de QUEBEC.

Sin embargo, dos o tres años después, ya está completamente cercado el paso, hay perros y cultivos, y se normaliza en el discurso decir que los terrenos tienen dueño. Esto provoca que surja al menos el siguiente interrogante ¿Por qué si es evidente que la edificación que estaba allí, y que se conoce como la Escuela Vieja, funcionó por más de 50 años como escuela, y se utilizaba por algunos docentes para realizar prácticas ecológicas, ahora aparece como propiedad privada? Y en esta situación ¿Quiénes son los encargados de la defensa de lo público? ¿Hay alguien que pueda dar respuestas satisfactorias al respecto?

  Para llegar hasta allí, desde la sede central, había que caminar unos tres kilómetros, y sortear la famosa quebrada que dio el nombre a la vereda y al colegio; en ese entonces, el agua bajaba como milagro torrencial; ahora, solo cuando llueve fuertemente, el agua permite comprender lo que los niños de hace décadas, tenían que atravesar, llegando a poner en riesgo su vida, sobre todo en época de lluvias.

Dicen algunos habitantes que esta fue una de las razones para que los señores, don Roberto Camargo, don Carlos Reyes y doña Herminia Camargo (o Pinto?), se decidieran a donar los terrenos sobre los que se edificaría la Escuela Nueva, la capilla, el salón comunal, y demás salones. Esto debió suceder a finales de la década de 1950 porque hacia 1963 o 1964, algunos exalumnos de la Escuela Vieja, recuerdan que ayudaron con el trasteo del salón, y tuvieron que caminar esos kilómetros cargando todos los elementos a la nueva sede. Hubo convites para levantar las construcciones. Se menciona a don Eliodoro Becerra como uno de los personajes destacados en los convites, y a don Carlos Julio Becerra como líder comunal. Fue la época de adecuación de vías, caminos, construcciones y acueducto veredal. Se organizaron bazares, rifas y brigadas de trabajo. La capilla fue primero, luego vinieron el salón comunal y la escuela.


Doña Hermelinda Camargo


    Doña Hermelinda Camargo recuerda que un maestro de apellido Guarín y con respaldo de la Alcaldía Municipal, dirigió la construcción de la nueva sede de la escuela. En la zona del salón comunal funcionó una inspección de policía (hoy en día es la cocina) y los salones se adecuaron para los talleres de artesanías donde se capacitarían y trabajarían los artesanos de la vereda, expertos en cestería. En donde está la huerta hay dos cuartos que servían como calabozos; luego se utilizaron como espacio para animales y hoy en día se guardan las herramientas para trabajar en las clases de proyectos pedagógicos productivos. También sirvió el salón comunal como centro de salud. 

Con el tiempo los talleres y el salón comunal se prestaron para el colegio; se amplió la primaria con más docentes y hacia el 2006 comenzó el bachillerato. Hasta el año 2017 el colegio ofrecía una secundaria básica, y por gestión de profesor Emiro Méndez, se consiguió la aprobación de los grados 10° y 11°. Ya se han graduado tres promociones de estudiantes.  

Si fue el maestro Guarín quien dirigió la construcción de la Escuela nueva, también adecuó salones y baños en el primer piso; en el segundo piso, en donde hoy están la rectoría y la sala de informática, acondicionó un apartamento para que viviera la pareja de profesores. Hasta el 2017 o 2018, uno de los salones del primer nivel, aún tenía el piso de madera y permitía imaginar cómo eran las clases en ese espacio. Desde el 2014 se comenzaron a hacer los arreglos para modernizar un poco la planta física, pero como el colegio tiene pocos estudiantes, los recursos con los que cuenta, son ínfimos, y aún se está a la espera de que la administración municipal ponga los ojos en el colegio que en el 2017 ganó un Foro Educativo Nacional con uno de sus proyectos.

Intento imaginar a las personas que donaron los terrenos hacia 1950; su lección es impresionante: pensaron en su comunidad; don Roberto, doña Herminia y don Carlos. Los imagino conversando mientras todos los demás comprenden que pueden sumarse y colaborar con su trabajo. Serían una lección para sus descendientes que pretenden ahora negar las donaciones y quedarse con estas tierras que ya le pertenecen al colegio como espacio que le da sentido a los saberes de cientos de niñas, niños y jóvenes, que se llevan ese nombre como un amuleto que resguarde sus futuros. Los docentes dejamos aquí parte de nuestras vidas para que estos muros y suelos puedan forjar otras vidas y futuros dignos.


Fotografía del Archivo personal de Miyer Pineda. Vista aérea de la IE QUEBEC
Foto tomada en el 2017

Recuerdo ahora que, en alguna de las conversaciones con los vecinos, el nombre de don Roberto Camargo se quedó en mi memoria porque uno de sus hijos o familiares o vecinos por poco se ahoga en la quebrada cuando iba para la Escuela Vieja; seguramente era época de lluvias y había creciente; entonces conversó con otros propietarios y cedieron los terrenos para edificar una nueva escuela como se edifica el futuro.  Lo que hizo don Roberto es de maestros: de lo que se trata es de salvar vidas, y eso sucede en ese oasis llamado colegio; nuestros nombres quedan en la memoria de nuestros estudiantes hasta que ellos también se extingan; pero el nombre del colegio pervive y es grato saber que somos parte de un legado que está más allá del tiempo que somos.

Ojalá los vecinos pensaran en los abuelos que donaron los terrenos y como un homenaje a su memoria y respetando su voluntad, comenzaran a tejer nuevamente los lazos de comunidad desde ese espacio que les pertenecía y que entregaron, para mejorar el bienestar de sus vecinos; y ojalá los directivos comprendieran que el colegio es de la comunidad y que se deben establecer espacios de diálogo en el que se lleguen a acuerdos en los que se reconozca la importancia de la presencia y de la existencia del otro; esto permitiría que se utilizara uno de los salones para los encuentros comunitarios y que en época de fiestas hubiese un compromiso de respeto e higiene de los terrenos. Incluso a lo mejor cesen los pleitos que han detenido la adecuación de las obras necesarias en estos tiempos de pandemia en las que urge el agua potable, la construcción de baños y la modernización de la cancha.

Mientras, invitamos a quienes sepan cómo profundizar en este relato a que se pongan en contacto con nosotros y nos cuenten sus versiones, y a que nos permitan acceder a su memoria; la idea de este primer borrador, es que sirva de base para que logremos reconstruir la historia de una de las instituciones educativas más antiguas de la ciudad del Tundama; aquí, siguiendo al poeta Aurelio Arturo, el verde también es de todos los colores.

 

 


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