‘La Travesía del Atlántico’ de Robert Hayden Poderosa traducción de Felipe Botero
"La presencia africana no puede reducirse a un fenómeno marginal de nuestra historia. Su fecundidad inunda todas las arterias y nervios del nuevo hombre americano"
Manuel Zapata Olivella
‘La Travesía del Atlántico’ de Robert
Hayden
Poderosa traducción de Felipe Botero
Por Felipe Botero
La primera vez que supe de este poema fue
cuando estaba traduciendo el poderoso libro de Ta-Nehisi Coates –Entre el mundo
y yo– y él trata de “lo mucho que Hayden era capaz de decir sin decir,
aparentemente, nada en absoluto. [Es] capaz de transmitir alegría y agonía sin
necesidad de escribir literalmente esas palabras, que entonces se presentaban
como imágenes, no eslóganes. Hayden imaginaba a los esclavos en la Travesía del
Atlántico desde la perspectiva de los esclavizadores –una locura en mi
opinión–, pues ¿por qué le debería ser permitido al esclavizador hablar? Pero
los poemas de Hayden no hablaban; conjuraban”.
Apenas leí este fragmento supe que tenía
que buscar ese poema y leerlo. Apenas lo encontré y lo leí, supe que tenía que
traducirlo. Era la única forma que se me ocurría de apreciar detenidamente la
complejidad de este poema: su polifonía, sus diversas referencias históricas,
su capacidad de abarcar, desde múltiples, distintas e incluso contradictorias
perspectivas, esa vergüenza histórica que es la esclavitud y el comercio de
esclavos entre África, América y Europa, a través del Atlántico. Como sucede
frecuentemente con el arte, este poema me ayudó a dimensionar verdaderamente la
magnitud del horror del que hemos sido capaces los seres humanos. Deténgase un
segundo para imaginar cómo debió ser el secuestro de cientos, de miles, de
millones de africanos: su encadenamiento, su traslado forzoso en un barco en el
que padecían un sinnúmero de torturas psicológicas y físicas (entre ellas la
violación masiva de las mujeres) y, finalmente, su desembarco en tierras
desconocidas en las cuales les esperaba una vida de trabajo forzado,
interminables abusos y una muerte anónima lejos de su hogar.
El poema de Robert Hayden (1913-1980) está
compuesto de tres partes, como tres son los vértices de la Travesía del
Atlántico, la infame ruta de los barcos que zarpaban de Europa, secuestraban o
compraban seres humanos en África y los vendían en tierras americanas. Uno de
esos barcos de “brillantes nombres irónicos” era La Amistad, un barco
esclavista español que en 1839, mientras transportaba una carga de hombres y
mujeres secuestrados en Sierra Leona de Cuba a Estados Unidos, sufrió un motín.
Los africanos, liderados por José Cinquez (o Sengbe Pieh, como también se le
conoce en Sierra Leona), atacaron y mataron a la tripulación armada del barco,
a excepción de algunos marineros a quienes dejaron con vida para que
maniobraran la nave y los llevaran de regreso a África. Estos engañaron a sus
captores (“[navegando] hacia el este de día y hacia el oeste de noche”) y
lograron que el barco fuera interceptado por una fragata del ejército
estadounidense. Al llegar a Estados Unidos, Cinquez y sus compañeros fueron
procesados por asesinato y motín en Connecticut, pero después fueron absueltos
por la Corte Suprema al considerar que sus actos estaban justificados como uso
legítimo de fuerza para mantener su libertad.
El poema está compuesto en referencia con
este y otros sucesos que sucedieron, o que pudieron haber sucedido, durante la
Travesía del Atlántico. En ocasiones la voz parece ser la del poeta mismo,
elevándose y reflexionando líricamente en torno a las imágenes evocadas por su
propia imaginación histórica; en otras, la voz es claramente la de algún agente
esclavista registrando los sucesos acontecidos en el mar, ya sea en su diario o
frente a la corte; y a veces parece estar a cargo de un comerciante de esclavos
ya retirado, cuyos recuerdos sirven para ilustrar el origen del trayecto. Pero
todas esas voces invocan por momentos a la religión cristiana, casi como si el
poeta quisiera mostrar la ambivalencia de esa institución respecto a la
esclavitud en América: la manera en que la religión fue usada para justificar
ideológicamente el comercio de esclavos (las “almas paganas”) o como
instrumento de represión; pero también la forma en que la religión se convirtió
con el tiempo en el hogar de muchos afroamericanos, al ser la única institución
de la que podían apropiarse y a la que podían acudir en búsqueda de apoyo en su
dolorosa peregrinación por tierras americanas.
Pasado este mes de febrero, en el que en
Estados Unidos y Canadá se celebra la historia afroamericana, y con motivo del
estreno de Pantera Negra, la exitosísima película de Marvel que aborda
indirectamente algunos de estos temas, Arcadia traduce comparte este hermoso
poema de Robert Hayden.
La Travesía del
Atlántico (Middle Passage)
de Robert Hayden
I
Jesús,
Estrella, Esperanza, Mercy:
Velas reluciendo al viento como armas,
tiburones siguiendo los gemidos la fiebre
y a los agonizantes;
horror el Santelmo y la rosa de los
vientos.
La
Travesía del Atlántico:
un viaje a través de la muerte
hacia la vida de
estas costas.
“10 de abril 1800—
Los negros están rebeldes. La
Tripulación intranquila. Nuestro traductor dice que
sus gemidos son una plegaria para llamar
a la muerte,
la nuestra y la de ellos. Algunos
intentan morir de hambre.
Perdimos tres esta mañana cuando
saltaron riendo locamente
a los tiburones que los esperaban,
cantando a medida que se hundían.”
Desire,
Adventure, Tartar, Ann:
Parados frente a Estados Unidos,
llevando a casa
oro negro, marfil negro, semillas negras.
Profundo al interior de la
fétida nave tu padre yace,
con sus huesos banquillos de
iglesia se hacen en Nueva Inglaterra,
esas luces de altar eran sus ojos.
Jesús Salvador
Pilotea Me
A
Través Del Tempestuoso
Mar De La Vida
Rezamos
para que Tú nos concedas, O Señor,
seguro
pasaje para las naves que traen
almas
paganas a Tu disciplina
Jesús Salvador
“8 campanas. No puedo dormir, pues estoy
enfermo
de miedo pero escribir calma un poco el
miedo
pues mis ojos todavía pueden ver estas
palabras tomar forma
en la página & así escribo, como
quien
apela al exorcismo. Hace cuatro días
derivamos en la tormenta
pero ya el mar está calmo otra vez. La
desgracia
sigue nuestra estela como los tiburones
(nuestros sonrientes
dioses titulares). ¿Cuál de nosotros
ha matado un albatros? Una plaga entre
los negros—Oftalmia: ceguera—&
botar
a los ciegos no nos ha servido de nada.
Se esparce, la aterradora enfermedad se
esparce.
Ha arrancado la vista a los ojos del
Capitán
& hay ceguera en el castillo de proa
& tenemos que seguir navegando por
lo menos 3 semanas más antes de llegar
a puerto.”
¿Qué puerto aguarda, el de Davy
Jones
o casa? He oído de esclavistas a
la deriva, a la deriva,
juguetes del viento, de la
tormenta y del azar, sus tripulaciones
enceguecidas, el odio de la
jungla
deslizándose hacia la cubierta.
Tú Que
Caminaste En Galilea
“El declarante afirma luego que The
Bella J
zarpó de la Costa de Guinea
con un cargamento de quinientos negros y
pico
para las barracas de Florida:
“Que apenas había espacio para la mitad
entre cubiertas
pero el sofocante ganado fue embutido en
posición fetal ahí;
que algunos enloquecieron de sed y
desgarraron su propia carne
y bebieron su propia sangre:
“La Tripulación y el Capitán tomaron
lujuriosamente las más bonitas
de
las salvajes muchachas, manteniéndolas desnudas en sus cabinas;
que había una a la que llamaban la Rosa
de Guinea
y que se la rifaron y se la pelearon
para ver quién yacía con ella:
“Que cuando el contramaestre llamó a
todas las manos, las llamas
que se expandían desde estribor ya
estaban fuera de
control, los negros aullando y sus
cadenas
enmarañadas con las llamas:
“Que los negros en llamas no pudieron
ser rescatados,
que la Tripulación abandonó la nave
dejando a sus negras chillando atrás,
que el Capitán murió borracho con sus
putas:
“Luego el Declarante no dijo más.”
Pilotea Oh
Pilotea Me
II
Sí,
muchacho, y he visto esas fábricas,
Gambia,
Río Pongo, Calabar;
he
visto a los astutos mongos poniendo trampas
de
guerra donde tanto el vencedor como el vencido
Eran
capturados como trofeos para nuestras barracas.
He
visto a los negros reyes cuya vanidad
y
codicia los hizo transfigurar las salvajes pieles negra de los Fellatah,
de
los Mandingo, de los Ido, de los Kru en oro para nosotros.
Y
había uno – Rey Anthracite lo llamábamos –
un
rostro de fetiche bajo un parasol francés
de
acero y terciopelo naranja, una boca insolente
cuyas
copas estaban esculpidas a partir de las calaveras de sus enemigos:
Él
nos agasajaba con tambores y festines y conjos
y
pordioseras de reluciente piel color aceite de palma, diestras en el arte del
amor,
y
por coronas de latón que brillaban con pasta,
calicó
rojo y baratijas de plata alemanas
Hacía
que sus tambores hablaran de guerra y enviaba
sus
guerreros a incendiar las aldeas dormidas
y
a matar a los enfermos y a los ancianos y a escoltar a los jóvenes
en
cadenas a nuestras fábricas.
Veinte
años llevo en este negocio, veinte años,
pues
había riqueza de sobra para cosechar
en
esos negros terrenos, y seguiría comerciando todavía
si
no fuera por las fiebres derritiendo mis huesos.
III
Lanzaderas
en el oscilante telar de la historia,
las
oscuras naves avanzan, las oscuras naves avanzan,
sus
brillantes nombres irónicos
como
chistes amables en la boca de un asesino;
abriéndose
camino a través del duro fulgor hacia
el
lucero de la fata morgana en la evanescente orilla,
tejiendo
hacia los litorales del Nuevo Mundo que son a un mismo tiempo
espejismo
y mito y verdadera costa.
Viaje
a través de la muerte,
viaje cuyos
mapas son la ausencia de amor.
Un
hedor de crematorio, efluvio de viviente muerte,
se
propaga hacia fuera desde el interior de la nave,
donde
los vivos y los muertos, los horribles agonizantes,
yacen
entrelazados, yacen inmundos de sangre y excremento.
Profundo al interior de la fétida nave
tu padre yace,
el cuerpo de la misericordia se pudre
con él,
las ratas devoran los podridos y gélidos
ojos del amor.
Pero, oh, los vivos te miran
con ojos humanos cuyo sufrimiento te
acusa
cuyo odio te alcanza desde el residuo
oscuro
para abatirte como una garra de leproso.
No puedes desviar ese odio con tu mirada
o encadenar el miedo que acecha a los
guardias
y respira sobre ti su fétido y tórrido
aliento;
no puedes matar el profundo anhelo
inmortal humano,
la voluntad atemporal.
“Si no hubiera sido por la
tormenta que lanzó por los aires las barreras
del viento y las olas, La
Amistad, señores,
hubiera atracado en Puerto
Príncipe en dos,
tres días a lo sumo; si no
hubiera sido por la tormenta,
hubiéramos estado preparados
para lo que aconteció.
Veloz como el salto de un puma
llegó. Hubo
un intervalo de calma sin luna
cargado tan sólo
de los habituales sonidos del
agua y de las velas,
y entonces el repentino
movimiento, los golpes, los gruñidos
y habían caído sobre nosotros
con sus machetes
y sus cuchillos de pescar. Fue
como si el mismísimo
aire, la noche misma nos estuvieran
atacando.
Agotados por los rigores de la
tormenta,
no fuimos rivales para ellos.
Nuestros hombres sucumbieron
ante los asesinos africanos.
Nuestro leal
Celestino salió corriendo de
abajo con pistola
y linterna en la mano y vi,
entre el destello
de la hiriente navaja, a
Cinquez,
ese hosco bárbaro que se hace
llamar príncipe,
dirigiendo, exhortando a la
horrenda labor.
Abatió con el machete al pobre
mulato y luego
se volteó hacia mí. La cubierta
estaba resbalosa
cuando la luz del sol finalmente
salió. Me enferma
pensar en lo que vi, en cómo
esos simios
botaron por la borda los desmembrados
cadáveres de
nuestros hombres, verdaderos
cristianos todos, como si fueran una carga más.
No más, no más. El resto se
puede contar rápidamente:
Cinquez se vio obligado a
dejarnos con vida a nosotros, los dos
que ve ahora, para llevar la
barca a África,
y nosotros, como fantasmas
condenados a vagar por el mar,
navegamos hacia el este de día y
hacia el oeste de noche,
engañándolos, esperando ser
rescatados,
prisioneros en nuestra propia
embarcación hasta que
por fin llegamos a las costas de esta
vuestra tierra, Estados Unidos,
donde fuimos liberados
de nuestra abominable miseria.
Ahora les
pedimos, nobles señores, la
extradición de
Cinquez y sus cómplices a La
Habana. Y nos aflige saber
que hay tantos acá que parecen
inclinados
a justificar el motín de estos
negros.
En efecto, nos parece paradójico
que ustedes cuya riqueza, cuyo
árbol de libertad
están enraizados en la labor de
vuestros esclavos
podáis soportar que el augusto John Quincy
Adams
hable con tanta pasión acerca
del derecho
de una esclavos que son
propiedad privada a matar a sus justos amos
y que con su retórica romana
teja una corona
de héroe para Cinquez. Declaro
que
estamos decididos a regresar a
Cuba.
con nuestros esclavos y allá ver
cómo se hace justicia. Cinquez -
o mejor digamos ‘El Príncipe’ -
Cinquez ha de morir.”
El profundo anhelo inmortal humano,
la voluntad atemporal:
Cinquez su imperecedera imagen
primaveral,
vida que transfigura muchas
vidas.
Viaje a través de la muerte
hacia la
vida de estas costas.
*Felipe
Botero Quintana (nacido en Bogotá en 1990) es un filósofo y traductor graduado
de la Universidad Nacional de Colombia. En agosto de 2017 se gradúo de la
Maestría en Filosofía y Artes de la Universidad de Warwick de Inglaterra.
Ha sido parte de diversos proyectos
culturales como Botero en China y SubasArte y Reproducibles del colectivo de
gestores culturales QUINTA, del cual es miembro fundador. También ha publicado
diversos artículos en revistas culturales en Colombia y en México, en medios
como Arcadia, Estilo México y kienyke.
Ha traducido diferentes textos literarios
y filosóficos entre los que se destacan El corazón de las tinieblas de Conrad
(de inglés a español), Levanten alto, carpinteros, la viga del tejado de JD
Salinger (de inglés a español), ensayos filosóficos de Alain Badiou y Emmanuel
Lévinas (del francés al español), la obra de teatro El marinero de Fernando
Pessoa (de portugués a español) y ensayos literarios de Anthony Burgess.
Actualmente Botero se encuentra en proceso
de contactar a distintas editoriales de lengua inglesa para publicar la poesía
completa de Giovanni Quessep por primera vez en inglés, labor que empezó hace
tres años con el permiso del poeta.
Texto tomado de https://www.revistaarcadia.com/agenda/articulo/poema-sobre-los-esclavos-y-la-esclavitud-en-america/68432
Texto tomado de
https://www.revistaarcadia.com/agenda/articulo/poema-sobre-los-esclavos-y-la-esclavitud-en-america/68432
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