RECETA DE MUJER
Para todas las mujeres en su día que es todos los días y porque lo femenino comience a resignificar su importancia para poder dignificar lo humano y poder construir un proyecto de nación moderno en el que el respeto y la tolerancia sean premisas fundamentales... Con un complemento de Juan José Arreola “Cada mujer adquiere la forma del sueño que la contiene”.
RECETA DE MUJER
Por Vinicius
de Moraes
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Imagen tomada de: https://pt.slideshare.net/marcelofernandesrj/seminrio-de-literatura-vincius-de-moraes |
Que las muy feas
me perdonen, pero la belleza es fundamental.
Es preciso que
haya algo de flor en todo eso, algo de
danza, algo de haute couture
en todo eso (o
entonces que la mujer se socialice elegantemente en azul,
como en la República
Popular China).
No hay término
medio posible. Es preciso que todo eso sea bello.
Es preciso que de
súbito se tenga la impresión de ver una garza apenas posada
y que un rostro
adquiera de vez en cuando,
ese color que
sólo se encuentra en el tercer minuto de la aurora.
Es preciso que todo eso sea sin ser,
pero que se refleje y manifieste en la mirada de los
hombres.
Es preciso, es absolutamente preciso que todo sea
bello e inesperado.
Es preciso que unos párpados cerrados recuerden un
verso de Éluard
y que en unos brazos se acaricie algo más allá de la
carne:
que se los toque como el ámbar de una tarde.
Ah, y permítanme que les diga que es preciso que la
mujer que está allí
como la corola ante el pájaro sea bella
o tenga al menos un rostro que recuerde un templo,
y que sea leve como escombro de nube: pero que sea una
nube con ojos y nalgas.
Las nalgas son muy
importantes, para no hablar de los ojos,
que deben mirar con cierta maldad inocente.
Una boca fresca (nunca húmeda) es también de extrema
pertinencia.
Es preciso que las extremidades sean magras; que unos
huesos sobresalgan,
sobre todo la rótula al cruzar las piernas y las
puntas de la pelvis
cuando se ciñe una cintura ondulante.
Gravísimo es sin embargo el problema de las fosas
claviculares:
una mujer sin ellas es como un río sin puentes. Es
indispensable
que haya una hipótesis de barriguita, que enseguida la
mujer se alce en cáliz
y que sus senos sean una expresión greco-romana, más
que gótica o barroca,
y puedan iluminar en lo oscuro con una capacidad
mínima de cinco velas.
Es de suma importancia que la calavera y la columna
vertebral se muestren levemente; ¡y que exista un gran latifundio dorsal! Que
los miembros rematen en astas y que los muslos
tengan cierto volumen: que sean lisos, lisos como pétalos y cubiertos de
finísimo vello, aunque sensibles a la caricia en sentido contrario.
Es aconsejable en la axila una suave hierba con aroma
propio apenas perceptible
(un mínimo de productos farmacéuticos!). Preferibles
sin duda los cuellos largos,
de modo que la cabeza dé a veces la impresión de no
tener nada que ver con el cuerpo, y la mujer no evoque flores sin misterio. Las
manos y los pies deben tener elementos góticos discretos. La piel debe ser
fresca en las manos, brazos, lomo y rostro,
pero en las concavidades y huecos la temperatura nunca
debe ser inferior a 37º centígrados,
pudiendo eventualmente provocar quemaduras de primer grado.
Los ojos, que sean de preferencia grandes y de
rotación al menos tan lenta como la de la Tierra, y que estén siempre más allá
de un invisible muro de pasión que es preciso transponer. Que la mujer sea en
principio alta, o, en caso de que sea bajita, que tenga la actitud mental de
las cumbres elevadas.
Ah, que la mujer
dé siempre la impresión de que si cerramos los ojos, al abrirlos ella
ya no estará
presente con su sonrisa y sus tramas. Que ella surja, no que venga; que parta,
no que se vaya, y que posea una cierta capacidad de enmudecer súbitamente y nos
haga beberla hiel de la duda.
Y, sobre
todo, que no pierda nunca, no importa en
qué mundo ni en qué circunstancias, su infinita volubilidad de pájaro; y que
acariciada en el fondo de sí misma se transforme en fiera sin perder su gracia
de ave; y que exhale siempre el perfume imposible; que destile siempre
embriagadora miel; que cante siempre el inaudible canto de su ardor; que no
deje de ser nunca la eterna bailarina de lo efímero, y en su incalculable
imperfección constituya la cosa más bella y más perfecta de toda la creación
innumerable.
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