LAS MANOS DE MI PADRE
Rosita Vivas fue una de las estudiantes más entusiastas en el desarrollo del proyecto Mnemósine. Habitante orgullosa de la Vereda Quebrada de Becerras (Quebec) representó al colegio y a la ciudad de Duitama, en el Campamento GENeración PAZcífica en Chinauta y en Medellín. Allí compartió con estudiantes del país, los diversos aspectos de nuestro proyecto. Conoció a líderes estudiantiles y a personajes tan importantes como Leider Palacios, sobreviviente de la masacre de Bojayá quien saludó nuestros esfuerzos por hacer de la Paz un camino fundamental para una educación que humanice desde la memoria y desde una lectura crítica del mundo. Al final del proceso, Mnemósine recibió uno de los 50 premios que dio el MEN a nivel nacional. Compartimos su Quebecrónica, agradecemos su ejemplo, dedicación y esfuerzo, y saludamos a su padre, personaje central de estas palabras.
MFP
LA MIRADA DE MI PADRE
Por Rosita Vivas
1.
En la vereda Quebrada de Becerras ya son pocas las personas
que podrían contar cómo era antes de que la gente comenzara a vender para irse
a las ciudades. El diálogo sobre lo que ha sido nuestra historia a través de la
memoria solo puede mantenerse con pocas personas. De hecho, los seres humanos
no nos damos cuenta de los cambios que suceden a nuestro alrededor porque somos
cambio, tiempo transcurriendo, y solo los recuerdos cuando afloran sirven como
guías en lo que implica vivir.
He vivido aquí toda mi vida y he andado estos caminos y he
visto los atardeceres y he aprendido a ver la belleza que me rodea; el verde,
la noche, las estrellas, el viento. Sé que son pocas las personas que puedan
decir que han vivido aquí toda su vida y ser capaces de contar los cambios, y
describir cómo eran los cultivos, las artesanías o las casas antiguas que la
naturaleza intenta derribar pero que se resisten, guardando en sus adobes, las
historias que no quieren dar por perdidas.
Uno de
los relatos más cercanos y más hermosos que tengo de la vereda, lo cuenta mi padre,
Esteban Vivas. Él nació un jueves 2 marzo de 1939 en la vereda; lo recibió una
partera como se acostumbraba antiguamente, pero es como si lo hubiera recibido
la montaña. Se cuenta que en ocasiones ni partera había así que los niños
nacían en sus casas como las plantas que curaban los dolores o quitaban el
hambre. Se conocía el poder de las hierbas para subir las defensas o curar
enfermedades. El tiempo de posparto era de tres o cuatro días y a seguir
trabajando; hoy en día se habla de meses y la ley protege a la madre y al
recién nacido, pero en esa época no era así.
La
vida de mi padre no fue fácil; en ese entonces la niñez se acababa a los siete
años. Se estudiaba y se trabajaba como adulto. En su casa eran 11 personas, (9
hijos, padre y madre) y trabajar no era opcional. A los 7 añitos ya se “echaba
azadón” y se armaban parcelas para los cultivos. Ser campesino es estar en
contacto con su propia tierra que da para la supervivencia, así que quizás la
labor implicaba dedicación de toda la familia desde temprana edad. A la escuela
se asistía descalzo, aunque algunos afortunados contaban con alpargatas que
quemaban cuando hacía sol debido al material con el que eran fabricados, lo que
provocaba que salieran vejigas en los pies.
La
mayoría prefería trabajar a estudiar pues la situación económica les hacía
entender que es más productivo coger un azadón que un lápiz, y pues claro, lo
que se necesitaba era trabajo para poder llevar comida a sus casas; desde niños
se entendía que de lo que se trataba era de subsistir.
La
escuela más cercana era Santana, y en ese entonces solo se podía hacer segundo
y tercero de primaria. Solo dos cursos para aprender a contar y a escribir el
nombre, lo “suficiente para defenderse en la vida”. Muchos no estudiaron por
dedicarse a trabajar debido a la situación económica del hogar. La escuela de
Santana quedaba a dos horas a pie de la casa paterna, pues para ese entonces no
se había abierto la escuela de Quebrada De Becerras, conocida hoy en día como
Escuela Vieja, y que está ubicada actualmente en la finca de Don Epifanio
Becerra, cubierta de matas de curuba, oculta entre los cultivos y resguardada
por perros bravos que impiden que la podamos visitar.
Escuchar
el relato de mi padre es estremecedor. Antiguamente los hogares estaban conformados
por gran cantidad de personas y la comida era escasa, así que trabajar era
indispensable; se trataba de buscar la propia comida. Muchas veces la situación
era triste porque, aunque se cultivaba fruta y verdura en la finca, era escaza
para la familia, mientras que el dinero que se hacía vendiendo los productos,
se gastaba en chicha, la “bebida sagrada”. Sí, así era mi abuelo Gabriel Vivas;
se podía quedar en el camino de lo borracho y cuando lograba llegar a la casa,
era para golpear a su esposa, (mi abuela Josefa González), y sacarla de la casa
con sus hijos (mis tíos y mi papá); al fin y al cabo, dormir adentro o afuera
era lo mismo; igual, había días y noches que les tocaba quedarse en el páramo
cuidando unos terneros, y con apenas unos costales para favorecerse del frío.
La
alimentación era poca y mala; si tenían para maíz tostado era mucho; les tocaba
de a manotada y tomarlo como desayuno y medias nueves; muchas veces se quedaban
así hasta el almuerzo. De la cosecha de frutas no se podía coger una, dicen:
“parecía que las tuviese contadas”. Mi abuelito se daba cuenta si llegaban a
tomar alguna fruta, el solo tenía cosecha para vender no para dar como aporte a
su hogar; eran muy pocas las cosas que aportaba y era a mi abuela la que le
tocaba ver cómo hacia rendir lo poco que daba. Mi abuelo trabajó hasta los 50
años, de ahí para delante no quiso hacer nada más. Después duró bastante tiempo
enfermo y ya no podía comer nada; su estómago no lo toleraba. Murió a los 83
años.
Un
buen porcentaje de los habitantes de la vereda eran pobres. Dependían de la
ganadería, de la elaboración de canastos, de los cultivos agrícolas; otros
tenían chircales y fabricaban adobe. Sabían administrar sus tierras y sacarle
el mejor provecho. En ocasiones se ayudaban entre vecinos, pues para ese tiempo
la gente vivía cerca, separados por linderos o el tamaño de la finca.
En el
hogar de mi padre, tanto él como sus hermanos se empezaron a ir de la casa
cuando cumplieron los 11 y los 12 años; preferían trabajar en fincas ajenas que
les garantizaban un pago con el que ellos pudieran comer y tener sus cosas;
también lo que los movió a salir rápido de la casa fue el hecho de ver
maltratar a su madre; la impotencia y la fragilidad; saber que les iba peor al
defenderla porque la fuerza de un niño no es igual a la de un adulto hecho en
el campo y en esa época.
A
veces mi padre se queda viendo fijamente los caminos, los potreros; el reflejo
en sus ojos es un extraño brillo, como si reflejara un lugar desconocido; aparenta
ser el mismo lugar donde nació y creció, pero no, de ese lugar ahora sólo
quedan recuerdos. Por ejemplo, cuando los mandaban a traer agua de las manas
(aljibes) en las que nacía agua a la orilla de los caminos y de la cual
dependían muchas casas para su sustento. En algunas fincas nacía agua y era un
gran aporte porque ayudaba a los cultivos; en ese tiempo no eran tanques los
que reservaban agua, eran huecos en la tierra donde se depositaba el agua
naciente; soy testigo de los huecos cubiertos por el pasto y que funcionaban
como un acueducto antiguo.
Los
días de mercado eran los sábados y domingos; la mayoría bajaba al pueblo a
vender sus cosechas o a vender las maletas de canastos que se trabajaban
durante la semana; siempre se dirigían a la plaza de mercado, el principal
lugar para hacer mercado y vender, pues no se necesitaba de un documento ni
nada por el estilo, solo necesitaba productos para vender y ya. A mi papá y a sus
hermanos no solo les tocaba caminar de la casa a la escuela y a trabajar,
también les tocaba bajar con su madre y ayudar a vender la cosecha de la finca,
pero sin esperar nada a cambio.
Una de
las problemáticas que se tenían anteriormente era la educación rural. Muchas personas
estudiaron con la escuela de radiofónica de Sutatenza, pues antiguamente el uso
del radio con pilas era constante porque por lo menos en la casa de mi padre no
había luz eléctrica. Él nos cuenta que la trasmisión de las clases en las que
se dictaban lecciones para aprender a leer y a escribir, matemáticas y
catecismo, empezaban a las 5:00 p.m. Dictaba las clases un “un profesor
invisible”; en realidad era el monseñor Joaquín Salcedo, quien fue el fundador
de esta escuela radiofónica. Muchas personas se beneficiaron de estas
trasmisiones; mi papá fue uno de los que tomaba las lecciones.
Después
de los 19 años, mi padre se fue a estudiar presencialmente a Sutatenza; la
escuela era un tipo de internado, se tenía que pagar la manutención que en aquel
tiempo valía noventa mil pesos (en plata antigua), pero mi padre salió becado y
estudió gratis agropecuaria básica; sólo tenía que cumplir con los horarios
impuestos por la escuela; el estudio duro seis meses; volvió a la vereda a
hacer las prácticas y luego de un tiempo lo mandaron presentarse de nuevo en la
escuela y de ahí lo mandaron para un instituto en Antioquia por su buen
rendimiento académico; en este instituto duró un año. Volvió a la vereda,
empezó a poner en práctica sus estudios, la gente empezó a conocer su trabajo,
y era a él a quien recurrían para alguna orientación veterinaria o para las
siembras.
2
En las
historias que evoca la memoria no pueden faltar los mitos o cuentos de terror
que vivieron nuestros antepasados; abuelito que se respete tiene una historia paranormal
que contar a sus nietos.
Algunas
veces cuando mi papá se encuentra con algunos conocidos, se ponen a hablar
sobre algunos mitos que antiguamente se veían. Hay gente que cuenta que después
de las 6 de la tarde se empezaban a escuchar lamentos y a esto le llamaban
(almas en pena); también, según ellos, existía un duende que se llevaba a los
niños recién nacidos que no estuvieran bautizados y luego de unos días
aparecían los cuerpos degollados y disecados dentro de los bosques; algunos
dicen que para evitar que se los llevaran debían dejar al lado del bebé que
dormía unos cuchillos en cruz o tijeras abiertas de punta.
Otra
de las creencias era que, si en vida alguien corría un lindero fuera de los
límites que le correspondía, cuando moría quedaba penado (deambulando por la
finca). Mi tío y mi papá me contaron una vez, que una noche se encontraron con
un perro negro que asesaba y que le brillaban los ojos rojizos; tenía una
cadena atada al cuello y apenas se escuchaba como la arrastraba y le echaba
chispa; según ellos, para que no los privara el susto, tenían que llevar una
medalla de metal como contra y echársela a la boca.
En
otra ocasión, mi tío nos contó que le había cogido la tarde y que cuando estaba
llegando a la finca, en la entrada, había dos matas de cerezo y vio que una
persona larga y con carcajadas se columpiaba de lado a lado; luego despertó en
la casa en su cama; mi papá nos dice que lo encontraron desmayado en la entrada
de la finca. Ahora afirman que todo eso dejo de suceder luego de las misiones
del 2005.
3
Después
de escuchar a mi padre he comprendido que la vida del campo nunca ha sido
fácil; es maravilloso levantarse con el canto de los gallos y los pájaros, sin
ruidos de carros, y con esa frescura de la tierra a salvo de la contaminación. Pero
las condiciones laborales se vuelven complicadas, tal vez por eso el campo se
ha vuelto un paseo de fin de semana y se ha perdido la tradición de cultivar,
es más, las ventas de las fincas anteriormente eran por la fertilidad que
presentaba el terreno, pero ahora es por la amplitud pues ya no se necesitan
las tierras para sembrar, si no para tener una casa y en la que se pueda venir
a pasar un rato tranquilo.
Ahora
los vecinos son muy distanciados, cada quien en lo suyo, ya no hay la
colaboración que había antes; las casas de adobe aún están en pie, bueno
algunas; las montañas eran de cebada y trigo no de eucalipto como se ve ahora.
Este
relato es un recuento de las caminatas con mi padre; a veces se encontraba con
conocidos con quienes se ponían a analizar los cambios del tiempo en la vereda.
Ahora mi padre tiene 80 años y una de las frases que dice a diario es que “El
baúl de los recuerdos se va borrando”, hay cosas que no puede contar con
detalle, pues ya no lo recuerda claramente.
La
salud de mi padre se ha debilitado mucho, pues ya no puede hacer lo que
acostumbraba hacer antes que era sembrar, coger un azadón, pues ha estado trabajando
toda su vida, pero ha llegado la hora en que su cuerpo le cobra tanto frío, tanto
sol, tanta lluvia, tanta vida. Mi papá se enferma de estar quieto, y salir a
caminar por las fincas es realimentar el alma dice él.
Me
parece que este poema de Francisco Hernández podría ser parte de la banda
sonora de mi padre pues se ha enfermado por la impotencia de no poder hacer lo
que le gusta:
Para matar un pájaro
Toma unas tijeras tan grandes
Como su envergadura.
No se la claves en el pecho
Ni tajes su garganta.
Corta sus alas.
La nostalgia del vuelo
Hará que se arroje
Por el desfiladero.
Esto
me motivó a escribir la historia de mi padre con relación a la vereda, a lo
mejor porque mi padre es la montaña en la que estas palabras nacen y se mecen
con el viento y guiadas por la fortaleza y el dolor de sus manos. Yo soy las
arrugas en su rostro y parte de su alma y su pasado dispuesta a seguir
adelante. Quiero que él sepa que vive en mi corazón y en lo que me queda por
vivir. A veces los lugares son las personas y a veces las personas son los
lugares. A mi padre le asombra cómo va cambiando el lugar en el que nació y en
el que forjó con mi madre, una familia. Espero que estas palabras no se pierdan
como se perdió la vida en el campo.
Magnífico y honesto relato sobre algo que ya no existe: el campo. Los políticos colombianos y su arrodillamiento ante el TLC con él acabaron. Por fortuna, queda este relato lleno de emoción, amor por la tierra y reconocimiento de los ancestros. Felicitaciones a Rosita Vivas.
ResponderEliminarAsí es Maestro; el campo desaparece en manos de una visión extraña y malsana de la tierra y sus recursos. Gracias por leer y por el comentario.
EliminarTe felicito Rosita, tu escrito me resultó fascinante, pues ayuda a resguardar el baúl de los recuerdos para que este prevalezca. Aunque tengamos diferentes vivencias, somos parte de la historia que se estudia y se seguirá estudiando; además, como seres humanos debemos disfrutar de nuestros momentos en la tierra, de la compañía y la sabiduría de nuestros padres, que son nuestra conexión directa con nuestro pasado que nos ayuda a entender quienes somos y que queremos ser para las futuras generaciones.
ResponderEliminarParte de la vida es crecer y adaptarse a las situaciones, lo que a su vez implica estar, favorecerse y modificar el entorno; por ende, desde las anécdotas de nuestros familiares, hasta las propias, son importantes, pues nuestro día a día también es fascinante y está cargado de decisiones y experiencias.
Con todo esto, nos podemos dar cuenta de las variaciones de nuestro alrededor, porque no solo somos recuerdos, somos tiempo transcurriendo, somos vida, somos cambio y por eso también somos historia.
Saludos y un abrazo desde lejos.
Muchas gracias por tu comentario y por apoyar nuestro proyecto.
EliminarBuenas tardes. Llegué va está publicación por casualidad, creo que siguiendo un hilo en Twitter. Me gustó mucho la autenticidad de la narración. Me sentí identificado, puesto que mi madre y mis tíos vivieron una infancia muy similar a la de tus padres, ellos en Boyacá. Y a pesar de que aman el campo, no se les ocurre jamás comprar una finca, ya que esto les traería esos recuerdos del trabajo duro que afrontaron en la infancia.
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