GRIETA DE TARDE Libro de Alejandro Acevedo
GRIETA DE TARDE[1]
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El joven poeta Alejandro Acevedo celebrando la publicación de su primer libro Grieta de tarde. |
La poesía implica vivir siglos y siglos y caminar como uno de esos personajes de Thomas Lynch, por cauces o trochas lejanas del peso de los malestares de la urbe, sabiendo que en el fondo de lo que se trata es de delinear el rostro de la muerte. La hierba en el camino se rehace con una dignidad incomprensible para una especie que no atisba a comprender el peso del tiempo deshaciendo la podredumbre del cuerpo, y de esa risible existencia frente a la eternidad. Los personajes de Lynch lo presienten y por eso a veces se van a morir lejos como lo hacen los animales que, desde nuestra perspectiva de especie decadente e insufrible, vendría a ser la encarnación de la palabra dignidad. A lo mejor esa palabra se queda corta para ese acto en el que los animales se marchan, se despiden y se alejan de su grupo, para morir lejos, en silencio, en soledad; ha de ser para conversar a solas con su muerte; ha de ser para comprender con toda la profundidad posible, que se ha llegado al final. ¿Cómo explicar eso en palabras? Quizás, esta sea una de las razones por las cuáles emergió la poesía… Y, a lo mejor, por eso también, la poesía es tan inmensa y poderosa, aunque hoy se la enjaule en redes y en shows mediáticos y en formas laborales cada vez más tediosas. Por eso es comprensible que la grieta que encuentra Alejandro Acevedo en su camino, tenga en una de sus ventanas, como epígrafe, una de las canciones de don Silvio Rodríguez… porque todo camino es una casa derruida y con ventanas, que solo saben dar a la intemperie. “No hay nada aquí, solo unos días que se aprestan a pasar”, señala el epígrafe en el umbral, y el lector ya está advertido, “solo una tarde en que se puede respirar”, y una vez más, el poeta como arquetipo, vislumbra la poesía como la respiración del espíritu. Se tiene que escribir un libro de poemas, para acercarse a la certeza de que se escribe a martillazos, a golpes demoledores, con la esperanza de abrir una grieta en la tarde, para que entre el aire y nos serene.
El lector recorre el lugar sintiendo el peso de lo cotidiano; llegan cartas, las agujas remiten a una época dorada que resiste la tiranía de estos tiempos; “Queda/ menear la cabeza// escarbar” (p. 14), dice el poeta, intruso en estas dinámicas que enaltecen lo efímero y la pantalla, y silba para desesperar aún más a la masa explotada. El escarbar es verbo que traza una poética develando una posición ética; es una forma de concebir la existencia, e implica un ir más allá hasta encontrar el hueso, la aguja, la orilla; de esta manera la contemplación es posible: “Vuelven los años/ de la lluvia// sin aviso, ni presagios” (p.21), “Camino malbaratando el entender” (p. 22), “Del mismo modo/ en que la sombra del mar/ espera el veredicto ondulatorio/ de un río seco” (p. 23); entonces llegan las imágenes al puerto, como naves o pájaros, raudos, agitando las olas/viento sobre las que fluye lo que somos. La escritura en el libro asemeja un diario; allí esbozos del cuerpo en playas cercanas al milagro. La fragancia se aferra al poema y entre líneas la insinuación se hace más nítida: “¿Cómo mirará lo misterioso y oscuro/ a la curiosidad?” (p. 31), “La pared que divide el aposento de un cerrojo” (p. 44), “Saber que lo cotidiano se vuelve prosa de vidrio” (p. 50), “En el papel arrugado/ una bala duele menos/ que una pluma” (p. 51). Pura sospecha y sugerencia la escritura; la inminencia de una búsqueda infructuosa, de un encuentro inesperado. Reflexión sobre el lenguaje, sobre la palabra trasvasada y puesta en jaque por otros sentidos donde despliega todo su esplendor.
Grieta de tarde (2021) se llama este primer libro de Alejandro Acevedo, peatón de esta ciudad tan alejada del mar, pero tan proclive a mentirse a sí misma. En la carátula, como un rostro insondable mirándonos desde la profundidad de la noche, uno de los Vestigios de la guerra de Paola Sierra, y bellamente editado por Piedra de Toque, concretando así estas asiduas formas de componer la alquimia en tiempos de miseria. Unas palabras de presentación de Magda Pinilla, y en una mesa al fondo, don Darío Rodríguez, quien ha apadrinado los inicios de varios poetas y escritores en esta polis verde, que no aparece en ningún mapa construido por el hombre. Ya Alejandro Acevedo, con su dialogo paciente y su procacidad a la hora de catar las magias oscuras de la literatura, comienza a navegar en las imágenes buscando la depuración de la escritura.
Ha sido un buen año para la poesía que se escribe en la ciudad; comienza con este libro y continúa con los premios concedidos en la última convocatoria del CEAB, a Elizabeth Córdoba, Diana Sanabria, Tania Espitia y Sebastián Paco. Sin embargo, no sorprende que estos sucesos merecidos y grandiosos pasen desapercibidos, eso hace parte de la idiosincrasia en un país en el que la cultura estorba, y en el que son estas y estos Quijotes quienes resisten, a pesar de todo, los embates de la pobreza intelectual que nos gobierna. Celebramos con una selección de poemas de Alejandro Acevedo que pasan como dromedarios en un desierto, y que son observados, a través de la Grieta que ha encontrado Alejandro Acevedo, en esa tarde que son todas las tardes… Ahí nos vemos.
MFP
Carta
Aparece
tu llamada
para levantar
la aguja
dentro de un disco
mudo en mis preguntas.
Caída libre
A Darío Rodríguez
Pongo
en mi oído
el parloteo de la aguja
aparece
ante mi ojo
un inexistente portavaso
junto al cenicero
carne de agua
Marco en
la mesa
granos de harina
para ser molidos
Queda
menear la cabeza
escarbar
Circuito corto
No hay insomnio que dure
dos lengüetazos dactilares,
cuatro versos y un golpe a la pared.
Entre tanto sueñas
bordeando la tinta
que duerme antes
de arrancar
una palabra.
Sin velo tu fantasma
atenta contra sí,
se transforma
en estante
de un cíclope
que al bombillo
cobra tu aroma.
Letra ambulante
Eres testiga de los
anaqueles nocturnos
que no se explican
en el alba,
te veo y siento que
arribo a tu quietud
con mis zapatos
sin suelas,
doblas las bolsas
plásticas que te sirvieron
para coser
los cimientos de la noche.
Acercándome alcanzo
al temblor que mostrabas,
como una hoja de tabaco
recién salida del cenicero.
Me abarcas con los restos
del sol en la ciudad.
Cuando al salir de las sombras
el alivio es inminente, se quema.
Tus palabras
tienen el ruido del humo.
Relámpagos
los ganchos de tu cabello.
Pidiéndome un cigarrillo,
era tu cometido,
me tiemplas las manos
solo con el aliento
que generan las tuyas
sin siquiera tocarlas.
Te otorgo el color
de una oruga
haciendo nudo
mi caminar,
epitafio,
algún terremoto del viento.
Sinfonía diáfana
Canto el frío oscuro de una costra
que observa a la luna.
Esperanza sería aliviar todo
con los surcos del sereno, pero no.
Veo la sangre
caer por el pómulo
en dirección al mentón.
Mientras cruza
palpito bajo piel de escama.
[…]
el orgasmo de la realidad
tardío
escribía sin uñas
recados del mar
Presencia
de la poesía
se llevaron
el escondite
para velar muertos
los escombros
en el patio
de la biblioteca
tal vez del suelo
cenizo de papel
quede su coraza
camuflados tras las rejas
renglones parduzcos
desgajándose del cielo
llueven
sombras
contra el viento árido
Oración
Danos, Señor, las lecturas
del que está
a punto de morir,
la alcoba
del seductor.
Danos sitio
donde la
música sienta el peso
de sus notas
una, otra vez,
arrancadas
del pentagrama.
Danos, Señor, el timo de la caza,
la visión de las nubes:
también humanas,
pues caminan por las calles;
adivinas de todos los tiempos.
Concédenos terminar sin manos
este día,
sin croquis
esta única vez.
Danos, Señor, las escrituras
de Plutón
para corregir
el final,
para saber si
existe.
Vi por primera vez
las nubes
en el interruptor
de un bombillo roto;
la tierra
en las sobras de grafito
que quedan tras la hoja
después de escribir una carta;
el agua
en los bolsillos
de mi madre:
el mar;
el fuego
en las botas
de mi padre:
fotografías;
las huellas
en el polvo de los astros;
la ceniza
en la estela
que deja un meteorito;
sentado en la azotea
de un átomo,
las estrellas;
la tela
en el manto
del Planeta;
los parásitos
royendo el oro
del anillo de mi abuelo.
Exprimiendo mi riñón
vi por primera vez
al humo;
las lágrimas
de un bar
en su memoria;
el frío
en las moscas
de un farol;
al Maná de Dios
dentro de la basura
junto a mi casa;
un libro
en la métrica
de los tachones;
la espera
en el rincón oculto
de un dedo meñique;
una pestaña
silbando mis lentes;
una pared
en la chispa
de una fosforera;
un telescopio
en el interior
de una botella.
Releyendo una pagina
no entendida
vi por primera vez
la música,
y volví a empezar.
Interesante artículo, nos pone a reflexionar en la sociedad que estamos y lo que está pasando con la educación, la cual es lo más importante para una persona, nos pone a pensar como la educación a lo largo de los años, nos encierran la imaginación, limitan nuestras opiniones y quien piense distinto es el malo, la educación nos limita para poder controlar la sociedad. Me parece elemental leer sobre esto y también que se hable del tema sin importar la edad, las posiciones políticas ya que la educación es un tema de todos.
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