Las raíces de la Atlántida. Acercamiento a la poética de Tulio Galeas.

 


Las raíces de la Atlántida.

Acercamiento a la poética de Tulio Galeas.

 

Por Miyer Pineda[1]

Resumen

 

Se trata de dar un testimonio sobre el impacto que produce la obra del hondureño Tulio Galeas, poeta destacado en el grupo La voz convocada y cuyo estilo evidencia la profundidad de los registros poéticos que se dieron a lo largo de las últimas seis décadas en el país centroamericano. Se abordan los libros Cambio de Alas (2010) y Las Razones y otros poemas (2020) desde una perspectiva hermenéutica, de manera que se pueda rastrear una simbólica que permita habitar la obra de uno de los poetas más impactantes e importantes de América Latina.

 

Palabras clave

 

Hermenéutica, La voz convocada, metáfora como enigma, razones y saudade

 


El poeta Tulio Galeas y Francés Simán. Presentación del libro Habitaciones de la Memoria.
Antología de Tulio Galeas.  25 de marzo 2023. Tegucigalpa.




Imagino que cuando los libros de Tulio Galeas (1942) cruzaron el espacio aéreo tembló en todo el territorio nacional; es probable que peces, tiburones, galeones y ballenas hayan sentido la presencia de los poemas del poeta hondureño; luego las aves de las cordilleras y las plantas, desde la planicie caribeña, hasta los bosques y páramos que, por primera vez, sentían esa presencia poderosa. El problema es que ahora me sentaré en el bar de siempre en la mesa de siempre a leer estos versos esperando un cambio de alas, buscando el umbral para arribar a la Atlántida, a la raíz de la Ceiba y conversar con los fantasmas del poeta. El problema es que la lectura será imán para ladrones de libros, mendigos y mujeres sombrías cuya raíz es el misterio. Rodearán este bar de mala muerte, que, ahora, gracias a las palabras del poeta, se ha vuelto un bar de buena muerte, y la muerte lo sabe, esa muerte adicta a la poesía, drogadicta perversa, coleccionista de poemas e imágenes que se inyecta con jeringas hasta el nervio de la columna vertebral de la desolación, en la que andan estos reinos que habitamos; esa muerte yonqui que se pasea aterrada por los países de América Latina, ese continente repartido entre sátrapas, mercenarios y traidores.

Leemos los poemas de Galeas desde un rincón del bar como quien echa un pulso con la muerte, o como si estuviéramos en un décimo piso haciendo un pacto con el demonio. Las plumas que nos quedan, que dejamos en el aire luego de la mutación, luego del canje endemoniado de ser niños tristes mirando las vitrinas, se erizan, sienten el temblor, el vértigo del vuelo. Prepárense lectores porque vamos a entrar a la Atlántida para comprender la sensación del poeta al introducir la mano en un ataúd vacío, al apretar el gatillo de un Smith & Wesson en la cien de la tarde, en la nuca del Ángel que nos enseñó a jugar a la ruleta rusa; ese Ángel loco que cargaba un puñal entre las palabras y que se hacía heridas para que las cicatrices fueran tatuajes clandestinos, alfabetos adheridos al tacto de los iniciados, esos poetas menores, pobres y borrachos, inclinados ante el rock de la catástrofe que se avecina, porque “No serán los mansos quienes heredarán la tierra” (Galeas , 2010, p. 8).

Es Roberto Sosa quien da la bienvenida en el libro Cambio de Alas (2010); un prólogo sucinto como debieran serlo todos cuando se trata de libros de poemas; así el lector aprenderá a inmiscuirse en sus asuntos mientras lee esos versos que brillan en la oscuridad. El poeta Roberto Sosa, sin piedad, nos arroja al enigma; quien no sepa quién es Tulio Galeas supondrá conspiraciones para defender lo humano, o conflictos desde el territorio de la belleza para defender la poesía, la única tierra, la única patria del hombre, mientras la palabra se entreteje desde la complicidad, comprendiendo que se debe escribir como quien asalta un banco.  

Desde el prólogo, ya son dos los poetas hondureños confesándole al mundo que en Honduras está el pozo donde han bebido todos y la noche, porque Honduras es uno de los umbrales que deben cruzarse para conocer al monstruo, porque debajo de esa tierra y sus cementerios, está la Atlántida dormitando para que la poesía aflore y reverdezca ante los ojos de los perros ciegos que esperamos, dignos, a que todo mejore, a pesar de la ralea que ha gobernado las haciendas-países de América Latina.  

La primera parte del libro, Cambio de Alas, comienza con el poema Poeta menor, poniendo de una vez las cartas sobre la mesa, poniendo en jaque de una vez al oponente, al contrincante que es el poeta mismo, demostrándose el tono que es capaz de mantener, y que se dio a conocer de manera contundente, con Las razones (2020), en 1969, una plaquette de 15 poemas poderosos:

 

POETA MENOR
 
Soy la pequeña puerta, el desvarío
del invierno,
una cifra escondida
en el vientre infinito de los números,
el que escuchó la ingrata alegoría
del ruiseñor de Borges,
el que no tiene voz sino vacío,
el alimento oscuro del olvido,
el que esconde sus sueños
ante el acoso de la medianía,
el que sabe que el tiempo que le queda
es limitado y simple
y no le importa
entregar sus silencios a la hoguera.
 
(Galeas , 2010, p. 1)

 

        Es voraz la atmósfera que se esparce en la poesía de Galeas. El diálogo sostenido con los grandes poetas de nuestro continente, abraza el encuentro con su palabra, porque parte de la resignación, del roce de la serenidad conseguida a punta de martillar el lenguaje hasta dejar el verso subyugante, aliviando la sed en el desierto que ha sido este deambular de pasarela que se ha tomado la poesía. “Soy la imagen cansada del silencio” (p. 3) agrega el poeta, enrostrando el necesario cambio de alas a estas alturas de la civilización: “El diablo, como siempre/ me prometió otras alas/ con una condición: debo pagarlas/ lanzándome al vacío/ desde un décimo piso” (2010, p. 3). Las alas se han gastado existiendo, se han cedido al mejor postor en los callejones miserables de la vida, en los puertos utilizados por piratas como refugios alejados de la racionalidad estéril; por eso al final ya no hay piedad cuando es necesario apretar el gatillo (p. 4).

El poeta Galeas es hijo del silencio, por eso las sentencias son mordaces, cotidianas, furibundas: “A veces las palabras/ lastiman a la música” (p. 5); la poesía sufre en esos casos, se oculta lejos de la voluntad tiránica del acechante que no se inclina ante la posibilidad de no decir nada, del preferible callar ante la alternativa de maltratar la música convertida en respiración del espíritu. La poética delineada en el cauce del libro, propone perderse para propiciar el reencuentro con el hombre; extraviarse en la soledad mientras se navega en el laberinto del lenguaje. El poema al final será amuleto para el recorrido a través de los pueblos habitados por el sol; será el territorio revitalizado por la luz extinta, mantenida entre las manos y los ojos del poeta, para la posteridad.

En los poemas las piedras se levantan y hablan en su lenguaje doloroso. A medida que se avanza en la lectura se comprende que al fondo de esta poesía habita el mito, se siente entre las líneas su latido, su transcurrir de río bravío, de ave milenaria resguardando a sus criaturas.

         Ha asumido su destino Tulio Galeas porque sabe que “la luz perece” (p. 7); enseña a los desamparados lectores que la boca del poeta habla porque las demás bocas han callado (p. 9); entonces hace que la hierba reverdezca en sus palabras, que las piedras canten, que “la tarde estire su camisa/ sobre el puerto” (p. 10). Enseña a cultivar la tierra como quien escribe. Al margen de la posteridad y su espectáculo, interroga por los vasos comunicantes de la poesía, a lo largo y ancho del planeta o de la historia de un continente en llamas; conversa sobre la importancia de comprender el lenguaje como “un jardín construido para ciegos” (p.12), de aceptar “la risa nerviosa del suicida” (p.13) en un reino de violencia desbocada. Después, en medio del silencio, el poeta se interroga por el mito:

 

LA CREACIÓN

 

Quien inventó los pájaros

debió quedarse allí,

dejarles su piedad en las alas

y el azul dibujado en sus gargantas.

No era necesario

golpear tanto el silencio,

picar la roca de los días,

insistir en ensayos

o en moldear travesuras con el barro.

La imprudencia aceleró sus límites

y desbordó su esencia.

Decidió continuar

hasta el cansancio: 

su mente fatigada

encontró al hombre.

 

(Galeas , 2010, p. 14)  

 

Si la oscuridad está de pie, quizás el tiempo se ha quedado anclado en el pasado, y la Tierra es una simple caja en la basura. En el poema una cosmogonía, la latencia del mito en el sótano de los versos, y, por consiguiente, una hipótesis sobre el horror, sobre las implicaciones del viaje de “todos los funerales en la sangre (p. 15). A veces las palabras ya no pueden, ya no dicen, ya no calan; o son el cauce para que llegue el llanto y lo refresque todo; esa inmensa soledad que nos habita, esa legión de fantasmas que se llevan lo que somos, como hormigas dementes, obsesionadas con llevarse lo que queda de nosotros a un nuevo universo, a otro tiempo en el pasado.

El poeta bordea la lejanía: “Buscando la palabra/ hallé el silencio./ Callar es mi destino” (p. 19); de tanto caminar en busca de las alas para el vuelo, comenzó a deambular con los fantasmas, hasta vislumbrar sus huellas en el desierto y en el llanto.

Pesan las lágrimas en la lectura de Cambio de Alas; se recuperan cristalinas porque escribir poesía cumple a veces una función similar. Se compone una sinfonía cercana al silencio hasta que el vientre se contrae como si la belleza se moviera en su interior; luego la imagen golpea: “La soledad es un aeropuerto/ donde nadie te espera// El llanto asoma/ como un pasajero inoportuno” (p. 20); el milagro sucede; el espíritu se permite respirar; el cuerpo se libera; ahora puede sostenerle la mirada al cielo; la nostalgia es una cicatriz para los que sienten en silencio el nervio de la pérdida:

 

LA OTRA LUNA
 
La luna se aleja de la tierra cada día
como una enamorada que resiste
todas las embestidas
y cierra poco a poco su ventana.
 
Un día su figura
de fábula dorada
será un recuerdo incierto,
pájaro de otras nubes,
vaivén para otros mares.
 
Me invade la nostalgia
de los ojos futuros
que al no encontrar su nombre
en la agenda del cielo
escarbarán la tierra
buscando nuestros ojos
para poder mirarla.
 
(Galeas , 2010, p. 21) 
 

         Pero el poema es sobre la posteridad; Bradbury lee el poema emocionado; pero también los lectores de poesía entrenados en las artes de la muerte y de la pérdida. En el futuro, la luna será colonizada por multinacionales, para que desde el planeta (si hay planeta)  veamos su publicidad en el fulgor del plenilunio. Literatura y poesía, se anuncia con bombos y platillos, serán escritas por formas de la inteligencia artificial (IA). El espíritu será reemplazado por una IA. Sin embargo, esto no será total; algún humano se agotará de leer la nostalgia, el llanto y el asombro perfectos, impostados por formas más volubles y enquistadas que la máquina, y, a pesar de la ceguera impuesta por las postiranías, el subversivo/hereje/terrorista de entonces, buscará los poemas de Tulio Galeas, y sentirá algo similar a nuestro estremecimiento, esa sensación parecida a esta carga de nostalgia, heredada al vaivén de la llama que se consume como si fuera un ser humano; o, a lo mejor, esta IA tome el acento latino, y, en hologramas, nos lea estos versos como son, y el cyborg que camina acompañando la soledad humana, cite a los poetas de este desierto que solo sabe esparcirse por los sueños y el pasado, vislumbrando un futuro complicado, diferente, poéticamente sospechoso y arruinado, es decir, ¿perfecto?

Se trata de Galeas, de la convicción sobre el poder de la palabra silenciosa lamentándose por los sucesos del mundo, a merced de una especie miserable: “Al final/ cuando el hombre/ huya de este planeta/ con las manos manchadas por su crimen” (p. 23), será redimido nada más por el misterio que contiene lo que sentimos que es la poesía, ese virus contagiado por humanos que “vuelve triste todo lo que toca” (p. 23).

El poema “El muro” sintetiza este proceso; el poeta levanta un muro como quien construye un imperio contra viento y marea. Allí está todo, sangre, uñas, huellas y caminos; pero el muro no funciona; sin embargo, el poeta pone su pecho ya cargado de experiencia, y con los restos caídos, levanta un nuevo muro:

 

Bajo la piel se esconde,
nadie sabe su origen o su aspecto,
la validez de su ironía,
el humor que destila como un arma,
la dulzura inaudita de sus garras,
la cantidad de noche
que camina conmigo
 
(pp. 24 y 25)

 

         El lector piensa en Sorva, el griego, en un ladrón de bicicletas, en un fabricante de estrellas, o en alguno de esos personajes de Onetti, de Ribeyro, de Capote en sus cuentos: “la cantidad de noche que camina conmigo”; esa mutación dispuesta bajo los párpados, haciendo pensar en la raíz del ser, el nuevo muro levantado en los escombros, el nuevo camino que se abre, “Ahora es cuando empiezo” (p. 26).

Tulio Galeas lleva años conversando con la muerte, de poesía, cicatrices y virtud; hacen negocios, juegan al ajedrez, se leen las cartas, descifran nubes, se ocultan en horóscopos, se contagian su vitalidad y su tristeza. La muerte dice que lo deja tranquilo porque lo encuentra rebosante de vida. Todos sabemos que el poeta posee el síndrome de Sheherezade: “ Viendo los epitafios/ he perdido las ganas de morirme” (p. 28)… y la muerte engatusada, embelesada, pone otras fechas tentativas en su libreta, mientras repite esos versos como si también presentara un informe de rendición de cuentas: “Fui siempre como un ciego/ que regaló a la noche su fortuna” (p. 30).

 

Patria letra por letra

 

         En la segunda estación de Cambio de Alas, se habla de otra de las formas del dolor; el primer poema es escrito con lo que por aquí llamamos dolor de patria, una de esas expresiones que son nervio, síntesis de lo que sentimos los habitantes de Latinoamérica, ese país extraviado en un sueño de los padres fundadores, quienes quizás, en sus pesadillas, intuyeron el desastre:

 

Solitaria, parece el lamento extraviado
de un planeta remoto, de un planeta
amasado con el odio y el fuego
de todos los infiernos presentidos,
de un planeta maldito que nos hizo
semejantes al hombre y a la tierra
 
(Galeas , 2010, p. 31)

 

Sólo los cercanos a la orilla de la extenuación provocada por las injusticias en el cuerpo de tantas víctimas o de tantas “sobras humanas”, pueden vislumbrar el problema de escribir sobre el país. Nada de “mi patria es el mundo”, a menos que sea en el sentido en el que se siente el sufrimiento humano al estilo de John Donne, escuchando el tañido de las campanas. El poeta Tulio Galeas, se refiere al pedazo de jaula en el que se nos tatúa eso que llaman nacimiento entre fronteras. Los poemas oscilan entre Salvador Espriu y su “Ensayo de Cántico en el Templo” (Pacheco, 1986, p. 258) y el poema, “Alta traición” de José Emilio Pacheco (1986, p. 72)[2]. Aquí el problema es el peso socrático del negarse a abandonar la polis; de ese compromiso con la raíz que se extingue a merced de la barbarie; el problema es Bruce Wayne ante al amor que lo cuestiona por los sacrificios que ha hecho por Gotham: la honra, la vida de sus padres, su fortuna, el mismo amor, y aún así, después de haberlo dado todo –le falta la vida-, persiste en defender lo indefendible, una patria triste, incrédula, “asustada como una gota de agua perdida en un incendio” (p. 31).

Golpean los poemas del segundo acápite; habitamos un país que es “muladar de sueños”, “una mancha”; “Nadie puede tocarlo sin herirse”, su nombre es escrito con “la tinta de todos los suicidios” (p. 32). En un tiempo detenido en el que los huesos de los desaparecidos “son palabras que no duermen” (p. 35)[3], sólo los niños, “cicatrices en las manos de Dios”, podrán reivindicarlo a pedradas en las calles; ya había vaticinado Galeas, a las niñas y a los niños sin ojos de la Primera Línea[4].

A estas alturas, el lector advierte que el poeta escribe desde las cicatrices, desde el maltrato y desde el llanto envuelto en un niño hecho un ovillo cuyo centro es un pie roto, la sangre en las heridas, unas manos aliviando el dolor, besadas en agradecimiento con ternura. ¿Qué dar para poder preguntar al poeta por ese poema doloroso, sobre un niño que no aprendió a leer? ¿Hablará de su infancia? ¿Será autobiográfico? ¿Escribía sobre nosotros sin saberlo? ¿Nuestra niñez es un sueño de Tulio Galeas? ¿Frances Simán supo verlo y encontró el vaso comunicante con el origen?

Es experto el poeta en destejer el hermetismo que sostiene la nostalgia, la saudade; el lector, en el siguiente puerto del libro, comprenderá que hay más niveles en los que tendrá que conversar consigo mismo sobre los senderos de la tristeza y la serenidad que da su asombro.

 

Devoción y leyenda

        

         En este puerto, el lector comienza con una carta a la madre. La escritura de los versos, pausada, lenta, cautelosa, depurada. Se ha consolidado una poética rigurosa hasta pulir el sentido del ser ante el tiempo y su paciencia a la hora del despojo:

 

Han pasado los años y tu muerte
cada día es más firme. Se levanta
la niebla entre los dos. Amontonan recuerdos
las palabras.

Las acacias levantan su frente en mi ventana
atisbando tu luz.

Esperando tocarte por azar o atraído
por ese amor que ni la muerte
pudo romper, he dejado mi sueño a la deriva.
 
Sentado en el brocal del pozo
te espero con todas mis velas encendidas.
Y no sé si ilumino tu regreso o preparo el camino
donde un día tendré que ir a buscarte.
 
(Galeas , 2010, p. 39)

 

         El poema conversa con Quasimodo y su Mater Dulcissima (Quasimodo, 1959, p. 305) o con los poemas de los poetas colombianos del grupo Si mañana despierto. Nuevamente la pérdida guiando la escritura y las palabras resanando, permitiendo que en su ilación se pose la belleza, como uno de esos ángeles que pregonan un cambio de alas, para, a lo mejor,  emprender el vuelo y sentir desde lo alto, la inmensidad de lo fugaz.

Y luego, exactamente en las páginas 40 y 41, como si se tratara de las marcas en un antiguo mapa de pirata, o las señales para encontrar una ciudad perdida, el poema “Buscando a Jacobo Carcamo”… ¿Cómo expresar el poder que ejerce este poema? Si hay poemas cercanos a la depuración del abismo, este poema es uno de ellos; desde allí, el abismo también nos mira:

 

Buscando a Jacobo Cárcamo
 
Busqué por toda la ciudad
un libro de Jacobo Cárcamo,
cualquiera de sus libros
y fue
como meter las manos dentro de un ataúd vacío.
Recorrí los lugares posibles
y los imposibles,
los elegantes y los sospechosos,
los que adornan su ignorancia
con una taza de café extranjero,
los escondrijos de la araña y el topo,
las aceras donde los libros se amarran
con una cruz de polvo.
Mi búsqueda fue inútil. Tropecé
contra la boca torcida de la indiferencia,
contra los resortes de la sorpresa,
contra ojos aterrados que me miraban
como si de pronto un hombre de las cavernas
entrara en las librerías
a preguntar por el inventor de la rueda.
Me senté a cavilar en lo poco
que dura el arrebato de la poesía,
lo escaso de su aire, la timidez de su ángel,
lo inmenso de sus pausas.
El poeta ha muerto –exclamé-
(un poeta es lectura necesaria,
un poeta muere cuando nadie lo lee)
y dije
con toda mi ternura acumulada
algunos de sus versos
como quien dice sálvame
y un aroma de pinos imposibles
se derramó a mi lado. 
 
(Galeas , 2010, pp. 40 y 41)    

 

         Otra lección de Galeas: escribe como quien concibe una plegaria. Inquieta la forma que adquiere la respiración en la lectura del poema; así se contempla el estilo del poeta en toda su magnitud. Se ora mientras se lee; se susurran las palabras en su conjunción y las barcas en los puertos se mueven como si arribara de repente el temblor de las mareas. El poeta es Zaratustra en el desierto de Latinoamérica. Le habla al Sol y decreta la extinción en busca de un superhombre, de un lector capaz de aferrarse a la columna vertebral de la palabra. De nada sirve leer los versos en las redes, en las revistas virtuales y etc., el problema era rozar el ataúd vacío como intentó hacer Faulkner en Mientras agonizo (1956), y esto solo se logra con el libro entre las manos, en el umbral de la noche sobre la copa de vino que respira al compás de la respiración del ángel de la guarda, detenido en las pausas que deja el lector para catar mejor las imágenes. 

    Debo confesar mi curiosidad por los libros de poesía que yacen en la biblioteca del poeta Tulio Galeas. Es allí donde se puede realizar un boceto de las raíces de su poética. Jacobo Cárcamo pareciera ser además un pretexto para pensar la poesía en Honduras, el país de la Atlántida, y en ese proceso, poner en jaque o en suspenso, a todo un continente: “y fue/ como meter las manos dentro de un ataúd vacío”; ¿acaso hay otro verso más contundente para definir nuestra historia?

    De todas maneras,  el poeta nos da pistas; los poemas que siguen están dedicados a César Vallejo porque es “el caos llenándose de caos” (p. 42); a Luis Cernuda porque sus libros sobre la mesa son como “una tumba llena de recuerdos” (p. 45); a Hölderlin porque en su reino de fuego “arderá nuestro tiempo” (p. 46); a Eduardo Bähr porque su vida “es un cuento de Borges donde matan a Borges” (p. 47); a María Estuardo por la caricia que le hizo en el cuello su verdugo; a los zapatos de Van Gogh porque tienen “la longitud de un astro” (p, 50); a la casa de la infancia porque “vuelven  los animales que la amaban” (p. 52); a Troya porque “Los dioses no conocen la derrota” (p. 53); a Marte porque Bradbury llegó tarde “como la policía tras un crimen” (p. 54); a la Atlántida porque “los peces se llevaron el secreto dormido en sus escamas” (p. 55); a Copán porque “la piedra un día hablará como un hombre” (p. 57); a la luna porque “un día la semilla del hombre llenará” sus “desiertos” (p. 58);  al Tsunami porque “entra la muerte con sus pies de arena, sus astillas de sal, su lengua sucia” (p. 59); al Cine porque una parte de nosotros es Charles Bronson, y, nuestro destino, de no haber sido poetas, habría sido el de ser criminales o asesinos; a Nicanor Parra porque era un vago y como la mayoría de los poetas vagos, beben y no pagan (p. 64); también por su “manera indolente de tratar a los muertos” (p. 65); a los caballeros porque sigue el amor, y porque todo tiempo pasado fue mejor y había Dulcineas, espejismos y rocines hermosos, en los que cabalgaron Atenea, Sanchos y Quijotes.  

    La última lección de Galeas, en Cambio de Alas, es que, a veces, en el sendero está el amor; y precisamente, con “Un viejo amor”, comienza la última estación: “Fuí el animal doméstico que espera/ su ración de ternura” (p. 69); es inevitable poner a don Pedro Vargas en la rockola y contemplar cómo su voz se esparce por todo el lugar y la lluvia amaina un poco, para que la nostalgia se tome el tiempo de reflexionar lo que propone el poeta. “Porque un viejo amor ni se olvida ni se deja” canta Vargas, y Galeas ya rozando a la Venus le responde: “Quien te hizo/ nos evitó el suplicio/ de tanta belleza” (p. 70), “No tengo el suficiente/ dolor para llamarla” (p. 71). ¿Qué trago beberá Tulio Galeas? ¿Cómo serían sus amores? ¿Alguien pensará escribir una novela sobre estos poetas hondureños? ¿Sabrá explicar su tono el novelista? ¿Los jóvenes de su país leerán sus versos al borde del agua y del abismo? ¿Escribirán sus versos en mensajes de WhatsApp o en los muros del Facebook? “Oigo caer tu nombre,/ las larvas de tu nombre” (p. 72) ¿Sabrán paladear esa tristeza?:

 

Huérfana de ti misma fuiste lluvia
en un día soleado,
pájaro detenido por las balas.
Sólo vi tu cadáver
en la fosa común, justo a mi lado.
 
(Galeas , 2010, pág. 73)

 

        Eso es el amor, al final, en estos reinos en los que los Quijotes son los poetas y, a veces, sólo a veces, uno que otro romántico metido a la política, hasta que es desterrado o cede a presión, a la premisa que expone Luis Estrada en La ley de Herodes (Estrada, 1999) “O te chingas o te jodes”, mientras la transparencia de lluvia que conforman los amantes termina en una fosa, o en la fosa de la autocensura. Se cierra el libro y en la espalda del lector se siente un dolor leve, porque, a lo mejor, comienzan a salirle un nuevo par de alas, y la fuga se aproxima. En la mesa comienza a latir el libro Las razones y otros poemas (Galeas, 2020); un libro con el que el poeta Tulio Galeas, ganó en 1969, el Premio de Poesía “Juan Ramón Molina”, y que resguarda el tono de un volcán.  

        


Las razones y otros poemas

 

         El libro comienza con las razones. Despliega un ritmo pausado marcado por la belleza de imágenes vertiginosas. El silencio, el sol, el bosque, los mares, “un tigre entre redes” (p. 11), la lluvia, “el territorio limpio de la poesía”, el viento, los trenes y los huesos; elementos del cosmos ordenados para que el sentido del ser y del lenguaje pasen como un río en la noche, hacia el espíritu del lector hechizado por el oleaje, por la carga ontológica anudada en una dimensión estética heredada por una tradición poética que hizo de la metáfora una forma de resignificar lo humano en tiempos luminosos. En 1969, en América Latina había esperanza, la utopía podía rozarse con los dedos; quizás por eso después de cinco décadas el libro conserva la frescura y alumbra la desolación de un continente; es posible comprender que en él late el pasado, la raíz de futuros humanos que podrían hacerse realidad si se dejan de lado fanatismos y el síndrome del idiota. Auscultar las razones de la orfandad encuentra en este libro una respuesta porque proviene desde el reino en el que la poesía es el latido de un corazón que resiste; ese reino es el silencio, la posibilidad de pensar y de pensarse desde la soledad mágica, para sentar las bases de una raíz que no se extinga a pesar de las tempestades y de la muerte hecha instrumento:

 

LA MUERTE PEQUEÑA
 
Vino la muerte un día y me dejó vacío.
 
Fue una muerte pequeña, fue un mensaje
de la muerte infinita, una gota tal vez, un hilo apenas…
 
En mi perfil se recostó su estrella,
medio metro de sombra se enroscó en mi cintura.
 
Pero borró mis huellas primitivas
y la palabra azul de mi palabra niña.
Yo me quedé ante le mundo como un recién nacido.
Se arrodilló mi corazón de pronto
y me miré las manos y tenía
un puñado de tierra hecho destino.
 
(Galeas, 2020, p. 13)

 

La carga ontológica está presente en los poemas; la muerte ya está ahí, compartimos el cosmos con ella; es una de las formas del rostro con el que comenzamos a vivir, a rastrear el destino que hemos de encarnar. Luego el hastío, “mi corazón es una guitarra abandonada… soy una iglesia abandonada y sale/ mi corazón desierto a buscar fieles” (p.14); el arte, la literatura en su mutación actual, deliberada, artificial, amamantando a todos sus hijitos, mientras la poesía se oculta en los baúles, en los poemas de Tulio Galeas y su generación isla en medio de la noche y el desierto.

Al ser frivolizado de la actualidad, el “dolor le pesa como un motor cansado” (p. 15) y pareciera que ya no puede enaltecer el amor para hacerle frente a la desgracia del mundo y su parto de luz que despedaza (p. 16); ya no es posible la mutación del corazón  y de la sangre al tomar en las manos el amor para untárselo en las heridas que deja el tiempo:

 

Una tarde la sangre
se le aburrió. Llamaron
desde atrás
desde el suelo.
 
Entonces se detuvo.
 
(Galeas, 2020, p. 17)

 

El enigma del ser esbozando los límites del reino, del barrio triste lleno de casas solas, derrumbadas en su abandono, en las que el corazón late despacio para no despertarnos porque es tan sólo un pájaro muerto con un deseo infinito de oscuridad (pp. 18 y 19). El viento es el espíritu, y permanece temeroso, hechizado ante el silencio.

Tulio Galeas, poema a poema, piedra a piedra, edifica una poética asombrosa, reflexiva y profunda; el impacto de los jurados en ese concurso en 1969, debió escalar un poco más la cumbre al llegar al poema “El Camino” (p. 20). Cuatro décadas después, pasa Jesse Pinkman con su dolor y sus muertos a cuestas, a toda velocidad pero inmóvil en su propio sendero, en su ruta abismal hacia la libertad (Gilligan, 2019). El poema propone detenerse para pensar en el viaje y la experiencia que le otorga al caminante. Lo humano es cicatriz en la piel de la tierra; una cicatriz leve y cubierta por el polvo y otras inclemencias fantasmales:

 

Está el camino solo, arrinconado
bajo los pies del mundo.
Si intenta respirar las hierbas ofendidas
le arrebatan el sol y apenas
se levanta lo desmenuza el viento.
 
Está el camino solo. De sí mismo  aburrido,
sin tiempo, en una mueca
que la muerte ha olvidado.
 
(Galeas, 2020, p. 20)

       La nostalgia palpita entre las líneas porque el camino es “un abrazo muerto… una arruga sin nombre” (p. 20). La forma como el poeta ha zurcido los versos es deslumbrante, apenas se alcanza a percibir la cicatriz; pero al rozar la piel del lector, estallan, queman; el poema “Primero es el dolor” parece un manifiesto, un muro conteniendo mares de llanto, de gritos y gemidos. El poeta es un cartógrafo del territorio de las lágrimas, de las emociones humanas a punto de desbordarse, y en esa misma fuerza, irradiándose en la luz que envuelve el tiempo restante: “es un llanto enjaulado dentro de un ojo ciego/ que tiene hambre de estrellas y ambición de caminos” (p. 22). No hay otra manera; recoger las cenizas que terminan siendo lo humano y darles forma ha medida que se avanza en este viaje abandonado por las hermosas hechiceras; a lo mejor la isla y el perro nos esperan; a lo mejor Penélope desteje el manto de la memoria y nos busca en el destino del reino destruido, entre el frío y los escombros:

 

         Hemos abandonado los rosales,
         los pequeños temblores que no saben
         crucificarse, el temor
         por los ruidos de muertos intranquilos
        
         (Galeas, 2020, p. 24)

 

         El poeta Tulio Galeas, detiene el tiempo, el mundo para que miremos un poco cómo se derrumba el corazón antes del fin; descifra los símbolos que envuelven a las criaturas y comparte su pan, el líquido esencial de su palabra, a través de poemas que detectan las curvas en la tierra porque los humanos somos su alimento, devora huesos, carnes y recuerdos, vuelve los nombres de los sepultados, negación del dolor que cargaban, espacio de raíces y otros cuerpos que han de llegar de las ciudades muertas. La tierra se abona con espejismos y cadáveres de los reyes de la creación, de sus tristezas; no discrimina, no elude, abre sus brazos y nos cubre con su sonrisa franca; sabe perdonar, no juzga; a veces mira de reojo como quien contempla a una alimaña. Entre tanto, el poeta habla sobre piedras dormidas y sobre los sueños de los hombres dirigiéndose hacia el alba (p. 27); dibuja en sus versos la cartografía milenaria del llanto, sus lecciones agridulces en el rostro del sentido de lo humano, en la sangre que se hereda de generación en generación hasta que asome algún día la extinción, colmando los ojos y la carcajada.

En el canto que el poeta escribe al llanto se alcanza a comprender que se trata de una expresión de la conciencia de sí en un tiempo infinito; legitima la palabra como gesto de la finitud ante la inmensidad: “te llamaron mis huesos que temblaban/ como un mar despoblado” (p. 28). Es una poética que bebe en el misterio, en la metáfora cuya raíz es el  enigma. Es una poesía conversacional en apariencia, porque sólo cede su nivel de nostalgia en la superficie; al bucear, se encuentran los anillos de un árbol milenario, incólume ante el vaivén de lo imperecedero; sólo lo que termina puede conversar con el abismo, y por eso, la muerte, que un día llegará, verá en estos poemas, la partitura de la vitalidad compuesta por el artesano sabio que utilizó tiempo para dar testimonio sobre la belleza de poder respirar en la tierra detrás de la semilla y sentir hambre, sed y unas ganas inmensas de dinamitar el mundo con poesía, para devolverle quizás algo de honor, misterio y oscuridad.

En las últimas cartas llegan los poemas recientes del poeta; al final de la bitácora, ocho misivas esperando su destino. Por supuesto, el poder de su palabra está presente:

 

Todos se van cuando anoche, todos

solo yo me he quedado como un muerto reciente,
viendo irse a los vivos
y sin saber qué hacer entre los muertos.
 
(Galeas, 2020, p. 33)


 

La vida es una fiesta que se acaba y el poeta se queda entre ese ir y venir, deambulando entre la tristeza y la alegría. Se siente el temblor que se avecina; ya vislumbra el final del camino y corre su silla en el asteroide para comenzar a descontar crepúsculos porque ya viene “la muerte entre la brisa… apretando las casas” (p. 34). Qué lección la de Tulio Galeas, vivir, descontar crepúsculos, resignificar el legado, vivir hasta el último momento, y entonces vivir más y más, acumulando millas con la esperanza de un premio, otro día más para leer los ojos en la tarde, en el piano, en el Adagio de Bach, mientras se seca el amor en las ventanas y las horas van dejando “una noche perpetua en la mirada” (p. 35). Todo se trata de desacostumbrar los sentidos, de trastocarlos y despercudirlos; por eso el poema a los ciegos es tan diciente; se depende tanto de la visión que no se ve más allá de las apariencias encadenándose aún más en la caverna, negando el deseo y el amor, que en cierto sentido, tan sólo harían que el ser tiemble un poco, en la mitad del infinito. Muchas gracias poeta Tulio Galeas… por arrojar tus palabras desde las playas de la Atlántida; aquí me topé con ellas, en estas montañas en las que alguna vez estuvo el mar.

 

Referencias

Estrada, L. (Dirección). (1999). La ley de Herodes [Película].

Faulkner, W. (1956). Mientras agonizo. Madrid: Aguilar.

Galeas , T. (2010). Cambio de Alas. Tegucigalpa: Editorial Atlántida.

Galeas, T. (2020). Las razones y otros poemas. Tegucigalpa: Frances Siman Ediciones .

Gilligan, V. (Dirección). (2019). El Camino [Película].

Pacheco, J. (1986). Tarde o Temprano. Mexico : FCE.

Quasimodo, S. (1959). Obra completa. Buenos Aires: Argentina.

 

 



[1] Doctor en Lenguaje y Cultura de la UPTC. Magister en Historia y Licenciado en Ciencias Sociales de la UPTC. Integrante de la Corporación Literaria Si Mañana Despierto. Ganador del Premio Internacional de Poesía en Paralelo Cero 2022. Lidera el proyecto Mnemosine y es profesor en la IE QUEBEC- Duitama. mnemosinequebec@gmail.com

 

[2] Los dos poemas se pueden leer en https://quebecmnemosine.blogspot.com/2019/05/poemas-poderosos.html

[3] En Colombia se calcula que la cifra de desaparecidos puede llegar a los 170.000. Un poema de Tulio Galeas cierra la memoria del acto realizado en la Plaza de los Libertadores en la ciudad de Duitama, departamento de Boyacá, el 30 de agosto del 2022, día en el que se conmemora el Día Internacional de la Desaparición Forzada.

Se puede ver el vídeo en el siguiente link: https://www.youtube.com/watch?v=WDd_EI_0VlM

[4] En Colombia, a mediados del 2021, estallaron protestas debido a la Reforma Tributaria del gobierno Duque y a la represión ejercida por la Policía Nacional: Al final se estima que fueron asesinadas 44 personas, 17 denuncias de abuso sexual y 84 víctimas de violencia ocular. El ESMAD disparaba contra el rostro de los manifestantes impactando en los ojos de los jóvenes; 6 mujeres y 76 hombres perdieron alguno de sus ojos por levantar la cabeza en contra de una clase política que cobra impuestos y se los roba. Se calcula que en Colombia se roban al año más de 50 billones de pesos (10 mil millones de dólares), mientras distraen con la guerra.


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