VIDA Y MUERTE EN EL ANIMALARIO IMAGINARIO DE HORACIO BENAVIDES
El cine, sin importar que provenga de Hollywood, deja en el espíritu del espectador, semillas que le recuerdan que está vivo, que es un ser humano a pesar de los procesos de deshumanización tan implacables que dirigen el mundo. En la película Guardianes de la Galaxia Vol. 3, la crítica a la experimentación con animales es fulminante. Rocket Racoon, el mapache protagonista, ha sido víctima de un científico demente; las suturas en su cuerpo y las cicatrices en su espíritu, moldearán lo que será su vida en adelante. Es triste advertir que la primeras palabras que dice, las pronuncia para decir que "duele". Enseguida atestigua una masacre. Es Hollywood, pero se habla del mundo, de la situación de todas las criaturas a merced de la especie más sanguinaria e inhumana de todas, la humana. Avatar tenía el mismo nivel de interpretación: dejar de ser humanos para humanizarse; quizás no hay otra opción, por eso el respeto y la admiración que se ganan los animalistas, los veganos, los vegetarianos: las demás criaturas merecen respeto y también sienten dolor. El golpe que se siente al escuchar a Rocket Racoon es similar al que propina Horacio Benavidez en su poema El Cerdo... es inevitable ver al animalito tan maltratado por los humanos, solo, haciendo parte del cosmos y celebrando el universo...
Compartimos con ustedes un texto del maestro Álvaro Neil Franco, quien acaba de invitarnos a una clase. Agradecemos a sus estudiantes por compartir con nosotros su imaginación.
MFP
VIDA Y
MUERTE EN EL ANIMALARIO IMAGINARIO
DE HORACIO
BENAVIDES
Álvaro Neil Franco
Sebastián Gabriel Montilva Galvis y Cristian Camilo Reyes |
Yo era un muchacho cuando conocí el poder del silencio que guardan las palabras de Horacio Benavides; sus ademanes de monje zen, como bien dice, Julio César Londoño, que mueve las manos como si estuviera alumbrando una paloma, o un gato que se afila las uñas en un árbol onírico; que esboza una sonrisa donde se adivina la cara oculta de las cosas; yo era un muchacho, cuando subíamos por la Escala de Jacob a visitar los ángeles que custodian los techos de barro de La Candelaria.
Emanuel Santiago Roncancio Torres |
En aquellos días, a Horacio lo invitaban a leer sus poemas en la Casa Silva, y al fantasma de José Asunción se le escurría una lágrima que inundaba la sala donde dormía el corazón vacío del poeta, cuando escuchaba el poema donde Horacio se viste de ángel para ir a la fiesta y se encuentra con la sangre caída de su hermano, y yo no tenía más remedio que tomarme un canelazo recién salido de un volcán, para que la piel no se me pusiera de gallina y el corazón no se me desbocara “como un potro en una llanura incendiada”; en aquellos días, con tres canelazos en el alma, desembocábamos en el farol que alumbraba “El Viejo Almacén”, donde, en compañía de Germán Diego Castro y del poeta que acaricia con sus versos el lomo de los gatos, los acetatos de Marielita nos terminaban de descoser el corazón. Después lo acompañábamos por las calles de la madrugaba hasta el Hotel Regina, donde leíamos poemas hasta que los rayos del alba se filtraban por “el pozo limpio de la ventana”.
Lidan Yasmín García, Valeria Alejandra Lema y Nikol Mariana Rátiva |
En aquellos días, Horacio nos regaló a Kathy y a mí su libro Por el hilo de las estrellas; gracias a ese hilo, llevamos treinta años recogiendo y soltando nuestro vuelo de cometa, de cuya cola nacieron nuestros hijos. En aquellos días, mi hermana Isabel guardaba en el pecho un poema de Horacio para calentarle el corazón a su amado, que se encontraba en otra ciudad:
Que el aire que me toca
Que el agua
que aquí corre
cante en tu baño
Que esta luna roja
sea la misma
en tu estanque y en tus ojos
Que el aire que me toca
te toque a ti
en otra parte
En aquellos días, los vientos del Sur me llevaron, en compañía del poeta Jorge Eliécer Ordóñez, a conocer su casa levantada gracias al ronroneo de los gatos que Horacio pinta con sus manos de duende. Recuerdo que el barrio San Cayetano olía a pan de bono recién salido del horno, a morena madurada por el sol del trópico, a cometa elevada con la brisa marina que refresca el bochorno de las calles de la vieja Cali, a veranera roja trepada sobre casas blancas con techo de barro, a flor tejida por el pico curvo de los colibríes; que frente a una de las ventanas delanteras, el poeta sembró un árbol, tal vez de Chiminango, para que los amigos que lo visitamos nos familiaricemos con el aire fresco y tranquilo que mece la luz de sus poemas, con los pájaros que picotean el cielo suave que viaja en su poesía. En aquellos días, nació mi libro La saga de los clavellinos, mitad sangre, mitad clorofila, gracias al oído de búho con que Horacio escuchó el rumor de guayaba que corre en mis palabras. Aquí un pequeño homenaje a sus animales en miniatura, cuya belleza ya no cabe en el universo.
Nicolás Alejandro Medina |
En “El cerdo”, Horacio le da un lugar al cerdo en el mundo de la poesía. A pesar de que el mismo siempre ha sido considerado un animal antipoético o prosaico que no tiene cabida en el poema. Horacio lo saca del lugar común, cuando resalta su lado oculto, en el cual el cerdo celebra su existencia y se reconcilia con el universo. En el poema, el cerdo no festeja la hediondez del barro, sino el agua lluvia en la que se baña como si fuera un niño. Además, es acariciado por el susurro que ondula en la palabra poética de Horacio. Este cerdo también brilla por la ausencia de adjetivos:
EL CERDO
El cerdo entra en el poema
como una ofensa
pero nadie sabe
que el cerdo también reza
Al final del verano
cuando las golondrinas
arrastran el paracaídas
de la lluvia
el cerdo se sale de sí:
da vueltas salta grita
aplaude el universo
Nicolás Alejandro Medina |
Horacio compara El reloj con un pájaro. Pájaro que tiene la cualidad de cantar el tiempo de las paradojas, de ser expulsado del paraíso, de llevar en sus alas la desgracia de no poder volar. Pájaro delgado como una hoja del trópico, debido a su escaso plumaje donde brilla el vigor del silencio.
EL RELOJ
El reloj
es un pájaro
disecado vivo
Un pájaro
que picotea
y picotea
el tiempo
sin romperlo
El reloj
es un dios caído
y torturado
Al igual que El reloj, El murciélago es un pequeño dios destinado a embriagarse con el rumor de la noche; no tiene más alternativa que interrumpir el sueño de sus víctimas, pararse de cabeza, revolver la oscuridad y celebrar la vida que otras especies le regalan; exiliado de la luz, no se puede dejar tocar por la punta del día.
Danna Michelle Pulido |
MURCIÉLAGO
Bébete la noche
extensión de gracia
para la feliz letanía
de tus alas
Sobrevuela la bestia dormida
abanícala con tus párpados
lame en su lomo la linfa
el palpitante ojo del agua
Y ármate contra el mundo
mendigo dios de la dicha
que ya viene el día
El poeta funde su pez, casi invisible, con el agua; compara estos dos seres con un par de espejos que no se pueden mirar, tal vez porque viven en mundos abisales, donde nadie se entera de su existencia, ni siquiera ellos mismos. Cuando el pez muerde el engaño; le empieza a brillar la luz perpetua de la muerte en las agallas. Los pocos adjetivos que le dan vida al poema, son soñados con la precisión de un relojero suizo: son soñados para contrastar el hilo de luz, la cuerda floja que sostiene la danza del pez. Por eso el poema termina con los siguientes versos: “primer dolor/ última pena”. Otra vez la poesía es un pez aguja que urde las aguas delgadas y silenciosas donde se bañan la cara, los mil rostros del poema.
EL PEZ
Hondo
vive el pez
en el olvido
Pez y agua
en uno
confundidos
espejo
en el espejo
siempre ciegos
Y cuando
el dorado anzuelo
de la muerte llama
nace el pez
para la muerte
primer dolor
última pena
Danna Michelle Pulido |
En La chicharra, Horacio compara la misma con el arco de un guerrero que afina y tiempla su única arma, para dar en el punto blanco donde se vislumbra la muerte. El poema es una suerte de juego pirotécnico que se abre al universo y se apaga en el instante en que esta poeta del aire es tocada por la sombra que viaja con la luz. Es una serenata cogida por la luz del estío, electrocutada por el exceso de pasión. Aquí, Horacio aprieta las palabras por medio de sustantivos y verbos que nos ofrecen las dos caras de una misma moneda.
LA CHICHARRA
Tensa al mediodía
su arco de dicha
estalla de música
se ofrece al verano
Como en los poemas anteriores, el poeta, en la Mariposa nocturna, establece una oposición entre la luz y la sombra. Estos representan la vida y la muerte. La mariposa parece un satélite girando alrededor del planeta Marte. Planeta donde, prácticamente, no existen los adjetivos. En el verso: “entre tanta noche dispersa”, el adjetivo es muy certero, porque califica la noche de una forma inusual, dando la idea que una parte de la misma duerme en la copa de los árboles; otra se mira la cara en el espejo de la luna; otra más se acicala en el ojo de agua que vigila el sueño de los ríos. En todo caso, esta “noche dispersa” es recogida por la luz de la lámpara; la noche también es una especie de dios que está por todos lados; la mariposa, entonces, vendría a ser un Ícaro calcinado por el sol de la noche. Solo que en este caso, Horacio compara la tragedia de la mariposa con el amor: esa estrella fugaz que atraviesa la noche hasta fundirse en el corazón de los hombres.
MARIPOSA NOCTURNA
Fuera de ti
errando
entre tanta noche dispersa
caes de pronto
en la órbita
de la lámpara
Como en el amor
su luz es tu ceguera
El fuego te consume
Uno de los versos más delicados y originales que mis oídos han escuchado hace parte del poema titulado “El arroz”: “El arroz anda/ con pies de paloma”. En el mismo, lógicamente, el arroz está en bajito, va alcanzando su punto a través del sigilo. Sus pies de bailarina de ballet emprenden el vuelo como una paloma que lleva una cascada de ternura en el pico, donde solo se escucha el sonido del silencio.
Miguel Ángel Iguavita, Sergio Alejandro Nope, Yosman Smith Lara |
En Antes de que la noche llegue, encuentro, nuevamente, más que la oposición entre la vida y la muerte; el abrazo perenne que sostienen las dos. El título de este poema sugiere que hay que aprovechar al máximo el parpadeo luminoso donde pasa la vida, pues la muerte viaja sin descanso por la llanura manchada de ternura donde el perro da vueltas como un loco, hasta que sus ojos misteriosos se acuestan a dormir para siempre, la muerte viaja sin descanso por el abismo donde las horas contadas del perro parten con dolor a las orillas de otro mundo.
ANTES DE QUE LA NOCHE LLEGUE
Toma tu perro
Acaríciale el húmedo hocico
el pelo liso
Levanta hasta tu corazón
sus huesos
Antes de que la noche llegue y sople
la brasa de sus ojos
Antes de que en la hondonada del tiempo
aúlle
Los perros, como en Rulfo, también son fantasmas que le ladran a la luna amarilla que alumbra el infierno de Comala, sacan recuerdos de la tierra y persiguen en la profundidad de la noche “el lejano/ sonido del agua”, para calmar la sed que producen las llamas.
Danna Michelle Pulido |
Lo mismo acontece con el gallo, que convoca con su canto los ahogados que viajan sin destino por el gélido “río de la muerte”. Río que, como en Aurelio Arturo, solo existe para el oído.
CANTA el gallo
y un crujir de hielos
se escucha en el río de la muerte
Arde en los camarotes
el leño del sueño
y un soplo de madrugada
hincha las velas
El gato es otro animal que como Lázaro regresa de la muerte, no de una, ni de dos, sino de siete muertes, Y no nos dice nada. En esos siete descensos al infierno, uno supone que esta “gota de tigre” hipnotiza la muerte con el movimiento pausado de su cola, que la devora como si fuera un ratón, que la invita a compartir la leche que cae, como una cascada, de la luna, que juega con la misma, como si fuera una pelota de trapo o un ovillo de lana, que la invita a contemplar el paso fugaz de las estrellas, que la lleva de la mano a mirar la ciudad desde alguna terraza, que la saca a pasear, sin ninguna premura, por la infinitud de la arena. Lo cierto es que a la octava no le queda otra opción que tejer, como Amaranta Úrsula, su oscuro sobretodo, para salir con la muerte a vagabundear por los tejados.
CUANDO EL GATO
Cuando el gato
se baña de verdad
lo hace en el río de la muerte
Conoce tanto el gato
los misterios de la muerte
y no nos dice nada
se limita a mirar
nuestro desconcierto
con indiferencia
Siete veces vuelve a la vida
el gato
a la octava le da pereza
y se echa a hilar
en el regazo de la muerte
En su poema El gato, Horacio nos presenta la idea de un gato arquetípico que es todos los gatos, como lo soñó Borges, en El otro tigre, el hermano mayor del gato. “El tigre es un aguacero de gatos”, dice Jairo Aníbal Niño. Volviendo con el gato de Horacio, este está dividido en muchos gatos: uno es el que se acuesta a dormir, con toda la pereza del mundo, en el canapé de la casa; otro, su sombra que camina sigilosa por los muros; otro se refiere a su origen egipcio: encargado de velar el sueño de los faraones; otro el que guarda semejanza e imagen con el jaguar: ese dios de la selva enamorado del agua, en cuya piel está cifrada la escritura de los dioses; otro, el que cae como una pluma o se desgonza como un acordeón en la profundidad del sueño. Por último, otro es el que amanece trasnochado y guarda su traje de vagabundear en la noche, y a través de un contraste maravilloso, “busca la leche”.
EL GATO
El gato que duerme
es otro gato
porque a las once
es solo sombra
El que a las tres
de la mañana cae
como sombrero lento
es porque ya no ondula
en el agua
en el desierto
El que a las seis
busca la leche
es porque guardó
su oscuro sobretodo
Los gatos de Horacio, también, miran su sombra en los espejos: “Recibe en la hoguera/ el amor/ espejo en el que el gato se mira”, y estos les reflejan la llamarada de un tigre que derrite la nieve, calienta las noches en vela y le coquetea a la luz de la luna: “Te regalo este gato/ para que tengas/ el tigre que anhelas/ Recibe con el tigre/ el sol y la noche/ Te regalo con la noche/ la hoguera y la nieve”; por su aversión al agua, sus gatos se ahorran el esfuerzo de bañarse y se pintan en el rostro una máscara hecha con saliva: “Rumora el agua/ el gato la toca/ y se arrepiente/ De espaldas al río/ se baña con saliva/ le parece suficiente”.
Sebastián Alejandro Quinchanegua |
En un contexto que recuerda la Media Luna de Rulfo, aparecen, como fantasmas del pasado, las mulas negras de los ancestros de Horacio, atravesando montañas y lomas emergidas de universos oníricos: mitad lustre, mitad sombra. Almas en pena que no olvidan los caminos donde estuvieron prestas a escuchar el silencio de sus dueños.
TE TRAIGO tu mula, padre
no te quedes parado, mudo
Te traigo tu mula negra
la he encontrado en la montaña
dale tu sal que es llama
Pasa la mano por su lomo
échale el peso de tu carga
no me hagas dudar, padre
No me digas que arreo sueños
que esta no es tu mula
que he cogido la que pena
La coraza de guerrero prehistórico del Rinoceronte lo hace parecer como un ser venido de otro planeta. Tiene algo de tren que anuncia con su cuerno la llegada a estaciones fantasmales donde habita el olvido. Para Horacio es una criatura deforme cuyo hábitat son los espacios oníricos. Lo compara, con cierto humor negro, con la soledad en que vive el poeta, con sus maneras de esperpento; con la diferencia que el rinoceronte asume su destino de rey convertido en mendigo que “algún pecado paga/ en este círculo de barro”; y no se anda, como el poeta, que se lamenta por todo y transforma el mundo en un valle de lágrimas.
RINOCERONTE
Miren qué esfuerzos hace
por ser natural
parpadeen y verán
es un monstruo
salido del sueño
Podría ser un poeta
por lo feo
y lo escaso de semejantes
pero no se queja
Tal vez un día
fue un rey
y algún pecado paga
en este círculo de barro
El Caballo de Benavides es una tormenta del desierto, un relámpago que atraviesa los valles en un parpadeo, por donde pasa ocasiona desastres. Para Cirlot, el caballo está relacionado con las “fuerzas ciegas del caos primigenio”. Cuando el poeta nos dice en uno de sus versos: “sus cascos resuenan en las estrellas”, imagino que se refiere a la constelación del Caballo, y que la música de su piafar alegra la bóveda celeste. Tal vez el verso “sus crines furiosas banderas” aluda al caballo como un símbolo que acompaña las batallas del hombre. Cirlot agrega: el caballo “estaba consagrado a Marte y la vista de un caballo se consideraba presagio de guerra”. Para el poeta español, el caballo también es debido a su rapidez una representación del fuego. A este respecto, Horacio, nos regala el siguiente verso: “Se diría que va hacia el fuego”. Por otra parte, Horacio ve el caballo como una suerte de búmeran que regresa, -ya no tan furioso, más bien manso- a la mano del hombre en busca de una caricia o de su ración de zanahoria con panela, con un galope trotón que lo hermana con la brisa: “pero siguiendo la curvatura de la tierra/ volverá a la mano/ al viento ligero”.
CABALLO
Galopa sobre la llanura pelada
sus crines furiosas banderas
sus cascos resuenan en las estrellas
Es como el huracán que todo lo arrasa
Se diría que va hacia el fuego
pero siguiendo la curvatura de la tierra
volverá a la mano
al viento ligero
En el Buey, el poeta, una vez más, nos habla de la bóveda celeste; en este caso, de alguna manera, alude a la constelación del Buey. Por eso el pájaro que limpia las impurezas del buey, “sostiene una columna de astros”. El poder de este verso radica en que es el pájaro el que sostiene el peso de los astros, y no el buey, que por su fuerza puede ser comparado con una columna.
BUEY
Las ganas de lanzarte una puya
se me transforman en una genuflexión
El verano te coloca en su centro
el poeta no tiene centro donde ponerte
Buey, la bailarina que gira en tu nariz
sostiene una columna de astros
Curso 701 Colegio Antonio José Sandoval Gómez |
Otro poema que aborda el tema de la muerte es El adiós de la tortuga, en el mismo la tortuga muere como vivió, es decir se va apagando y recogiendo de una manera parsimoniosa. Tal vez comienza a recordar con calma, como si estuviera asistiendo a una película de cine mudo, los días en que asomó la cabeza y fue, paso a paso, a saludar el sol y a inspeccionar el agua: Amanecer del tiempo donde la tortuga se ve corriendo por su vida, avanzando un jeme cada día, hasta derrotar a Aquiles; envuelta en la seda del cielo, arrullada por el canto del mar; pensándolo bien la tortuga es un detective salvaje que analiza con calma lo que va sucediendo en el mundo, a pesar de que sus investigaciones nos llegan cuando todo ya ha sido olvidado. Miren nomás su paletó donde está inscrito con tizas de colores, el vuelo de las golondrinas. Hasta en el final de sus días la tortuga es fiel a sus sueños: sabe que la mejor manera de morir es irse recostando en el nido que le calentó el alma y la vio crecer en el tiempo dorado de la juventud, donde la espera el eterno descanso de la luz. Por algo se dice que, con el paso del tiempo, volvemos a ser niños.
EL ADIÓS DE LA TORTUGA
Se va aquietando
y lentamente
va guardando
la cabeza
Como si se hundiera
de espaldas
en la bondad de su origen
Como si deslizara
en un limo
dorado y tibio
y sus párpados
fueran apagando esta luz
y sus pies tocaran
un nuevo día
Horacio en la Lagartija, nos enseña el universo oculto de “este pequeño monstruo”: Árbol adentro iluminado por sus ojos inquietos, que parecen un fruto dorado, cultivado en la oscuridad y el misterio de las paredes. Luz al viento que se pone feliz hasta cuando se le cae la cola, perseguida por la algarabía de los perros. Mundo de sentimientos que resana las heridas de la casa.
LAGARTIJA
Como si un árbol
largo tiempo inmerso
cuarteara muros
y mostrara sus frutos
surges
llama apenas encendida
aguda sensibilidad
pequeño monstruo
irradiando un paraíso
del tamaño de tu sombra
Horacio nos abraza con el calor de una Noche de campo, en la misma la rana adopta la mudez de una piedra -primera estrofa-, porque es una rana refrescada por el poder de la memoria. Rana que invita a la contemplación y a la evocación de los días en que nuestra felicidad era saltar en las charcas. En la segunda estrofa, el poeta se centra en la rana que habita los pantanos: su alimentación preferida son las luces intermitentes de las luciérnagas. Acto seguido la mirada se le hincha como si fuera un planeta al que le están naciendo los anillos: “Ojos de sapo en tomatera”, decíamos, de manera prosaica, cuando éramos niños. Pobre rana que, como El Quijote, no puede dormir y aterida de frío llama el alma de la noche con su canto. A las ranas desnudas las llamábamos ranas plataneras; ranas que parecían caídas de la luna.
NOCHE DE CAMPO
Una rana viene a mí
no para cantar
sino para estarse quieta
y recordarme algo
De vez en cuando
un cocuyo
desaparece en su boca
y la rana entonces
deja escapar
en burbujas
sus ojos
En la rana
develada y desnuda
ha encontrado
su centro la noche
Las Hormigas son un dios que está en todas partes, son las que trazan los caminos negros donde agoniza la casa. Horacio nos habla de hormigas doradas, es decir, de gotas de miel enardecidas por conquistar el ombligo del mundo, los agujeros negros donde giran como estrellas blancas en busca de un grano de arroz; de hormigas rojas encendidas de pasión. Lo más seguro es que el deseo de estas compañeras inseparables sea atravesar los puentes de la luna. Caravana de obreras humildes que no cesan en su labor de seguir “cargando en la mesa/ briznas de pan/ cristales de azúcar/ migajas de la boca del tiempo”. Obreras de sueños en constante trasteo.
HORMIGAS
Por el tronco del yarumo
por el tajo de la hierba
rojas como el deseo
doradas como la fiebre
o modestísimas
cargando en la mesa
briznas de pan
cristales de azúcar
migajas de la boca del
tiempo
Ubicuas compañeras
más fieles que el perro
Sé que un día las veré
entrar y salir
silenciosas
por la puerta que olvido
En su poema Las garzas, Horacio establece un contraste entre el ritmo acelerado de la ciudad y el vuelo majestuoso, en cámara lenta, de estas aves que, según Cirlot, son un “símbolo de la mañana y de la generación vital”, y atizan con sus alas la candela del cielo. Viajan como los pensamientos hasta las orillas del sueño, hasta el horizonte donde un día se pierden como un velero atrapado en una tempestad, y pasan a ser la memoria de los crepúsculos donde muere la tarde o se levantan los rayos de los días.
GARZAS
Vuelan las garzas
sobre el corazón sin tregua
de la ciudad
Blancos pensamientos
en un cielo de cobre
hacia otras riberas
Alguien
muchacha o viejo
recuerda sueña
en el pozo limpio
de la ventana
Sus esquivas torcazas son impenetrables, como el Alcaraván, de Vito Apushana, el cual pone una barrera que no permite acceder a su universo donde vuela el camino que canta el desamor; como el cisne salvaje del Wichy, Luis Rogelio Nogueras, al que la más mínima cercanía humana lo podría matar: “Entre nosotros y las torcazas/ hay una distancia enorme/ (…) Ah las torcazas exclamamos/ empinándonos en la sorpresa/ y ya no las vemos”.
Nicolás Alejandro Medina |
Su Escarabajo, en miniatura, es pariente del de Edgar Allan Poe; en sus élitros el universo se mira la cara. No es un Sísifo subiendo su piedra -por el peso excesivo de adjetivos- hasta la cima de la montaña; tampoco es un Atlas cargando el peso de la Tierra; es un jugador de béisbol disfrutando del mundo que le correspondió vivir: “De cobre/ de oro/ es el espejo/ y la carga/ no de pena/ sino de paraíso”.
La oruga recuerda El sueño de la mariposa, de Chuang Tzu: la oruga es un monstruo que hace parte de la realidad; la mariposa, un sueño que hace temblar al universo: “Ser una fea oruga/ cerrar los ojos/ dormirse con el capullo/ despertarse/ mariposa”.
El colibrí nace en los ojos de la infancia y de una adivinanza que se caracteriza por el contraste de adjetivos: “Más quieto/ cuanto más rápido/ vuela”, por llevar en el pico la gota de agua donde nace la luminosidad del arcoíris, por enloquecer de la dicha a medida que se va convirtiendo en el mejor tesoro guardado por la naturaleza.
ESPLENDOR
Un día cualquiera
llegas al patio
de nuestra casa
inesperada
como un verdadero regalo
Qué esfuerzos haces
por no despertarnos
por ser un simple pájaro
que picotea maíz
Pero el niño que te descubre
cautivo es
para siempre
de tu esplendor
La tranquilidad de la vaca la hace sobrevivir a las catástrofes. Es la única sobreviviente del Apocalipsis. Su única preocupación: masticar hasta el infinito La serena hierba, vivir soñando en las manchas negras; vivir despierta en su color blanco pintado por la luz del alba.
PRADERA SIN LÍMITES
Como acabada de salir
del diluvio
a estrenar
la pradera sin límites
viene la vaca
su tiempo es purísimo
y cuando las trompetas del fin
recuerden nuestras cenizas
ella estará de pie
rumiando
los ojos en duermevela
La araña, como la Escala de Jacob, teje cruces de caminos, inventa laberintos, para llegar a las galaxias; para Cirlot, la araña se distingue por su “capacidad creadora”, por ser un “símbolo del centro del mundo”: “Araña la intersección de los caminos del aire”.
Nicolás Alejandro Medina |
Los Gallinazos son vida que se alimenta de la muerte para no dejarse morir. “Por eso la muerte/ no se deja morir/ aunque esté muerta”, dicen los versos de un poeta que adoro. Torpedos que hacen un ritual de círculos concéntricos y luego se abalanzan sobre los despojos; en las mañanas parecen atletas practicando el salto con garrocha:
GALLINAZOS
Se la pasan todo el día
entre el techo del mercado
y el caño donde rondan
la mísera carroña
Con el crepúsculo
levantan vuelo
en espiral
cada vez más alto
hasta ser
en la vastedad del aire
negras
enfiladas
naves
Para Horacio, las abejas simbolizan la vida; mientras que las moscas representan la muerte: “-¿CIERTO QUE las que zumban/ son las abejas/ en torno a los caballos que comen caña?”; “(Cómo decirle que no se ve nada/ y que las que zumban son las moscas/ sobre nuestros cuerpos insepultos”.
Horacio nos presenta sus palomas con los siguientes versos: “Si es hermoso el cuello de la paloma/ que brilla y se pierde en la penumbra”. Palomas que rompen con su vuelo la frontera entre la realidad y el sueño, para aterrizar de emergencia en “un islote de luz”.
¿OYES ese vuelo
ese aletear en el patio?
Debe ser una paloma
¿Y qué busca una paloma
en nuestro sueño?
Tal vez un islote de luz donde posarse
Pájaros hay que anuncian con su canto negro la partida de alguno de los seres queridos. En este poema, Horacio da a entender, de alguna manera, que la vida es nuestro propio infierno:
HAY un pájaro
que canta al anochecer
rondando la casa
del que va a morir
Su canto será lo último
que escuchemos
y así nuestro círculo
estará cumplido
Maestro Álvaro Neil Franco Zambrano |
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