JUAN MANUEL ROCA
Miyer, Hildebrando, William, Darío, Roca, Ayda y Felix |
Hace muchos años Juan Manuel Roca visitó Duitama y tertulió con nosotros un par de tragos de aguardiente. Roca es quizás el poeta más importante de estas tierras; dueño de una poética que no encaja en la moda que se impone.
Darío Rodríguez fue el encargado de presentar al poeta y escribió el texto que vale la pena dar a conocer a los lectores de la buena poesía quienes deambulan por ahí buscando la genialidad. También encimamos uno de nuestros poemas favoritos del poeta: se trata del poema Parábola de las manos.
JUAN MANUEL ROCA
POR DARÍO RODRÍGUEZ
Cuenta la leyenda que
el poeta Juan Manuel Roca tiene un sobrino llamado Luis Vidales, poseedor de
una extraña cualidad: la incapacidad para envejecer. A pesar de los noventa
años trascurridos desde las primeras vociferaciones de sus timbres, este
muchacho no da muestras de estancamiento, ni siquiera de seriedad. La herencia
del poeta Roca se nota a las claras en este perspicaz y juguetón poeta joven:
una sonrisa digna del gato de Cheshire.
Cuenta la leyenda que el
poeta Juan Manuel Roca creó un reino nocturno. Algunos de sus territorios
preferentes son: distinguidos, esforzados ademanes de ciegos; una serie de
lunas a veces aterradoras, en ocasiones invisibles; personajes disímiles
embebidos en su constante soliloquio; un
individuo con destino singular cuyo nombre es Nadie, por igual hijo digno de
Henri Michaux y de Homero.
Cuenta la leyenda que
el poeta Juan Manuel Roca fue maestro. Sus alumnos pueden contarse por miles.
Su aula era una página de poesía y unos textos dominicales y necesarios como la
alimentación, publicados por el sabio suplemento literario de un periódico.
Aquellas hojas de papel fueron ventana, guarida, escudo y brújula para quienes
solían leer los sucesos del mundo, los que de veras poseían algún valor, en
aquellos modestos folios. Esa gente criada gracias a otra leyenda: existía un
lugar, no era Bogotá aunque tampoco Jauja, donde la palabra modificaba no solo
la percepción de la realidad sino esa cargante piedra de Sísifo: lo real mismo.
Cuenta la leyenda que
los habitantes de la vigilia, nosotros, con nuestras existencias alquiladas al
deber diario, no dejamos de recurrir al poeta Juan Manuel Roca, y solemos
pedirle explicaciones serias acerca de esta sombra, de esta nación donde
sobrevivimos. Y él ha dicho: en este país se pedalea, salvo que sobre una
bicicleta estática; la historia está contada no por el lado de la punta del
lápiz sino por el lado de la goma; esta es una nación claroscura, de
mezzotinta.
Cuenta la leyenda que
el poeta Juan Manuel Roca, no contento con ofrendarnos los resultados de su
combate frente a los tonos, las músicas del verso, se atrevió a escribir un
extenso poema en prosa – al cual otros denominan “novela” – titulado Esa
maldita costumbre de morir.
Cuenta al fin la
leyenda que ya hemos atesorado a su fabricante de espejos, a sus máquinas de
coser sobre las que se puede volar, sus cartas rumbo a Gales y en el buzón del
viento, a su enfermera bella como un albatros, a sus ruinas de Roma, a un
puñado de ángeles aprisionados dentro de unos guacales, a su poema de naufragio
dedicado al titiritero Álvarez y al anarquista Múnera, a la vieja escalera que
traquea.
Pese a la feria ruin y
a la masacre, posibles huellas dactilares de esta tierra, volvemos a
congregarnos en torno a la poesía, miembros de esa tribu mencionada en uno de
sus libros amados, La Rama Dorada de James Frazer, convencidos de la
justificación y el alivio que nos brinda la palabra. Hemos venido atendiendo a
un aviso leído en las calles que rezaba: Juan Manuel Roca invita a una
cena.
PARÁBOLA DE LAS MANOS
Por Juan Manuel Roca
Esta mano toma un
fruto,
La otra lo aleja.
Una mano recibe al
halcón, se quita un guante,
La otra lo ahuyenta,
prende una antorcha.
Una mano escribe cartas
de amor
Que su equívoca siamesa
puebla de injurias.
Una mano bendice, la
otra amenaza.
Una dibuja un caballo,
La otra, un puma que lo
espanta.
Pinta un lago la mano
diestra:
Lo ahoga en un río de
tinta, la siniestra.
Una mano traza la
palabra pájaro,
La otra escribe su
jaula.
Hay una mano de luz que
construye escaleras,
Una de sombra que
afloja sus peldaños.
Pero llega la noche.
Llega
La noche cuando
cansadas de herirse
Hacen tregua en su
guerra
Porque buscan tu cuerpo
Muchas gracias. Recuerdo imborrable esa visita de Roca a Duitama.
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