¡ESTUDIE VAGO! TODO, MENOS POLÍTICA // PANDEMIAS


Compartimos dos columnas. La primera, escrita por Elizabeth Torres, una joven estudiante de Ciencias políticas de una Universidad que queda en la sabana de Bogotá, antigua estudiante del Santoto y escudera del proyecto Mnemósine, y la segunda, una columna del profesor Anderson Estupiñán del colegio Integrado de la ciudad de Duitama, y quien también es un escudero de las causas quijotescas como esa de preocuparse por el grado de indiferencia de la sociedad colombiana, o como esa otra de pensar un país en el que la violencia deje de ser una forma aberrante de nuestra cotidianidad. Reflexionen sobre lo que nos proponen los dos textos y pasen la voz a ver si alguien aprovecha este tiempo de encierro para pensar un poco. 
MFP



¡ESTUDIE VAGO! TODO, MENOS POLÍTICA

ELIZABETH TORRES CORREDOR
Estudiante de Ciencias Políticas

El pasado 19 de febrero de 2019, los representantes por el Centro Democrático, Alejandro Corrales Escobar y Edward David Rodríguez, presentaron ante la Cámara de Representantes, el Proyecto de Ley 312, titulado “Por medio de la cual se establecen prohibiciones al ejercicio de la docencia y a directivos de planteles educativos”; en síntesis, el proyecto buscaba sancionar a los docentes que, en clases diferentes a las ciencias sociales, hablen sobre política; esto con el fin de preservar “el orden legal, los derechos fundamentales, los valores humanos y la ética”. Al parecer para estos dos, que se hable de política, o, mejor dicho, que se enseñe política en el aula de clases, va en contra del orden legal, los derechos fundamentales, los valores humanos y la ética. 

Es cierto que la política, y más la colombiana, de ética tiene muy poco, pero no por eso se debe censurar; quizás, solo en las urnas. Antes de iniciar, es preciso señalar dos cosas importantes que los congresistas ignoran: la primera, educación política es distinto a adoctrinamiento; y dos, orden legal no es símil de ordenamiento jurídico (la primera no tiene una acepción en el derecho, la otra sí).

   Es propio del partido de gobierno, avocar derechos constitucionales; usar todo tipo de falacias, recurrir a los sentimientos, para limitar el goce y garantía de aquellos derechos, que para ellos y para los gobiernos autoritarios, resultan incómodos. Es un contrasentido que, abogando el pilar de la pluralidad y neutralidad del Estado, y, la promoción de la libertad de creencia, se pretenda limitar la libertad de cátedra de la que gozan todas las instituciones educativas y los docentes del país. Contrasentido que se manifiesta en varias posiciones del partido, por ejemplo, promover la guerra y la destrucción del Proceso de paz, para la consecución de la paz; fortalecer la división de poderes, unificando las Altas Cortes.

A pesar de que, el proyecto fue retirado días posteriores, es necesario traerlo a colación, porque es menester exigir una formación política de calidad, en las aulas, con unos lineamientos y pautas que no permitan el adoctrinamiento y siempre garanticen la libre expresión en el marco del sistema democrático. Hablar de política no debería ser un asunto indecoroso ni tampoco reservado a ciertos espacios y a determinados actores; por el contrario, es imprescindible fomentar el dialogo público, político y social sobre los asuntos que atañen a todos y todas. Es por ello fundamental que desde las escuelas se dé la promoción de espacios de participación política y social; se fomente la discusión política en las aulas, y que los jóvenes se comiencen a reconocer como agentes de cambio y transformación en todos los territorios del país.

Por el contrario, la realidad nos muestra jóvenes apolíticos e indiferentes con las problemáticas de la sociedad colombiana. Jóvenes que al cumplir la mayoría de edad deben participar del ejercicio democrático y como no tienen un criterio, un acercamiento previo y constante con el ejercicio político y social, son presas fáciles de políticos demagogos y populistas.

Además, esta apatía por los asuntos públicos les ha costado la exclusión en el ejercicio de la administración de los gobiernos locales, departamentales y nacionales. En consecuencia, vemos planes de desarrollo que en lo más mínimo atienden a los intereses, necesidades y problemáticas de los jóvenes; por ejemplo, la garantía de espacios institucionales y no institucionales para la participación e incidencia en los asuntos públicos; el acceso a la educación media y superior de calidad; ofertas laborales dignas, etc. Adicionalmente, el mejor escenario para un gobierno autoritario y corrupto es una población que no le interese participar en los asuntos públicos, realizar control social y no entender el tema político. En ese sentido, ¿vale la pena clausurar las discusiones sobre política en las aulas escolares? En cambio, la sociedad civil debe exigir el fortalecimiento de los gobiernos escolares, el involucramiento de los jóvenes en los asuntos de la agenda pública y la movilización de estos para la promoción y salvaguarda de los derechos constitucionales, cuando los mecanismos institucionales se quedan cortos para estos fines.

Las aulas educativas son un escenario importante para la difusión y conocimiento del Estatuto de ciudadanía juvenil, y, de los mecanismos de participación ciudadana para garantizar su cumplimiento. Por ello, es conveniente involucrar a los docentes en la formación política integra de los jóvenes.

Por último, con la excusa de la pandemia, el gobierno nacional recortará el próximo año, la inversión para los asuntos sociales, la cultura, el deporte y la ciencia, tecnología e innovación, lo cual afecta directamente a los jóvenes quienes participan o les gustaría ingresar a alguna actividad relacionada con estos sectores. Por consiguiente, todos los sectores sociales deben rechazar esta orientación gobernista y partidaria; cuyas decisiones, irremediablemente, aumentarán la desigualdad social y la tasa de pobreza y de pobreza extrema. Es precisamente, en este contexto, en donde la formación política en las aulas es fundamental para garantizar que los gobernantes en defensa del sector privado, no menoscaben los derechos sociales, políticos y económicos que garantiza la Constitución Política de 1991.


PANDEMIAS

Por Anderson Estupiñán
Docente colegio Integrado Duitama

La historia reciente de este país sigue teniendo los síntomas de ser una tragedia, pese a los grandes esfuerzos de un amplio sector de la ciudadanía, que en los últimos años se ha manifestado de manera valiente para tratar de cerrar una página, o mejor, todo un capítulo llamado violencia, esta sigue sin cesar.

Cuesta reconocerlo, pero, la realidad confronta de manera evidente lo que los gobiernos han tratado de ocultar o no pueden ver, la sociedad colombiana se encuentra encerrada en un laberinto sin salida que profundiza cada vez más el delirio colectivo de la apatía, que se contagia y se propaga como una pandemia endémica; la apatía ha hecho de cada individuo un universo que no necesita del otro, y al reconocer al otro, lo distingue dentro del colectivo como un potencial enemigo. Así, tenemos una sociedad profundamente polarizada, despolitizada y desigual; una verdadera “maza sin cantera” como arpegiara alguna vez un cantautor antillano.

No hay otras razones para explicar el espectáculo mediático que ha suscitado otra pandemia, esta vez importada, el SARS-CoV2.  El virus más allá de comprometer la vida del “bípedo implume”, ha dejado ver la parte más oculta de la tragedia, reconciliar al humano con la muerte y recordarle su vulnerabilidad. Por primera vez, en mucho tiempo, los deseos de la modernidad se han extrañado: dios, la familia, el Estado (el de Hobbes por supuesto) y la solidaridad, por solo mencionar algunas expresiones en crisis; basta con hacer una sencilla comparación entre las muertes provocadas por la violencia en las cárceles y el virus; o peor aún, los asesinatos a líderes sociales y el virus. ¿Qué diferencia a los muertos? ¿Por qué somos una sociedad indiferente?

No quiero pasar por indulgente con la grave situación que vivimos; solo quiero reflexionar sobre tres elementos. ¿Por qué los más de 500 líderes sociales asesinados, desde la implementación de los acuerdos, es una cifra que, primero nadie conoce, y segundo, a nadie sacude o conmueve?

Quiero llamar la atención en la equivalencia de las estadísticas; los muertos por el SARS-CoV2, son seres humanos igual que los muertos acontecidos por la pandemia de la barbarie; sin embargo, hay dos elementos que los hacen diferentes, mientras estos casi 500 (datos oficiales hasta el día de hoy) colombianos muertos por el virus - de los cuales en la mayoría de los casos sabemos absolutamente todo: su nombre, su procedencia, su familia, su edad etc.-, en la totalidad de los otros casos (los líderes sociales), solo sabemos que fueron asesinados; no tenemos mayores indicios porque nunca nos interesó; y ¿cuál es la razón para que algunos muertos sean importantes y los otros no? Puede haber muchas razones; Lipovesky escribió a finales del siglo pasado, un texto que se convirtió en referente de análisis para identificar los rasgos sociológicos de la crisis de la modernidad, así:

“¿Por qué un sistema cuyo funcionamiento exige la indiferencia se esfuerza continuamente en hacer participar, en educar, en interesar? ¿Contradicción del sistema? Mucho más, simulacro de contradicción… Cuanto más los políticos se explican y exhiben en la tele, más se ríe la gente, cuantas más octavillas distribuyen los sindicatos, menos se leen, cuanto más se esfuerzan los profesores porque sus estudiantes lean, menos leen éstos. Indiferencia por saturación, información y aislamiento” (2015, p. 44)  

Para este análisis, justamente se empezará por el concepto de aislamiento; un rasgo característico de la pandemia del SARS-CoV2, es que su origen se establece en la médula del capitalismo global, primero la potencia económica China, seguido de países del centro de Europa y ahora recientemente Estados Unidos y Brasil, han sido el epicentro de la enfermedad; ahora, si contrastamos esta situación, se presenta que la pandemia de la violencia en Colombia arreció contra las comunidades ubicadas en la periferia del ecosistema, donde solo llega el azadón de las comunidades agrícolas, campesinos, indígenas y afrocolombianos. Esta primera distinción no es casual, el polo de atención está diferenciado por las dinámicas asimétricas en que se ordenada axiológicamente la sociedad actual; en otras ocasiones, el ébola y la malaria generaron graves afectaciones a la salud de países enteros, sin embargo, estas emergencias fueron imperceptibles a la comunidad global, como la violencia en Colombia.

El segundo rasgo característico, está relacionado con la información; mientras la tragedia de la violencia se perpetuó, solo fue retratada por un puñado de periodistas y académicos independientes; durante décadas el estudio de los hechos acontecidos en el marco del conflicto armado, fue una tarea de personas que a riesgo de su propia integridad, de forma consiente, proporcionaron las bases para conocer lo ocurrido; sin embargo, aún la verdad no aparece, la historia ha sido condenada al ostracismo, y lo peor, está enjuiciada en el olvido, debido a que todos los centros de producción de información, están supeditados a lógicas que hacen parte de la asimetría mencionada anteriormente; es un ritual más importante recordar el 5 a 0 de Colombia frente a Argentina cada año, que conmemorar en una plaza pública la memoria de las víctimas; lo segundo, es una locura. 

Finalmente, el tercer elemento, la saturación, llevó a convertir la violencia y la muerte en hechos cotidianos; generaciones enteras crecieron viendo a la hora del almuerzo, en los noticieros, los actos de crueldad perpetuados por la guerrilla, los paramilitares y el Estado, al punto de que un estudiante de secundaria hoy, no es capaz de diferenciar las causas del conflicto, ni sus actores. Naturalizar la violencia pasa por el filtro de hacerla parte de la cultura, por ejemplo, el “sicariato” en Colombia, hace parte de la construcción socio cultural e identitaria de la población; de hecho, genera un micro mercado de turismo, ocio, y culto, anclado a las figuras de asesinos y mafiosos, evidenciando el verdadero trasfondo de nuestro encierro. 

En resumen, estos tres fenómenos permitieron configurar un estado de apatía generalizado, que, en últimas, ha llevado a justificar de diferentes maneras, todas racionales, la violencia. La sangre se ha convertido en nuestro espíritu y la naturalización de la muerte sigue comprando almas. Por otro lado, el SARS-CoV2, por lo menos, siendo sinceros, ha despertado una solidaridad aparente; sin embargo, en Estados Unidos se disparó la venta de armas durante la pandemia y en Colombia los índices de violencia intrafamiliar no paran de subir; se nos olvidó vivir juntos entre la pandemia de la violencia y la del virus.
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Lipovetsky, G., Pendaux, M., & Vinyoli, J. (2015). La era del vacío. Barcelona: Anagrama.



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