El eco de la tormenta o la poderosa voluntad de los aniquilados
La poesía se carga con la voluntad de los aniquilados, nos enseña el poeta Carlos Fajardo Fajardo en su más reciente libro de poemas titulado El eco de la tormenta (2021). Compartimos con ustedes la reseña y algunos de los poemas del libro. Roten si pueden; a lo mejor estas palabras consigan dar con el autor, o sirvan de candil para el camino en estas noches tan oscuras a merced de tanto bárbaro. Ahí nos vemos.
El eco de la
tormenta o la poderosa voluntad de los aniquilados
Por Miyer Pineda
Poeta Carlos Fajardo Fajardo |
El eco de la
tormenta (2021) es el más
reciente libro del poeta Carlos Fajardo Fajardo (Cali,1957). El oasis de donde
toma el nombre sirve como epígrafe de la obra; se trata de un verso de Adam
Zagajewski que dice: “El poema es capaz de frenar el eco de la tormenta”. Zagajewski
murió en plena pandemia a los 75 años, el día internacional de la poesía, es decir,
el 21 de marzo (del 2021). El poeta polaco había nacido cuando culminaba el
horror de la segunda guerra mundial, el 21 de junio de 1945, y tuvo que huir
porque empezaba otro horror, el del peso atroz de lo que vendría a ser la
expansión de la URSS, con sus Gulag y su carretera de los huesos. No deja de
ser impresionante el hecho de que haya nacido en Lvov, ciudad de la actual
Ucrania, y que, en este preciso momento dicho país se encuentre en plena
guerra, a merced de Rusia y del abandono; quizás el poeta polaco habría señalado
que comenzaba otro horror, y que eso, precisamente, es la Historia de los
hombres, insufrible sucesión de horrores.
La obra de
Zagajewski es toda una postura ética en la que la palabra es refugio y
señalamiento de las fuerzas que han hecho de lo humano, elemento artificial,
cuya única función (o destino), es ser explotado por otros hombres; por tanto, el
poeta polaco, se place en combatir desde la trinchera de la estética, cualquier
forma de totalitarismo, erigiéndose así, en férreo defensor del humanismo;
quizás la única vacuna que le queda a la especie, si es que logra comprender lo
que está en juego en estos momentos de la historia.
Desde el otro
lado del Atlántico, el poeta Carlos Fajardo, en su buhardilla resguardada por
los libros y la música, piensa en que esa postura de Zagajewski, ha sido la
constante durante más de un siglo, en la obra de la mayoría de los
intelectuales, poetas y lectores de este país abandonado por los dioses. Aquí
los poetas del reino adornan las paredes de su casa e intentan vivir lo mejor
que pueden, sabiendo que la respiración y la sed, son posibles mientras afuera,
en otras regiones, o en otras calles, Colombia es un patíbulo. El poeta se
enfrenta a la hoja en blanco, sabiendo que el año anterior, hubo más de 100
masacres y que el año anterior al anterior, hubo más de 90 masacres, y que este
año que avanza galopante, el gobierno mediocre y corrupto de turno, contempla
desde su burbuja, cómo se han cometido en estos tres primeros meses, cerca de 30
masacres, mientras en medios de comunicación, redes sociales y a nivel
internacional, y contra toda evidencia, asumen la postura del imbécil. El poeta,
aquí en el reino, va trazando las oscuras grafías que redimen el horror,
sabiendo que la mitad de la población no puede comer bien y que un buen
porcentaje de la otra mitad está endeudado de por vida, mientras el narco
(ahora político y empresario), se ha tomado -a punta de genocidio- la
democracia y el Estado, sometiendo prácticamente a todas las instituciones.
¿Frente a esta
realidad queda la fuga? Porque ¿qué puede un hombre cuya única religión es la
palabra, cuando hasta la muerte ha sido instrumentalizada, y se ha impuesto el peso
del olvido y la censura, a pesar de la fetidez de nuestra historia? ¿Qué
habrían respondido Gabriel García Márquez, Marta Traba o Jorge Gaitán Durán? Mientras
se esbozan trazos de comprensión, solo podemos escuchar a los poetas; frente al
fuego o rumbo al infierno personal que se lleva la poca energía que queda en
los huesos, quizás solo podemos leer en los muros y en las grietas, los versos
del
poeta que ha
alzado su alma y su palabra para señalar a los criminales que enaltecieron la crueldad.
Por estas mismas razones, solo queda recordarles a los poetas que, a lo mejor,
la fuga es otra forma de la complicidad, y que, por tanto, es justo exigir una
declaración de principios que parta de las lecciones del pasado; una de ellas y,
quizás la más importante, pensar en que toda estética se cimenta sobre una
ética, tal como lo enseñó Jorge Gaitán Durán
Teniendo esto
presente, tomamos una antorcha para atravesar los umbrales del libro El eco
de la tormenta (2021), mientras afuera las bestias del horror, siguen -y
seguirán- haciendo de las suyas, disfrutando el terror de ese país inerme y silencioso,
cuyo destino es ser miserablemente cómplice.
El poeta Carlos
Fajardo, abanderado, ha hecho de la palabra un báculo; dialoga con la zarza y
es ya sumo sacerdote de la poesía: esa depuración de la fe sin dogmas y sin
templos, construida sobre los huesos de otros fieles sometidos al hechizo de la
palabra. Su poética sugiere que, de existir un templo, sería un cuerpo de mujer
o la encarnación de la belleza en cada una de las criaturas de la naturaleza. El
poeta se asume como escudero humanista de esa fe; y por eso mismo es pobre,
rechazado y loco. Quijote, sabe que donde hay molinos en realidad hay monstruos;
sabe que debajo de esta inmovilidad que atosiga, palpita la monstruosidad que
detesta lo humano. Su pregón es por la búsqueda de un lugar en el que se pueda
escuchar con tranquilidad “el silbo de los pájaros”. Y así comienza el
recorrido: el libro cartografía e historia la inquietud y la angustia; propone
detenerse para pensar en lo que sucede mientras cientos de miles de hombres,
mujeres y niños, pasan huyendo desesperanzados hacia otras formas del amanecer
y del crepúsculo; nacieron del horror y de él escapan con sus perros y el fardo
de sus sombras:
“Las chicharras
revientan en suelos infértiles
y el sol calienta
los huesos del desaparecido.
En el matorral
algún perro husmea los restos del náufrago
y el abandono
cuelga de una puntilla
en la agonía del
hogar”
(Fajardo
Fajardo, 2021, p. 25)
Los títulos de
los poemas no ceden a la metáfora mientras las imágenes y las palabras se hilan
para dignificar el dolor, el desamparo y la desesperanza de una población
inerme ante la tiranía de los bárbaros que amordazaron al Estado. El poema de
los desaparecidos (p. 26) se solidariza con los huesos y los restos de más de
150 mil personas que han muerto más de dos veces, porque jamás se pudieron
encontrar sus cuerpos para que sus familiares les pudieran ofrecer los rituales
funerarios necesarios, requeridos, para que el barquero lleve las almas a la
otra orilla. El poeta ofrece su palabra como óbolo y Caronte lo sabe. El poeta comprende
que al desaparecido, en alguna esquina o en alguna calle, alguien lo vio por
última vez; alguien le abrazó y le dijo
esas palabras que alivian y que emocionan; el poeta presiente en el aire esa
quietud del tiempo detenido, herido con la huella de ese ser macerado por los
empresarios de la muerte sometida; alguien, una última vez, recuerda cuando
pronunció su nombre y le extendió un saludo o un gesto de reconocimiento:
“Arduo este mutismo en la cresta del aire… Ardua esta quietud, el despojo de
nuestro linaje” (p. 26). El poeta se duele porque en su dolor está la humanidad
disminuida como lo señaló John Donne en su poema, mientras doblan las campanas
y el poeta Fajardo sabe que la desaparición de estas decenas de miles de
personas dejó en la respiración de la memoria colectiva, una anomalía que
entorpece a la especie, y, sobre todo, a los sobrevivientes.
El poeta, en su
libro, cuestiona la noche cíclica que es la historia de Colombia; esa brutal
costumbre de evitar que los ciudadanos mueran de muerte natural, de viejos, o
enfermos mientras se juega una partida de ajedrez con una muerte libre, sin grilletes
y al servicio de la casta salvaje que gobierna:
Muerte propia
Entonces la
lluvia llegó de repente
y nosotros
esperamos durante años
que las hojas de
nuestro árbol cayeran serenas
sin que mano
extraña las tumbara;
que nuestra
muerte fuera nuestra propia muerte
y no la que otros
deseaban.
Todos estos años
lo hemos esperado.
Cuando llega la
mañana
volvemos de nuevo
a las apuestas,
a querer soltar
las amarras de nuestras culpas,
morir por fin
como queremos
y amar nuestro
propio árbol
donde las hojas
caigan
sin que mano
extraña las derribe
(Fajardo
Fajardo, 2021, p. 27)
El poema El
ausente (p. 28), se arrastra en la sombra con la canción que es himno en
fiestas de fin de año, y que se torna en una verdad dolorosa para las familias;
a lo mejor esa persona esté en algún álbum familiar (esos dinosaurios de la
memoria que se extingue); o, a lo mejor, su diploma o la fotografía en la pared,
sean el contraste de la felicidad de los que están presentes. El perro de la
casa o la puerta, esperan sus pasos y reconocen el aroma de la voz del que no
llega. Otros sobrevivientes decidieron
meter todo eso en un baúl, a ver si el dolor disminuía; otros ya acostumbrados,
sienten un leve zumbido en las entrañas cada vez que el recuerdo de esa persona
se recoge en el olvido. El lector, acercándose a lo humano, supone que el
desaparecido, justo antes de morir, o en algún momento de la noche, fue
consiente del hogar, de la familia, de los pasos, del camino, “de la mano de la
madre que pesaba el misterio” (p. 30). Los ausentes, son labriegos que viven
entre las paredes; ese es su Encanto; ya hasta Disney lo sabe, mientras -paradójicamente-
la banda sonora del horror la hacen muchos artistas que patrocinan genocidio,
violaciones, corrupción y las masacres que no cesan.
Todos los males
de ese pueblo llano recorren el comienzo del libro, y el lector que se detiene
a sopesar la insoportable levedad de lo humano desvanecido, ve la procesión
como en una pesadilla de Ray Bradbury
Nos habíamos
prometido encontrar alguna luz,
pero no hay
cielos distintos ni mejores senderos
Si tuviéramos al
menos una palabra,
una prédica que
descifrara nuestros rostros.
(Fajardo
Fajardo, 2021, p. 36)
los
escapularios colgados en el pecho
y
la promesa de no volver
mientras
queden algunos pasos por dar
(Fajardo
Fajardo, 2021, p. 38)
Con
nuestras caras manchadas por el sol,
sin
patria, sin ley ni Dios,
así
nos marchamos.
(Fajardo
Fajardo, 2021, p. 39)
Pero hay
realitys, cerveza, fútbol y promesas del narco genocida; hay Tv y música
deprimente de burdel barato en donde el deseo pordiosero yace presto para aniquilarse;
y para las nuevas generaciones, también hay cables y pantallas; el propósito es
inyectarse dosis de placer y de fuga. La realidad se encuentra en llamas y la
estupidez es una forma sensata de apagar el incendio; la estupidez evita que
tengas que andar con la cabeza baja. Al final, es el poeta quien se detiene a
marchar con la procesión de los migrantes:
A fuego lento
Mantengamos a
fuego lento el candil del recuerdo,
una tarde, un
adiós, una alianza,
los objetos que
habitaron las repisas,
aquella palabra
de relámpago iluminando una promesa,
los cinco o diez
propósitos
desplegados ante
el temblor de un deseo.
Mantengamos a
fuego lento las rabias del padre,
la voz del
hermano en las tardes de agosto,
la prudente
tristeza de la madre,
sus ojos velando
tras el sueño.
Mantengamos
encendido este candil
como barca de
náufrago,
único estandarte
que nos queda.
(Fajardo
Fajardo, 2021, p. 41)
En algunos poemas
del libro, la poética de Fajardo realiza nuevas búsquedas; contiene su estilo
lírico y se abre paso a un tono coloquial y conversacional, porque en este lado
del Atlántico, la palabra es pan que al volverse abrazo podría poco a poco
vencer a estas miserables formas de la muerte (p. 46). En otros poemas, la
relación inseparable entre Eros y Tánatos, o entre infancia y memoria, “reinos
donde el placer se hizo posible” (p. 48), mientras, la preocupación por el país
que se diluye entre los dedos acompaña la reflexión sobre la razón de ser del
pensamiento y del lenguaje, frente a los bastos territorios del miedo y del
hambre. Por eso el libro El eco de la tormenta es tan hermoso y
desesperanzado; desde la portada se congela la angustia, la fuerza bestial de
la agresión; y no podía ser de otra manera; la pintura ha sido una constante
escudera en la obra de Fajardo, no en el sentido de la écfrasis como estrategia
para abordar el mundo poético, sino como una manifestación verbal y plástica del
desentrañamiento de los malestares del mundo y de la condición humana. Así lo
han entendido artistas como Walter Tello, Eduardo Esparza y Hebert Cruz,
quienes han establecido un diálogo con la obra del poeta, publicado en el libro
Entre orillas
Pocas veces en el
territorio de la lírica colombiana se puede establecer un diálogo entre la obra
poética en sí, y la declaración de principios nacida de la constante reflexión
sobre el lugar de la poesía en un país en descomposición como el nuestro y en
un escenario global tan inhumano. Es inevitable volver a los nueve ensayos
compilados en el libro La poesía a la intemperie
Allí ha sido el
poeta quien se ha propuesto pensar la poesía como un oasis desde el cual se
puede imaginar un país al margen de la barbarie. El poeta deviene escudero del
sendero de la Diosa, y sugiere: “Reconozcamos entonces el conocimiento de
nuestra propia pérdida, aceptemos nuestra propia no resurrección: la poesía
está aquí y no en otro reino” (Fajardo, 2019, p. 10). Es inevitable retomar su
diálogo con Zagajewski quien advertía que “No es difícil percibir que
nos encontramos en un momento que es poco propicio para la poesía”
Es la muerte, decimos
y el aullido del viento en los socavones
se escucha contra los muros.
Lo mencionamos en voz baja
y andamos en puntillas por los cuartos
pues ella envuelve con su hábito
los párpados del que duerme la siesta,
teje con relucientes hilos
la sábana del desahuciado,
se camufla en la brisa
que azota los muros
como nocturna premonición,
cuchillo que violenta nuestro sueño,
corta la transparencia del día.
La hora de la verdad
A la hora de la verdad
alguien reza o lee o llora
o camina por un sórdido sendero
o piensa en abandonar el país,
dejar su casa,
escribir quejas inútiles,
tumbarse en miserables jergones,
mientras recuerda las promesas recibidas,
las promesas que escuchó en la barra del bar
un día de abril cuando lejano
se extravió en algún pecho.
A la hora de la verdad
alguien ve pasar su destino
deseoso de haber sido diferente
y se desploma como lluvia
sin que la hierba a su paso reverdezca.
El arrepentido
El genocida confiesa que no fue su culpa,
que todo se debió a una equivocación,
que no tenía pretensiones de asesinarnos,
que los perdonemos,
que está arrepentido,
y llora ante las cámaras convencido;
agacha el rostro,
se enjuaga las lágrimas,
saca a relucir su Otro Yo,
la buena persona que es,
al niño que lleva adentro,
y todos convencidos lo perdonamos,
le damos la bendición
y también lloramos,
hasta nos acusamos por nuestra poca compasión
y convencidos superamos el odio,
todo nuestro dolor,
la solicitud de una larga condena,
y en tanto se apagan los focos
con cínica sonrisa
se burla a nuestras espaldas,
maldice nuestro nombre
Referencias
Bradbury, R. (2008). Crónicas marcianas. Barcelona: Minotauro.
Fajardo Fajardo , C. (2019). La poesía a la intemperie. Medellín: La Carreta.
Fajardo Fajardo, C. (2021). El eco de la tormenta. Bogotá: Domingo atrasado.
Fajardo Fajardo, C., Tello , W., Esparza, E., & Cruz, H. (2021). Entre orillas. Cali: Caronte Ediciones.
Faulkner, W. (1956). Los Invictos. Madrid: Aguilar.
Gaitán Durán, J. (1975). Obra literaria de Jorge Gaitán Durán. Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura.
Zagajewski, A. (20 de Octubre de 2017). https://wmagazin.com. Obtenido de Discurso de recepción Premio Principe de Asturias: https://wmagazin.com/la-bella-y-triste-realidad-de-la-poesia-segun-zagajewski-al-recibir-el-princesa-de-asturias-de-las-letras/
Si bien podemos saber de varias obras del autor Carlos Fajardo, se puede apreciar tal sentimiento hacia algunos hechos tristes ocurridos en nuestro país Colombia, se puede ver como la poesía nos puede dar una idea del sentimiento que llegan a tener las personas que lo viven. En este punto reitero lo bien conseguido que esta el sentimiento en cada poema ya que con metáforas logra trasmitir lo que el poema quiere decir.
ResponderEliminarHablando del contexto y las obras del autor, una de las que más me llamo la atención fue "La hora de la verdad" dónde narra el sentimiento de ese momento en el que cada uno tomara o toma la decisión de dejar todo atrás, viendo las promesas vacías atrás, sabiendo que está a punto de tomar una decisión difícil pero que valdrá mucho la pena que significa avanzar.
Bajo el régimen que muestra en la obra "el eco de la tormenta", a mi disposición de pensamiento son pequeñas amalgamas que hacen referencia a lo "arrastable" y lo miserables que somos bajo una dictadura. Lo tomo como el refugio al sonido de la guerra y la depresión que causa el texto sobre la humanidad, pero también trae el lado positivo, a mi pensar, donde al final de cada lluvia y tormenta florecen las flores y que muchas veces es mejor descansar en el silencio solemne de nuestra alma.
ResponderEliminarBajo el régimen que muestra en la obra "el eco de la tormenta", a mi disposición de pensamiento son pequeñas amalgamas que hacen referencia a lo "arrastable" y lo miserables que somos bajo una dictadura. Lo tomo como el refugio al sonido de la guerra y la depresión que causa el texto sobre la humanidad, pero también trae el lado positivo, a mi pensar, donde al final de cada lluvia y tormenta florecen las flores y que muchas veces es mejor descansar en el silencio solemne de nuestra alma.
ResponderEliminarBajo el régimen que muestra en la obra "el eco de la tormenta", a mi disposición de pensamiento son pequeñas amalgamas que hacen referencia a lo "arrastable" y lo miserables que somos bajo una dictadura. Lo tomo como el refugio al sonido de la guerra y la depresión que causa el texto sobre la humanidad, pero también trae el lado positivo, a mi pensar, donde al final de cada lluvia y tormenta florecen las flores y que muchas veces es mejor descansar en el silencio solemne de nuestra alma.
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