La poética de los puertos escondidos. Acercamiento a un libro inédito de Luis Miguel Rodríguez.


La poética de los puertos escondidos.

Aproximación a un libro inédito de Luis Miguel Rodríguez .


Por Miyer Pineda




Álvaro Neil Franco, Esteban Vega, Luis Miguel Rodríguez   y el río.

Debió ser a finales del siglo XX; Rogelio Echavarría fue uno de los jurados en el Concurso Departamental de Poesía de Boyacá, organizado por el CEAB en alguno de esos años. El CEAB, ese espacio creado con la mejor voluntad del mundo para defenestrar la literatura que se hace en el departamento.  Me disculparán, pero son pocos los buenos libros que han sido premiados en ese concurso, porque quienes toman las decisiones nunca han podido entender que los jurados tienen que ser escritores y poetas con trayectoria, y que esto, a su vez, implica tener una obra madura, seria, reconocida en el respectivo campo; tampoco han logrado comprender, que si siguen nombrando personajes que no tienen idea de lo que implica crear, la poesía -ya volviendo al tema- que nace en esta tierra, jamás progresará, evolucionará.

El Transeúnte entregó su veredicto; y si la memoria no me falla, en ese documento escrito a máquina, estaba el nombre de los finalistas que encontró, y entre los que brillaba Puerto Escondido, el libro de poemas de Luis Miguel Rodríguez.

Tuvimos que esperar la publicación del libro ganador para interrogar sobre las razones por las cuales no le dieron el premio a Luis Miguel; por supuesto, no se encontraron por ninguna parte; resultaba evidente que quedaba en el aire una sospecha. No es que el Transeúnte se haya prestado para eso, pero, seguramente, en el conciliábulo final, el regionalismo sacro, impidió que se premiara un libro que, a todas luces, merecía recibir el premio. El que ganó era bueno, pero era mucho mejor Puerto Escondido, un libro cuya génesis es el departamento de Córdoba, pero que nace y se concreta en los pasillos de la UPTC, desde donde se evoca la magia de los ancestros para descifrar lo que queda del mundo.

Sin embargo, la carta del gran Rogelio Echavarría era el verdadero premio. Debe estar enmarcada y colgada en alguna habitación que comienza a ser desmantelada por las hormigas; o debe estar entre los libros, en una edición de Borges o de algún poeta que haya cantado la planicie caribeña desde el interior del país, o debe estar entre las páginas de un libro de Quasimodo, de donde el poeta “y sus andrajos de miseria”, toma los versos que le sirven como epígrafe, de umbral, de muelle al puerto escondido que abre las puertas para invitarnos a testimoniar la imponencia de su saga.

Los amigos, desde la distancia, recordamos la sonrisa y el humor de Luis Miguel; sus apuntes finos cada vez que se tallereaban los textos o se analizaba algún pasaje literario. Su deambular de dandi con paraguas bajo el brazo por las calles de la fría Tunja, tan cercana pero tan lejana del movimiento literario bogotano, poderoso y cerrado, desde dónde irradiaba hacia la periferia el canon de lo aceptable en el campo cultural.


Luis Miguel Rodríguez

No alcancé a llegar a tiempo para el Tibiri-Tabara; ese barcito mítico fundado por el poeta, donde estudiantes, docentes y amigos se reunían a tomarse algunos tragos, escuchar buena música y tertuliar. Al final quebró por tanto afecto y tuvo que cerrarse, pero, a veces, resurgía en las conversaciones, mientras se leían poemas o se procedía al ritual del reencuentro en cafeterías o caminos. Quizás una de las imágenes más icónicas que marcaron lo que significó Si mañana despierto, en tiempos de Luis Miguel Rodríguez, fue la asistencia a los recitales que tan valientemente programaba el maestro Guillermo Velásquez Forero, cuando trabajaba, en lo que entonces era el Instituto de Cultura y Bellas Artes de Boyacá (ICBA), dirigiendo el área de Literatura; allí escuchamos a los grandes y allí estábamos entre el público, en el auditorio Eduardo Caballero Calderón. Antes de mi llegada al grupo, en esos días límite, en los que me aceptaron como uno más, escuchamos a José Manuel Arango leer sus poemas, pausado, con su acento seco y antioqueño, bañado por el tiempo y el reposo entre montañas y versos aplacados y distintos. Escuchamos al poeta Arango y me fui a clase en la universidad – a veces tanto juicio es torpeza porque debí haberme quedado como un groupie más del poeta-; ya de regreso, caminando en la noche por la Plaza de Bolívar, vimos a José Manuel Arango y a Luis Miguel Rodríguez, abrazados y ebrios y felices como si encarnaran con sus pasos sus poemas.

Poetas importantes han señalado que Arango era más bien un poeta silencioso, parco, indiferente a una cotidianidad frívola; y, tal vez, por eso mismo, fue genial la imagen de verlo salir feliz de alguno de los bares del centro de Tunja, abrazado fraternalmente con Luis Miguel Rodríguez y con Jorge Eliécer Ordóñez, luego de compartir unas buenas copas de aguardiente líder. Tal vez el poeta Arango evocó esa ciudad en la que habitó y en la que también urdió cicatrices y felicidad; muchas veces pasamos por el frente de la casa en la que vivió, emulando a Emily Dickinson, a Whitman, a William Carlos Williams. A lo mejor si Luis Miguel hubiera continuado por este rumbo de la poesía, alguno de sus libros habría sido presentado por el inmenso poeta de El Carmen de Viboral, siguiendo así esa estrella tejida por grandes poetas colombianos: Ordóñez, Echavarría y Arango, guerreros frente a las murallas de Troya, junto al poderoso Héctor, domador de Caballos.

Quizás por esta razón, Puerto Escondido comienza con una evocación de las hormigas, invisibles y estrafalarias, porque el autor comprendió que aún las dirige el poderoso Aquiles, y porque el poeta señala que nuestro universo prescindible se desarrolla mientras se libra en este mismo momento la Guerra de Troya, y Helena pide a los dioses desde las murallas, la salvación del pueblo que la ha acogido.

Los poetas pertenecen a esa raza de los mirmidones y por eso dan comienzo a la saga; total -como en el bolero favorito de Luis Miguel[1]-, cada poeta canta los sucesos de su Hélade. En el poema de Rodríguez, pesa el encuentro con el dios porque se explica la demencial labor de construir otro mundo; Zeus se convierte en hormiga para seducir a Eurimedusa; ahora las hormigas, sagradas, se llevan todo porque están construyendo otro mundo con lo que encuentran en éste: 

 

HORMIGAS

                        

 “… en larga caravana, las hormigas se van masticando el verano”

                                                                                              Omar Aramayo

 

Nadie tiene hormigas por mascotas

                    Invisibles

                    Estrafalarias

trazan un camino entre su universo y la casa

 

Pensando en el eterno retorno

Las hormigas no han dejado cerrar el camino al puerto

 

Obreras de leña verde

Se han llevado los muebles al ombligo del patio

 

(Rodríguez, sf)

 

            Desterrados los dioses, las hormigas se llevan lo que encuentran para forjarles otro universo en el que puedan superar esta etapa de hombres deprimentes, a los que tan solo pudieron heredarles la belleza, las palabras y la angustia de la orfandad. El poeta propone, en un comienzo, otra hipótesis para esa titánica tarea; a lo mejor los dioses piensen en retornar algún día; sin embargo, acepta, para nada desesperanzado, que desmantelan su casa porque en el fondo sabe que en el otro mundo las hormigas le erigen la felicidad de otro espejismo.


            Luego de las hormigas, las chicharras; inevitable evocar a Lucas (Seltzer, 1986) y su obsesión por los insectos mientras deambula por la amistad, la adolescencia, el amor, el desamor y el problema de adaptarse a entornos en los que el estudio de la naturaleza condena el asombro al ostracismo; Lucas es un poeta. Los tiempos exigen fútbol y frivolidad para compaginar con ese armatoste etéreo que es vivir, como si la vida fuera un paseo eterno por un centro comercial. La cuestión es que se trata de la oscilación entre Eros y Tánatos mediada por un caparazón vacío, ya no como el de la mantis religiosa de José Watanabe (2013), en el que se alcanza a sospechar la dignidad de los vencidos, sino el caparazón que dejan las cigarras luego de sus dos semanas de pasión: “-armadura de guerrero fantasma- / es como si estuviera hecha/ de canto o de suspiro” (Poema Chicharra).

El poema de Watanabe aparece publicado en el libro El huso de la palabra (1989), y un lustro después, desde Puerto Escondido, allá en el Caribe colombiano, el poeta Luis Miguel Rodríguez le responde con una pintura oriental, en la que retrata a la cigarra, ya bajo la forma de la “armadura de guerrero fantasma”; sin embargo, ahora se puede interrogar al samurai Watanabe sobre la sustancia de la que está hecha la armadura de ese otro guerrero fantasma de la mantis religiosa, detenido ahí, junto al caparazón vacío de la chicharra del Caribe. La pequeña muerte supone un museo de cuerpos detenidos, “corazones entablillados” a destiempo por los mecanismos alquimistas del amor; al final, canto o suspiro, o tan solo unas palabras de agradecimiento es lo que queda, buscando detener el torrente de la poesía, como piedras adormiladas bajo el agua.   

Esteban Vega, Luis Miguel Rodríguez Álvaro Neil Franco
Patricia Zainea y Paty Martínez 

En el poema “Alacena” la presencia de otros seres en el mismo espacio; rumores, la crepitación en la memoria, la revelación de otras voces entre las vajillas que atravesaron caminos, mares, tormentas resguardadas en guacales, en baules, junto a cubiertos de plata, como trofeos o amuletos ganados por nuevas generaciones, alejadas del trasegar de los ancestros, pero herederas de los rituales que convocan la inmovilidad para que el ser respire.

Los poemas de Puerto Escondido mantienen la tradición de seguir a los personajes de la saga; de la alacena que resguarda los trofeos y la  memoria épica de los antepasados, sigue la anciana que ha mantenido a la familia también con las costuras, la máquina, los hilos, las agujas, las telas y la paciencia de quien teje la tarde para que al llegar la noche, la familia descanse:

 

Costurera

 

Dices que has pedaleado lo necesario

Para alcanzar la eternidad

Entrados los años

La artritis comerá tus huesos

Y sólo habrás visto la vida

Desde la ventana

 

(Rodríguez, sf)

 

            Inevitable sentir la dureza entre los versos; la furia y la resignación se funden para que el lector pueda comprender que la finitud consiste en estar a merced de la belleza, de lo insondable y de la enfermedad que carcome el poco tiempo que soporta ese acto de comprensión. Pedalear en esas máquinas para mantener a la familia o zurcir la decencia y el corazón del hogar, es un acto heroico, y por esta razón, al final solo se habrá visto la vida desde la ventana. En esos trazos, los versos del encierro; habrá que aprender a leer las costuras a ver si se aleja un poco el peso demoledor del poema. Y entre telas y telas, trajes, cortinas, disfraces, amores y retazos, los puertos del Caribe y el Pacífico, cejijuntos, siameses, mientras suena un porro, una cumbia, un currulao. Los poemas hermanan los puertos escondidos en las costas colombianas, porque la costurera, el insecto, también es María Palito; un homenaje a la reina de la fiesta porteña, una mujer que reivindica el mito femenino a través del folclor; María Klínger (UnidelPacífico, 2013), amiga de Enrique Buenaventura, se ha ganado la vida como costurera durante muchos años; hizo del currulao, de la fiesta y de las costuras, estrategias para dar a conocer los ríos que desembocan en el Mar del Sur, esos otros puertos develados a través del cuerpo y la danza, como si los estuvieran viendo con asombro, los descendientes tristes de Vasco Núñez de Balboa.

Paty, Migue y el Maestro Jorge Eliécer Ordóñez

Así el poema de la costurera nutre el poema sobre “María Palito” hasta continuar hilando la poética de Lucas, y ceder hacia el asombro ante la abismal belleza de los insectos; a éste universo insectario ahora llega el insecto palo: “Apareces del silencio … a enfrentar los molinos de viento/ que he construido para ti // Y cuando te hayas marchado/ te buscaremos en los regazos de la fábula” (poema María Palito). La oscilación poética de Rodríguez nos sumerge en los intersticios del asombro, territorios a los que las hormigas se han marchado a construir el universo en el que se refugian los ausentes, y en el que el lector siente el vértigo de las imágenes capaces de estremecer el espíritu. En sus poemas la fragilidad de las criaturas como en el caso de la codorniz y su canto sobre la hojarasca, mimetizada en los recuerdos; total, así son el amor y la nostalgia: “Como si las líneas de tu cuerpo/ Se hubieran borrado de mis manos” (Rodríguez, sf).

En Puerto Escondido, Luis Miguel Rodríguez consigue que la fábula sea un insecto; ahora son los grillos quienes marcan el compás de la pérdida. El poema “Saira” es doloroso y su carga simbólica, diciente; se parte de la relación entre el nenúfar o loto y los grillos; las flores se abren en la noche y simbolizan el más allá, y entre el jardín nocturno y florecido, los grillos interpretando la luna, ese viento silencioso que sale a deambular por las planicies. Las hormigas, en su titánica tarea, han vaciado los cementerios en primer lugar, porque solo así se puede construir el otro mundo desde la raíz de los ancestros. A los vivos les queda el ritual de la búsqueda, desenredando la madeja de la memoria, o interpretando la música de la ausencia, como en el poema “Luciérnagas”; allí la oscilación entre lo urbano y el entorno que lo circunda, resguardando la naturaleza y sus lenguajes cargados de nostalgia, ante el avance de las máquinas destructoras de los espacios en los que las criaturas realizan sus rituales. Asombra la dimensión de la desolación en la poética de Rodríguez.  El aviso de neón abre el cauce de los recuerdos y se evocan las luciérnagas y emerge la marca del amor, hasta que el apocalipsis lo arrasa todo: “Ojala en tu ciudad/ Todavía se puedan contemplar las estrellas” (Rodríguez, sf).

En el poema “Libélulas” ya es evidente la construcción del insectario, y, por lo tanto, del apocalipsis de los élitros; la colección de criaturas para la satisfacción de la demencia; la relación entre el ritual cristiano de la crucifixión es el mismo que padecen los insectos en manos del coleccionista, o el mismo que padecen los animales en manos del carnicero o bajo la tutela del administrador del zoológico, o del cazador, o del científico deshumanizado en el laboratorio, o del imbécil que defiende la tortura como expresión cultural. Al margen de ese horror padecido por las criaturas, se encuentra la memoria deteriorada bajo el yugo del tiempo, esa ficción que da cuenta de la finitud de lo humano.  De libélulas y hombres, caballitos del diablo, prestos para encarnar la pasión y el holocausto, pasamos al umbral hasta conocer a Lilith, la primera mujer en dejar el paraíso y extraviarse en los meandros del cuerpo hasta encontrarse. En las manos de Lilith, en las cicatrices de su piel, dejadas por las heridas que le dejó el Edén al atreverse a exigir poder mirar a los ojos al amor y a la muerte, yacen las pulsiones de otros puertos escondidos, de otras naves afortunadas al arribar a esas orillas, lejanas del mundo y su crueldad, protegidos apenas con el caparazón de la corriente y de la nave, a la entrega del fuego de esa carne que es espíritu:

 

Una mujer me llama

no se deja alcanzar

siempre desaparece con el canto del primer gallo

pero vuelve cada noche

a dejarme una ración de vida

 

una noche de estas, esa mujer

me esperará de este lado del sueño

y yo, como siempre, no estaré preparado

para amarla

 

(Lilith, Rodríguez, sf)

 

A lo mejor Adán escribe el poema; de eso se trata la poesía, del envés de la fábula; ¿por qué no pensar en un diálogo, en una negociación, en un trato en el que Lilith y Adán logran acordar el cese de las hostilidades hasta rejuvenecer el amor a la distancia? ¿Lilith nació de otra costilla? ¿Era un ángel? ¿Era ella la manzana del paraíso acechada por la serpiente que ahora yace sola en ese lugar vacío? El poeta sigue la senda de sus ancestros e imagina el paraíso bajo la forma de un “Astillero”; en el poema, el amor que se derrumba, que se distancia, que no es más que cuerpos navegando en otros cuerpos; encuentros válidos y valientes como esas Aves de paso que canta Joaquín Sabina (1996), o el habitar en la mitad de la respuesta de Ruben Blades en Caja China (Wang, 1997), cuando intenta explicar qué es el bolero: es lo que hay antes o después del amor porque en la mitad no hay nada… dice Blades; y, sin embargo, la poética de Rodríguez señala que en la mitad está el paraíso, y eso lo sabía muy bien Lilith o lo saben los amantes que hay en el poema, y hasta los gatos que hechizan por igual en los tejados, a la luna, a las piernas de Helena y sus ojos soñolientos: “Por mi afición a los gatos te he amado en siete vidas” (Rodríguez, sf).

Migue, Leonardo Franco, Pedro Martínez, Álvaro, y las Patricias

El poeta es un amoroso; enseña que cada día debe ser una posibilidad de dar sentido a todo, a pesar de todo, y en ese equilibrio propone la pasión y la belleza como posibilidad de sentido; en el poema “Astrolabio” el pregón del desafío: “Vivo del amor como de la palabra/ …/ Ven y dime que me amas/ Y levantaré las velas/ Como un barco nuevo que parte” (Rodríguez, sf); al final hasta los muertos asisten a la contemplación porque es una manera poderosa de comprender la importancia de la vida y de los sacrificios de los ancestros para que ahora el habitante, o el lector de la saga, pueda rozar el impulso poderoso de lo vital:

 

aquí los muertos asisten a la cotidianidad de las cosas

desde un café cerrero, hasta el tarareo

de ese viejo bolero que no murió con el amor”

 

(Rodríguez, sf)

 

Ese viejo bolero que no murió con el amor, dice el poeta, mientras los muertos asisten a la fiesta. ¿Qué haría Rubén Blades con ese verso?... El puerto termina siendo entonces un lugar para la serenidad y la nostalgia, y el regreso la posibilidad de repensar las cicatrices del viaje. Sin embargo, hay que saberlo, la herrumbre salitrosa no concede espacio para la piedad, y en ese transcurrir que es vivir, todo es molido o abrasado por la expansión de una sustancia similar a la saudade y al salitre. Entre el óxido y el olvido, la pátina es comparable con la sabiduría y la tranquilidad, y debajo, como un párpado, el sentido de las cicatrices, de lo observable a lo largo y ancho del camino.

En la nostalgia, la jubilación, la pensión, los sueños, la sombra del amor, los misterios que habitan en el silencio de la experiencia, mientras las plantaciones, o el planchón que hace el último viaje, o las vacas que congregan sus sueños en las puertas mientras la noche va subiendo desde la yerba, son la atmósfera para que la lámpara de quien espera en la otra orilla, comience a trazar, o bien, la ruta del regreso o el sendero que ha de llevarlo a hacer parte de la cartografía de los ausentes.

El libro explora una carga de dolor tremenda. Se palpa entre líneas y hace parte de la oscilación de una poética que ilumina y reverdece hasta que el lector comprende la simbólica de las imágenes. El poema “Ábaco” logra depurar el impacto de la poética que roza la carga emocional. Una garza en el crepúsculo en la orilla del río: “Las garzas vuelan en parejas/ y hoy estarás ausente para contarlas” (Rodríguez, sf). Es preciso señalar que una de las etimologías de la palabra ábaco es polvo, y que “el polvo ha cubierto los rostros del pasado”; todo se reduce al desmoronamiento y al vestigio, mientras el crepúsculo malva transcurre y en el río se repiten las imágenes de la soledad, del abandono y del amor desvanecido.

Sentados Álvaro y Migue
De pie Esteban

Del amor a la tristeza, elementos que contrastan en todo puerto escondido, mientras la memoria yace bajo la superficie de la herrumbre, serena, porque “Nadie se atreve a desempolvar la caoba que dormita”; a lo mejor esto “puede ser inoportuno”.

El libro termina siendo un repaso por ese mapa delineado a lo largo de una vida. ¿Qué más habrá trazado Luis Miguel Rodríguez luego de sus cuadros, de sus poemas, de su prosa cálida y cuidada? ¿A dónde lo hubieran llevado su ironía y su agudo sentido del humor? El poema dedicado a la memoria de “Javier Lara” es antológico; el lector hasta se imagina al compadre Javier desternillado de la risa, en su velorio o en el más allá, así como debió hacerlo Gómez Jattin o hasta el mismo Gaudí, quien termina sus días de la misma manera. ¿Cómo no ejercer la ironía en momentos como ese, en los que la muerte ha puesto en jaque la cotidianidad? ¿Qué más habría escrito el poeta, a la vera del camino que eligió, si el Transeúnte se hubiera impuesto sobre los demás jurados? El poeta en ese entonces, quizás habría llevado el temblor de su poética hasta el límite, seguramente, habría remado hasta la sombra de sus designios, a mostrarnos el reino que construyeron las hormigas, mientras los asesinos arrasaban el país: “El cebú vela con sus eternas ojeras/ los aparejos de la muerte// En el sueño/ el matarife asesta su mejor golpe” (Rodríguez, sf); o tal vez habríamos comprendido, respetando su silencio, lo que supimos luego de leer los espléndidos poemas titulados “Casa de bahareque” y “Café del meridiano”; la lección es que aunque se habiten nuevos mundos o se haya encontrado la hendija por la que nos expulsaron del paraíso, siempre se puede despertar como el rocío sobre la adormidera, cristalinos, transparentes, decididos a hacer de la cicatriz un candil para iluminar las nuevas sombras.

 

 

Referencias

Rodríguez, L. (sf). Puerto Escondido. Tunja: Inédito.

Wang, W. (Dirección). (1997). Caja China [Película].

Watanabe, J. (2013). Poesía completa. Valencia: Pre-Textos.

 

  Todas las fotografías son de Patricia Martínez

Secretaria del grupo Si Mañana Despierto Capítulo Tunja

Cuando Tunja era una fiesta, como dice el gran Germán Diego Castro

 

 

 

 



[1]Cuenta la leyenda que Ricardo García Perdomo, el compositor cubano nacido en Cienfuegos, en 1917, vio a una mujer una sola vez -supongamos que Helena- y quedó tan impresionado por su belleza que le escribió unos versos... los anotó, y años después serían el origen del bolero Total, grabado por Celio González en 1959, junto a la Sonora Matancera. El bolero también es conocido en versiones de Lucho Gatica y Olga Guillot. 


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