PERO LLEGA LA NOCHE
La memoria taladra la historia oficial que deshecha lo humano. Esa es una de las conclusiones del Proyecto Mnemósine... se debe escuchar al otro, a los sabios, a los ancianos... y aprender de su experiencia, de sus errores, de las lecciones éticas que nos da la memoria. Gracias a Luis por compartir el texto con los lectores de nuestro blog.
PERO LLEGA LA NOCHE
Por Luis Javier Joya García
María Evelia, mi
abuela por parte de mi madre, tiene 75 años de conocer este alocado mundo; es
una mujer que aún no conoce el peso de la edad; se mueve piensa y habla como toda una quinceañera; su cabello conserva ese color negro intenso,
aunque a ella le gusta hacerse rayos color blanco y café, quizá para
tener más parecido a esa su cantante favorita en la los años 70 conocida como Claudia
de Colombia; de mis abuelos y abuelas, ella es quizá la más afortunada pues
tiene ya 10 nietos que la consienten y la ven como a una niña pequeña; no le
hace falta nada , ella es muy espiritual, y sin falta cada noche lee una o dos
páginas de la Biblia; consejera por
naturaleza; encargada de mantener el orden espiritual y sentimental en sus nietos.
Hace unas semanas,
mi primo, su compañero de cada noche, se graduó y ahora está en Bogotá; estuvo con
ella casi por cinco años seguidos acompañándola cada noche, pero ahora se fue ¿Quién
sería el nuevo compañero de “mi mami Evelia”?, esa fue una de las primeras
preguntas que le surgió a cada uno de los integrantes de la familia, ¿Quién
sería el arriesgado que se sometería a responder todas sus preguntas cada noche
una tras otra tras otra?
Se acercaba la
noche; estábamos todos en casa de la abuela; ninguno de mis ocho primos decía
nada; estaba entre nosotros escoger el nuevo acompañante de mi abuela; yo, de
todos, soy como el de la mitad hablando de edades; además soy el que más cerca vive
de ella, pero como todos, me mantenía en silencio; mientras, los minutos
avanzaban; mis primos me miraban como diciéndome “a usted le toca quedarse”; no
era nada malo pero si incomodo; la abuela hace tantas preguntas y ninguna se puede quedar sin responder porque
si tan solo una se queda en responder, pues vienen más preguntas; tiempo atrás
había pasado por eso.
Llegó la hora; la
hija mayor de mi abuela; mi tía Mariela, habló:
-
¿Quién se va a quedar
con la abuela esta noche?
Sin pensarlo dos
veces respondí:
-
Yo me quedo esta
noche
-
Bueno - Respondió
mi tía - Vaya y traiga sus cosas.
Mientras salía de
la casa, mi abuela veía la cara de agrado de mis primos; se habían salvado esa
noche; podían mantener sus travesuras unos
pocas horas a salvo. Porque la abuela lo hace confesar ¡Todo!
De camino a mi casa
trataba de recordar qué cosas indebidas
ante los ojos de abuela había hecho preparando así posibles escenarios de la
conversación; de hecho se me ocurrió que podría cambiar la costumbre; que no
fuera la abuela la de las preguntas. Me preparaba mentalmente para eso.
Después de cenar
nos fuimos a dormir. La abuela no decía nada; se acostó sin rechistar ni una
sola palabra; hasta ese momento todo iba normal; pensé que tal vez estaría agotada
y que lo único que quería era descansar, pero no, en el ambiente se sentía un
vacío incómodo; entonces caí en cuenta de que la abuela ya extrañaba al
guardián de sus sueños.
“Esta noche está
haciendo bastante que frío” le dije. “Sí, un poco” respondió ella, y suspiró.
No sabía qué hacer; sabía que la abuela estaba un poco tocada por lo de mi
primo; pensé en hacer algo para conseguir que ella dejara de pensar en él por
un rato. De la nada me salió la siguiente pregunta, ¿Cómo harían las personas
de antes para no sentir frío? Nosotros con todo lo que tenemos y aun así
tenemos frío. La pregunta
logró que la abuela activara sus recuerdos y se distrajera.
Ya había pasado por
14 días de la madre cuando ya sabía que la vida simplemente se trataba de
trabajar; yo en ese entonces vivía con mi madre Rosa, mi padre Gabriel y mi hermana
Trina, en una vereda lejana y de difícil acceso que pertenece a la ciudad de Duitama;
se trata de la vereda de Avendaños; allá vivíamos en una casita pequeña con
techo de paja y paredes de bahareque, (estas paredes estaban hechas de varas
entrelazadas cubiertas de barro y paja para darles firmeza); eran paredes que en el día se calentaban y por la
noche botaban calorcita y no tanto frío; así lloviera.
La noche apenas caía;
había roto la tensión del ambiente así que seguí preguntando: ¿Qué más hacía
sumercé cuando era niña por esas épocas? La abuela, en tono alto y un tanto
pensativo, respondió: Mi hermana y yo no estudiábamos, mis padres se iban a
trabajar desde las siete de mañana; a mi hermana y a mí nos tocaban las labores
de la casa; que cocine, que barra, que planche. La interrumpí, ¿Que planche? ¿Luego
ya había planchas? (Sé que suena un poco cruel pero en verdad es una pregunta
inocente). Sí –respondió ella- en esos tiempos las planchas eran de carbón,
esas panchas eran pesadas y se demoraban en calentar, pero eso sí dejaban esa
ropa impecable y uno que otro dedo con
la marca de un quemonazo si uno se descuidaba. Además a nosotras nos tocaba
hacer el almuerzo y llevárselo a nuestro padres a la huerta que era donde ellos
trabajaban; ya por tarde si no había nada que hacer, nosotras nos quedábamos
con ellos; había ocasiones en las que los ayudábamos y otras en que nos íbamos
al río, o por lo potreros para no aburrirnos; ya uno estaba en la casa tipo
cinco de la tarde, y a las seis ya estaba durmiendo. Allá sí nos acostábamos
temprano por lo que no había luz; había veces en que mi papá, para poder
hilar lana por la noche, sacaba prestada una
lámpara de petróleo, porque de resto era a esperma… y para no gastar
mucho era que uno se acostaba temprano aunque también por la noche no había
nada que hacer.
Por un breve
momento me quedé sin preguntas; estaba en blanco; qué historias las que
encierra una abuela. Sabía que estaba haciendo bien preguntándole cosas, porque
por un lado no estaba dándole información personal que más adelante pudiera
comprometerme o meterme en aprietos con ella o con mis padres, y por el otro, estaba
logrando que la abuela no se acordara de mi primo. ¿Y qué más hacían para no
aburrirse? Eso fue lo primero que se me ocurrió para mantener la conversación.
La abuela respondió: A mi padre le gustaba mucho contratar sus “cuenteros” o
cantantes para cuando iban a trabajar por más tiempo de lo normal o se iban de
viaje. –Le pedí que me aclarara lo del viaje-. Viajábamos a Santa Rosa y a
Duitama; a Duitama siempre íbamos todos, nosotros llevábamos chorotes con
chicha y canastos de chusque con ciruelas; en ese entonces nosotros teníamos
una burra que se llamaba Muñeca; era café… pero ya era una burra viejita. El viaje
a Duitama duraba dos días; entonces a mi padre le gustaba contratar a sus
cuenteros y músicos; entonces uno no se aburría y el camino se hacía más corto.
Después de que la abuela
respondiera pasaron varios minutos de completo de silencio, yo aún no tenía sueño… y ella
tampoco; ambos mirábamos el techo de la habitación; parecía que pensábamos en
todo pero a la vez en nada. De repente la abuela rompió el silencio del
ambiente “voy a ver si la misa aún no ha acabado”, y sacó de debajo del colchón
un radio viejo; lo prendió.
El radio de ella siempre se mantiene en la misma emisora;
nunca la cambia a pesar de que no estén pasando algo que a ella le guste.
- La misa ya pasó,
dijo sacudiendo los hombros y apagó el radio; lo dejó en su lugar de nuevo.
Aprovechando la
situación le pregunté, ¿Sumercé a qué edad conoció el radio? Cuénteme. Se quedó
pensando unos cuantos segundos y respondió:
Yo tenía 16 años
cuando nos fuimos a Villa Nueva, una finca en Santa Rosa, administrada por mi
primo Rozo; allá a mí sí me tocaba trabajar en la cocina, y pues ahí tenían un
radio. Nosotros sí ya lo conocíamos; había conocidos que tenían uno. Cuando nosotros viajábamos ellos no
contrataban cuenteros porque bajaban con el radio al hombro. En la finca nos
tocaba levantarnos a las cinco de la mañana. Eso sí lo primero que se escuchaba
en la casa era esa interferencia que hacía el radio cuando se le tenía la
antena recogida; el radio era en esas épocas lo más preciado; cada ocho días sin
falta se le tenían que comprar las pilas; unas Eveready; así no alcanzara para
el pan… o ya en casos extremos se esperaba que el horno estuviera un poco frió y, se echaban las pilas y, allí
se recargaban y servían un poco más de tiempo.
A los obreros en
ocasiones les parecía que no tenía suficiente sonido el radio y entonces ellos
le añadían dos cables a las pilas, y conectaban estos cables a la cerca; esto
hacía que sonara más duro; otros le envolvían una tercera pila en plástico y se la añadían a
un lado ya fuera en positivo o en negativo y quien sabe por qué pero eso hacía que
también sonara más; el radio hizo que uno se acostara un poco más tarde porque
ya en la noche se escuchaban programas; el radio era como un niño pequeño y no
se dejaba para nada. La radio hizo que el día fuera más entretenido… Entonces
la abuela se fue quedando dormida. Me quedé con ganas de saber sobre su pasado
y sentí que había valido la pena la conversación, además porque ahora sabía
cosas sobre la abuela que nadie de la familia conocía.
***
Al día siguiente me
desperté temprano y la abuela no estaba en la cama. Debía estar alimentado a
las gallinas o regando las plantas, esas compañeras suyas de toda la vida. Me
cambié deprisa para poder salir a la huerta. En el camino ella me llamó desde
la cocina. –Buenos días mijito-. Preparaba un tinto porque ya había concluido
las tareas mañaneras. Nos sentamos en la mesa y ella fue la que comenzó a
preguntar. Me preguntó por mi casa, por el estudio, por el corazón; el tinto se
calentó un poco más… hasta que nos quedamos sin conversación; entonces fue
cuando aproveché y le pregunté que si de casualidad no tenía entre sus corotos
una muestra de los objetos antiguos de los que habíamos estado conversando. En
ese momento no me dijo nada pero luego del tinto hicimos un tour por la casa.
Me llevó al cuarto de chécheres, un cuarto oscuro un poco empolvado; levantó
una tula azul; allí debajo había un televisor regordete de color azul; eso no
me sorprendió; la sorpresa vino cuando lo conectó y encendió el televisor; era
a blanco y negro; también tenía uno a color pero era de los primeros que habían salido.
¿Cómo lo
consiguieron? Le pregunté. Con una gran sonrisa respondió:
- Cuando yo compré
en televisor a blanco y negro ya vivíamos en Duitama; ya estaba casada. Ya uno
no se conformaba con escuchar, también quería ver. La verdad pasó mucho tiempo
para que pudiéramos tener un televisor; pasábamos la pena de ir a otra casa
para ver las telenovelas. En ese tiempo yo estaba ahorrando para un diente de
oro y preferí comprar el televisor que mi diente de oro; ya después me compré
el diente, pero cuando compramos el televisor fue mucha la dicha. Había veces en
las que uno se trasnochaba viendo telenovelas, aunque el radio siguió siendo lo
primero que sonaba todas la mañanas.
***
Eso fue todo lo que
le pude “sacar” a mi mami Evelia de su
pasado; quería saber más; quería saber cómo aprendió a leer y sobre sus amores;
quería que me contara sobre Duitama… pero ya era tarde, y tenía que irme para
la Universidad. Ahora a esperar otra noche para poder seguir conversando con la
abuela.
De esas historias que te alimentan el alma y se quedan en tu memoria...♡♥
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