Diana Carolina Daza y su gato en el espejo

 

Diana Carolina Daza es la madrina... los amigos que compartimos saben la razón; ella amadrina como Quijote a los poetas emergentes, y a través de los umbrales teje afectos y amistades y caminos para que los libros y la poesía contagien e iluminen todos los rincones de este país a la deriva. Hace talleres de creación, es gestora cultural y al fin comparte sus pesquisas en la literatura infantil. Es grato para nosotros compartir algunos de sus poemas... Y roten a ver si esto llega a más lectores o personas agotadas de la frivolidad de la rutina. Ahí nos vemos.

MFP

 

Diana Carolina Daza. En la Biblioteca de Funza.

 

La tejedora

 

Quebrantada por una despedida tras otra

guarda el sudor de la vida

que corrió por la casa

el polvo de los días

cayendo

triste

sobre la risa de nadie

 

La muerte es la única brisa que visita mi ventana

he aprendido a reconocer la desesperación

en la punta de sus tacones

el deseo estancado en las orillas de su boca.

 

La invito a atraparme en un beso

se niega

y quizás no lo hace

sabe de la tristeza que carcome esta carne

y de la falta de fe que hoy la alimenta.

 

Huérfanas

ella de ganas

yo de todo

como niñas asustadas

contemplamos los globos reventados sobre el andén de los dí­as

la perdida luz

de la emoción sobre las cosas.

 

Ebrias por Pachabell las copas caen frente a la chimenea

se quiebran

último respiro del baile.

 

Los cristales molidos se incrustan en los pies de los amantes

dibujándoles una cicatriz en forma de brújula

signo de una pesadilla

que al encontrarse despierta

decide ser trazo

tinta diluida de un poema profano

escrito con desconsuelo

en el espejo de un baño

testigo de tantos desencuentros.

 

Diana Carolina Daza, Jorge Valbuena y Miyer Pineda

 

DIANE ARBUS

He venido a hablarte de la admiración que sentí al entrar en el cuarto oscuro donde revelaste la belleza de personajes horripilantes y termino entregándote el retrato de una mujer mutilada por su propia mano. No me lo estás preguntando, nadie lo pregunta, pero este estado de infertilidad en las palabras es miserable.

Sin que mis páginas florezcan, insisto en escribir, pero solo una pesada capa de musgo, que cambia de verde a gris, de gris a negro, se extiende sobre ellas. Mis palabras no han alcanzado a ser más que leña verde, fetos de pájaros y tigres y cometas sumergidos en frascos con formol, puestos sobre la repisa de los intentos fallidos.

 

DACIA MARAINI

Tus noches de fin de año llegaron como el verbo que conjugaba el tiempo en el que viajábamos en casa. Fue difícil escapar de ese cuadro que pintabas con tus palabras. Ese espacio blanco cubierto de agua rota y cuellos torcidos.

Llegaste con tus noches de fin de año y tu dragón de oro, para recordarnos que estos últimos días en casa han sido un largo y sostenido gemido de dolor. La música de mi madre y su cáncer, con su colección de cajas de hidromorfona y dextrosa. Ella que ya no habla, no se mueve, no mira con amor.

Mi madre, esa herida en la que todos hemos ido cayendo.

Murales en Conjunto residencial de Funza

                                    

LA SINGER

Abatida por el frío que envuelve la casa
la vieja Singer olvidó contar historias
los niños no creen que su pedal es un barco
ni su rueda un timón que dirige los sueños.

Sus dedos ya no cosen
la fatiga de andar un día tras otro
los uniformes para el colegio
el dobladillo del pantalón
el vestido de domingo de la muñeca.

Nadie escarba entre sus cajones
buscando el hilo que remiende el paisaje
de una generación de pequeños animales
mezcla entre panteras
pájaros y hormigas
con corazón de ballena azul.

El ojo de su aguja
afectado por el juego cotidiano de la vida
dejó de respirar.

Como un cíclope enfermo
se oculta en la soledad de la casa.

 

Funeraria de vuelos

 

La niña solía cazar cucarrones al final del invierno

para meterlos en cajas de fósforos vacías.

Esos cuerpos duros y negros

venían con la talla justa de la muerte.

El patio de la casa  

se convirtió en una funeraria

la única del pueblo 

donde nadie venía a reclamar 

el cadáver de los vuelos. 

Sin quererlo la niña 

fue la mano negra 

que sepultó el grito 

de la libertad en el campo

Diana agarrándole la pierna a Gabo como si fuera el tío Agapito

 

Diana Carolina Daza Astudillo: Bogotá, 1980. Publicista profesional de la Universidad Central. Directora del proyecto editorial independiente Piedra de Toque, promotora cultural y tallerista en creación literaria. Ha publicado El abrazo de los días grises (2003), Domingo vendedor de globos (2010), El nacimiento de la Gargoleana (2013), El azul de las cosas (2018). Hay un gato en el espejo (2022. Sus textos han aparecido en publicaciones de Colombia y algunos lugares de Latinoamérica. Colabora con la Fundación Trilce, el colectivo Seminaré y el espacio cultural La Galería 4-19.  


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