Los Profes tienen la palabra
La profesora Liliana Rodríguez de la Nueva Familia, el profesor Jeisson Estupiñan del colegio Francisco de Paula, el profesor Wilman Jiménez del Silva Plazas y el profesor Víctor Maldonado del colegio Integrado, comparten algunas de sus reflexiones a propósito de la educación y de los caminos que se han seguido o deben seguirse para humanizar la escuela y en ese proceso continuar ampliando el trabajo de proyectos que se tejen y se juntan con el propósito de impactar en la formación ciudadana.
El intento de tejer un red por la memoria como ecosistema educativo que respalde los proyectos de cada institución, ha sido una odisea; la inexistencia de políticas desde la SEM que dirijan el camino más allá del ego y de las limitaciones de algunos directivos, en muchas ocasiones, ha truncado un trabajo que podría ser más productivo. Eso prueba una vez más que si no es por los profesores que se atreven a innovar, a veces en contra de una visión limitada y acomodada de los encargados de la educación, no se podrían llevar a cabo procesos significativos que vayan más allá del activismo que en realidad en una peste en las escuelas.
Pero de eso se trata la educación que pretende impactar en la realidad para formar integralmente a los estudiantes; se debe sacar el saber a la calle como hemos concluido en Mnemósine desde hace 6 años; los proyectos transversales deben encarnarse en propuestas que demuestren resultados fehacientes en la visión de mundo de estos muchachos y muchachas que esperan de su escuela, lo mejor, y eso implica ir más allá de esa peste de la formatitis que se tomó la educación. La discusión es larga... por eso los planteamientos de los profesores pueden servir de pretexto para encaminar diálogos que partan desde lo real, y la prueba está en el reto que nos acaba de plantear el COVID 19; no hay internet, no estamos preparados, y ni con las mejores intenciones se logra que todos los estudiantes asuman el desafío de continuar procesos de autoformación a distancia; no hay autonomía, ni internet, ni ganas de pelear un proyecto de nación desde la imaginación y el asombro.
Luego la seguimos, y agradecemos a los profes por sumarse a esta conversación que somos... Y a participar mañana en la transmisión en vivo, liderada por el profesor David Fernández; a participar entonces, comenten si quieren... y roten si pueden.
MFP
(Las imágenes han sido enviadas por los profesores para la publicación. Agradecemos su compromiso y su colaboración)
EDUCACIÓN Y AFECTIVIDAD, UNA
RESPONSABILIDAD COMPARTIDA.
Liliana Marcela Rodríguez Pedreros
Maestra de Ciencias Sociales
Colegio La Nueva Familia
“La
primera tarea de la educación es agitar la vida, pero dejarla libre para que se
desarrolle.” María Montessori
En el transcurso de la vida el ser humano
desarrolla habilidades personales y de relación a través de la interacción.
Durante esta carrera se apropia de herramientas necesarias que son ofrecidas
por el contexto en donde se desenvuelve y en donde se debe enfrentar a la
responsabilidad que tiene de construir verdaderas relaciones basadas en el
afecto y el respeto para no fracasar en el interactuar diario.
El hombre como ser social, reclama la presencia del
otro: como madre, padre, hijo, amigo, acompañante, cómplice, consejero, maestro
en su proceso de formación, de crecimiento físico y emocional, de toma de
decisiones y del planteamiento y desarrollo de sus propios proyectos de vida.
Es aquí donde como padres y educadores debemos tomar conciencia de la gran
responsabilidad que hemos adquirido con hijos y estudiantes con respecto a su
educación
Las generaciones de este nuevo siglo se
ven inmersas en un contexto mediático y tecnológico más competitivo, que exige
de forma inmediata, nuevas habilidades y conocimientos para no quedar excluidos
de esta nueva sociedad informatizada. La
educación como un proceso de transmisión de cultura, se ha convertido en uno de
los elementos más importantes para el desarrollo de una nación, asumiendo como
reto la formación de individuos con valores, habilidades y competencias. La
educación, hoy por hoy, necesita ser innovadora, apoyada en la creatividad, las
metodologías renovadas y el uso de la tecnología en esta transición, pero es
imperante que sea una educación compartida en donde el niño y el adolescente no
sean abandonados en la tecnología que se ha convertido o reemplazado, el papel
de los padres y educadores.
No me refiero a una educación mecánica, facilista,
mediocre, sin propósitos y metas, y menos aún, a una educación aislada de las
tan necesarias y abandonadas, afectividad y compañía, que tanto le hacen falta
a nuestros niños y adolescentes.
Señalo una educación y afectividad en la que los
padres y maestros nos apropiemos de nuestro papel como gestores de habilidades,
cualidades, logros y talentos en nuestros niños y jóvenes, mediante el
acompañamiento, la motivación, el cariño, el compromiso; elementos que no se
compran en el mercado sino que están inmersos en cada uno de nosotros, en
nuestros corazones y en nuestra conciencia, y que, con ayuda de un afecto
verdadero y de la responsabilidad debemos utilizar en beneficio de nuestros
hijos y estudiantes.
Encontrarnos con nuestra afectividad y rescatarla,
seria claramente el primer paso, al acrecentar nuestro amor propio y autoestima
sin olvidar la salud física y espiritual, estaríamos así preparados para
ofrecer, buenas y por qué no, excelentes relaciones interpersonales basadas en
la afectividad. Recordemos que “…la relación con el otro debe ser como una casa
de puertas abiertas que ofrezca paz y cobijo, amor y aventura” como señala
Martha Lucía Ruíz (2014). Hagamos un pequeño ejercicio, recordemos si esta
mañana acariciamos y dimos un beso a nuestros hijos antes de salir al trabajo.
¿Cuántos de nosotros, al llegar exhaustos de las diferentes labores, dialogamos
en familia por un par de minutos y preguntamos por las diversas situaciones
vividas por cada uno, y escuchamos de manera atenta y efectiva, sin regañar,
gritar, pegar o descargar sobre las personas de nuestra familia los conflictos
del trabajo u otro que no corresponde? ¿Les damos la oportunidad de explicar el
porqué de las cosas? O peor aún, ¿cuántos de nosotros aplicamos a nuestros
hijos y estudiantes, el mayor de los maltratos, “la negligencia”?
Analicemos un poco las cifras, en Colombia, “…el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar señaló
que durante los primeros seis meses de 2019 se han abierto 9.569 procesos de
restablecimiento de derechos, una cifra que alarma a la entidad, pues casi alcanza
las cifras anuales de 2017, cuando se atendieron 11.683 casos.
“El 64% de estos procesos son
por violencia sexual y el 43% de los agresores son personas
conocidas por los menores en el núcleo familiar o en entornos educativos”,
señaló Juliana Cortés, directora de protección del ICBF. “ (https://caracol.com.co/radio/2019/08/14/nacional/1565750961_330455.html).
Los anteriores son índices muy lejanos de lo que en
realidad podrían estar soportando en realidad los niños y adolescentes en su
diario vivir; y el grave error es creer y pensar que el maltrato físico o psicológico
forman parte de una educación “normal” en un mundo en donde ya se convirtió en
algo cotidiano escuchar las irascibles cifras de violencia infantil y
adolescente.
Es necesario que replanteemos nuestras actitudes
como padres y educadores, que entendamos que la educación y la afectividad de
niños y adolescentes es una responsabilidad, insisto, compartida, y que debemos
adecuar los medios familiares, sociales y educativos, a la particular
afectividad de cada niño, y entender que está en nuestras manos el convertirlo
en un adulto maduro y feliz, respetando sus individualidades sin ir al límite
del “autoritarismo y la permisividad”.
Los retos que hoy enfrenta la educación
son diversos y uno de ellos es encontrar quizá la prodigiosa ruta hacia la
calidad y la excelencia que tanto falta ha hecho en este arduo proceso de
formación de niños y adolescentes de nuestro país, la cual sin quitar
responsabilidades parte ineludiblemente de casa.
Finamente la invitación a reconocer que, “…el otro
es con quien compartimos encuentros, esfuerzos, anhelos, metas, compañía. El
otro no es un cuerpo lejano, es la presencia solidaria, tolerante y respetuosa”
(Ibid, pag 9).
“La
educación, es lo que queda después de olvidar lo que se ha aprendido en la escuela”
Albert
Einstein
LA ESCUELA, UN VERDADERO CAMPO DE COMBATE
Por Jeisson Estupiñán
Docente Colegio Francisco de Paula Santander
El 9 de abril se conmemora el Día Nacional de la
Memoria y Solidaridad con las víctimas del Conflicto en Colombia; una
iniciativa del gobierno nacional y diferentes entes gubernamentales para la
promoción y reconocimiento del derecho a las víctimas. A nivel regional y
específicamente en nuestro municipio de Duitama, este trabajo desde las aulas
de clase, como escenarios propicios para el debate y estructuración de
paradigmas de pensamiento viene siendo coordinado y liderado desde hace algunos
años por el Profesor Miyer Pineda; quien ha tenido a bien invitarme a
participar este año 2020 en este espacio de socialización de experiencias
significativas para la ocasión, dando muestras del compromiso con esta
importante fecha, más que como conmemoración como un momento coyuntural dadas
las circunstancias por la que atraviesa el mundo, recordando que aunque las
aulas están vacías en cada uno de nuestros Colegios, nuestros estudiantes están
a la espera de la postura, que nosotros como docentes, damos a las nuevas condiciones
de educación.
Viene hoy a mi memoria una frase que en cada aula
por la que he pasado ha sido pronunciada con unos matices marcados, dependiendo
del contexto en la que se expresa: “Somos un país sin memoria”; pues bien, hoy
quiero dar un enfoque especial a esta expresión dado el nivel de culpa con el
que hemos participado nosotros como docentes, un gremio que es víctima de un
sin número de atropellos por parte de las políticas educativas, de directivas,
de padres de familia que exigen que la Escuela cumpla el papel que ellos
seguramente no cumplen en casa, e incluso, de los mismos colegas docentes que
se caracterizan por su afán de protagonismo sin importar que para conseguir sus
objetivos tengan que pasar por encima de otros, y así podríamos continuar… Sin
embargo, si retomáramos el problema de la memoria, se puede plantear que es una
capacidad que brilla por su ausencia en las últimas generaciones. Y aquí la
cuestión es plantear hasta qué punto los docentes hemos asumido nuestro papel
como formadores de memoria y de conciencia histórica como habilidades y
soportes que les servirán a nuestros niños y jóvenes, no solo para enfrentarse
a los desafíos de la sociedad contemporánea, sino para que se propongan
construir un modelo de país más humano.
El problema es que se confunde aprendizaje
memorístico con las lecciones críticas que da la memoria; y por ello se enseña
y se aprende para responder de memoria una serie de conceptos que luego de ser
plasmados en una hoja se pueden olvidar con facilidad. No damos la suficiente
importancia a las evaluaciones que favorecen la argumentación y el debate como
estrategias de construcción de conceptos sólidos, que, al no ser imposición,
pueden calar más en la memoria de nuestros estudiantes.
Recuerdo hoy el conjunto de entrevistas hechas al
Maestro Estanislao Zuleta (en el texto Educación y Democracia), filósofo
colombiano, quien desde la década de los 80´s visualizaba la Educación como un
campo de combate; sin embargo, con la conciencia crítica que manejamos en nuestra
sociedad, hablar de estos temas en las aulas conlleva una gran responsabilidad,
y la primera es enfrentar los prejuicios que a diario debemos manejar tanto de
padres de familia, de colegas docentes, de directivos docentes entre otros;
prejuicios y señalamientos que etiquetan a quien aborde estos temas, como el
“profe revolucionario”, “guerrillero”, “comunista”, “socialista”, por no decir
más. Pero lo que realmente se planteaba Estanislao Zuleta era abrir las puertas
de las aulas, salir de la comodidad que brinda la intimidación como estrategia
pedagógica, y construir escenarios de formación en cualquier lugar y en
cualquier momento.
Recuerdo precisamente el encuentro que se
desarrolló hace un año, 9 de abril de 2019, mi primera experiencia en el evento
organizado en el parque de los Libertadores, con entusiasmo transmití la
invitación a los estudiantes del curso 1002, luego de tener aprobación del
Rector para dicho evento; recuerdo con agrado los rostros de los estudiantes y
estoy seguro de que esos rostros no eran el resultado de un compromiso con la
memoria o un acto de solidaridad con las víctimas… Se trataba más bien de la
extraña experiencia de salir de las cuatro paredes a las que estaban
acostumbrados a asistir a recibir sus clases. Orgullosos alardeaban de su
futura participación con los compañeros de los otros cursos y con esto llegaron
los reclamos de “¿por qué ellos y no nosotros profe?”; unos días después,
cuando la efusividad del momento fue disminuyendo y al explicarles la
iniciativa y el trabajo que requeríamos desarrollar algunos ya no estaban tan
animados, pero disimulaban ese desdén con la ilusión de tener un día de colegio
diferente, de conocer otras personas, de hacer algo salido de la rutina.
Se tenía todo casi listo y dos días antes del
evento cometí un error que al día de hoy todavía me pregunto la razón de
cometerlo y la única explicación que encuentro son los casi 7 años de trabajo
en Colegio privado, donde había que pedir autorización para todo, el error fue
confirmar el permiso otorgado por el Rector y su respuesta alteró
momentáneamente los planes. El rector afirma que los estudiantes ya no podrán
asistir, y su argumento me sorprendió aún: “es que estos días los estudiantes
han perdido mucha clase”; argumento que lo único que hizo fue confirmar mi
hipótesis de que los niños y jóvenes sólo aprenden encerrados en un aula de
clase. Ahora me asaltaban más dudas que certezas: ¿Cómo explicarles a los
estudiantes que ya no participaríamos? ¿Cómo explicar a los profesores que los
chicos sí estarían en sus clases ese día y ver sus caras de satisfacción por la
actividad fallida como ellos mismos lo habían pronosticado? pues no me resigné
y ni les dije a los estudiantes ni a los docentes y busqué la forma de
continuar adelante y lo logramos.
Recuerdo que el día del evento lo que antes había
sido alegría y entusiasmo se convirtió en miedo e inseguridad, en algunos de
los estudiantes. ¿Pero por qué? Sabían lo que tenían que hacer, habían
preparado el tema y sus ensayos habían sido exitosos; entendí que ellos pocas
veces, o mejor, nunca, se habían enfrentado a una experiencia similar; ver a
sus compañeros de otras instituciones con un museo montado, y otra serie de
elementos y estrategias de otras Instituciones, los hizo dudar; pero pudo más
su entusiasmo, su orgullo, sus ganas de no quedar mal con ellos mismos y con
sus compañeros.
Ese día vi capacidades insospechadas de mis
estudiantes, hablaban, se defendían, argumentaban sus puntos de vista,
interactuaban con personas que nunca habían visto y aprendieron hasta de esos
transeúntes que se rehusaban a brindar un minuto de su tiempo para conocer el
motivo de reunión en ese lugar; incluso conocieron de primera mano la idea que
muchas personas tienen, -entre ellos muchos de nuestros dirigentes, por ejemplo
Darío Acevedo, director del Centro Nacional de Memoria histórica-, para quienes
en Colombia no ha existido conflicto.
Ver en los estudiantes el apasionamiento para
tratar de convencer de su tesis, de lo que ellos mismos habían consultado y
aceptado como verdadero, y luego tener que confrontar a algunas personas que
rechazaban este tipo de actos y lo denominaban adoctrinamiento por parte de los
profesores, permitieron que comprendiera que no conocía del todo lo que son
capaces estos muchachos y muchachas. Sin embargo, no lo conocemos porque
encerrados en un aula estamos nosotros en nuestra zona de confort y ellos están
intimidados por las notas y los contenidos interminables a los que se
enfrentan.
En definitiva, agradezco el poder participar en
experiencias significativas como estas, cuya finalidad es una sola y es
reivindicar a las víctimas del conflicto en Colombia; víctimas que hasta hoy
continúan abandonadas y olvidadas, y frente a las que nuestra misión como
Escuela, es generar espacios de formación de memoria histórica y conciencia
crítica de la realidad a la que se enfrentan, para que los niños y los jóvenes
se propongan alternativas de solución a tantas problemáticas a las que se
tendrán que enfrentar.
Es una prioridad defender los espacios de formación
de memoria y este es uno de ellos, el hecho de no poder desarrollar el
encuentro de manera presencial nos invita a innovar, a responder a las
circunstancias que se nos presentan. Y qué mejor oportunidad hoy que utilizar
la virtualidad para abrir espacios de análisis, por tanto, la intención es
clara y es no olvidar, acompañar y fortalecer los canales de comunicación con
un proyecto que no puede desfallecer, motivar a nuestros estudiantes y
ciudadanos a entender que la Escuela es un campo de combate, donde rompemos los
estereotipos, acabamos con los prejuicios y abrimos las puertas a un
pensamiento libre, libre de odios y rencores que nos han dominado por siglos.
Recordemos por último que la finalidad de la educación la podríamos resumir en
aquel SAPERE AUDE de Kant y que debe vivir en cada uno de los escenarios donde
se promueva la curiosidad y el deseo de saber.
COLOMBIA Y SU GEOGRAFÍA DE LA
VIOLENCIA
Por Wilman Rodolfo Jiménez Corredor
Docente de Ciencias Sociales
Instituto Técnico José Miguel silva Plazas
En medio del accionar violento que arrecia en las
áreas rurales del país, la escuela se convierte en el espacio propicio para
recrear e irradiar la alteridad, a la esencia de la sociedad del futuro.
Aquella que asiste diariamente a esos encuentros de saber, en los que siempre
se convierten nuestras aulas de clase.
Y precisamente esa lectura de contexto, como
herramienta pedagógica, es una de las apuestas del MUSEO DE LA MEMORIA para
acercar a los jóvenes a la realidad que aflige a cientos de familias, a diferentes
comunidades, a muchas organizaciones sociales y a otras tantas poblaciones
étnicas que conforman nuestra diversa sociedad colombiana.
El Instituto Técnico José Miguel Silva Plazas,
incondicionalmente apoya e impulsa esta iniciativa. El año inmediatamente
anterior, en el Día Nacional de la Memoria y la Solidaridad con las Víctimas,
los estudiantes del grado 11-02 socializaron el informe Hasta encontrarlos
(2016), publicado por el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) cuya
temática principal es la desaparición forzada, y como ejercicio de evaluación,
se propuso replicar la exposición del Museo de la memoria, en nuestra
institución.
Y así fue. El 4 de junio, doce grupos estaban
dispuestos con carteleras, afiches, historietas, presentaciones, resúmenes tipo
memo fichas, para esta inédita jornada sobre la aprehensión del conflicto
interno en el país.
Historieta realizada por los estudiantes sobre la
masacre de La Rochela.
El auditorio lo integraron los estudiantes de 6° a
10°, y los expositores entre ansiosos y nerviosos, esperaban el primer grupo en
visitarlos. El recorrido lo integraron sustentaciones de quince minutos, que
permitieron conocer una a una las distintas facetas de la violencia en la
República de Colombia. Masacres como la del páramo de La Sarna, la de Bojayá,
la de El Salado, la del Tigre, la de San Carlos, la de La Rochela, la de
Trujillo, asimismo lo qué ha sido el paramilitarismo, el accionar de la
guerrilla y la desaparición forzada en Boyacá, fueron los temas socializados que
mantuvieron la expectativa de este recorrido por la memoria.
Con este aprendizaje, el presente año se participa
en la sensibilización a la comunidad sobre la situación que enfrentan, de
manera desigual, los líderes sociales y los defensores de derechos humanos que
habitan los territorios rurales.
Los estudiantes de grado 9° son los encargados en
esta oportunidad de hacer escuchar la voz de aquellos que han perdido el
privilegio de los derechos humanos, o como lo enuncia el Alto Comisionado de
las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, de quienes han sido víctimas de
“presuntas privaciones arbitrarias de la vida”.
Colombia y su geografía de la violencia, es el tema
de trabajo y pretende ahondar sobre lo sucedido a los líderes sociales, los
defensores de Derechos Humanos, los líderes comunales, los comprometidos
ambientalistas, los líderes de comunidades étnicas.
Todos ellos denunciaron la
precariedad de su situación, la falta de oportunidades, la negación a un
terruño, el abandono del Estado y la arbitrariedad de los distintos actores
armados que sólo buscan un control territorial para su ilícita cultura de la
muerte.
Y es que la geografía nacional la estamos aprendido
no precisamente por las enseñanzas de nuestra escuela sino por la manera tan
abrupta en la que algunos territorios, desconocidos para la gran mayoría de
colombianos, han ido apareciendo ante nuestros ojos.
( Geografía de las víctimas asesinadas en
Colombia en lo corrido del 2020 (fuente Indepaz).
Incomprensibles actos de violencia, infames
atrocidades, inenarrables episodios de sevicia y crueldad son hechos que han
padecido miles de colombianos del común,
que solo viven de lo que mejor saben hacer que es el laborar la tierra, buscar
el sustento diario de su familia y querer un mejor futuro para su descendencia
en aquellos territorios de la “Colombia profunda”, de la Colombia ignorada, de
la Colombia olvidada por el centralismo anacrónico que ha mantenido el Estado
colombiano en doscientos años de existencia republicana.
En Cauca, en Meta, en Córdoba, en Chocó, en
Putumayo, en Norte de Santander, en Nariño, en Antioquia se mantienen abiertas
las heridas de la violencia. Humildes seres humanos afectados… adoloridos…
señalados… han sido olvidados por la desidia del gobierno central, ignorados
por la indiferencia de los citadinos, marcados por la arrogancia del
formalismo, ultimados por la ambición del capital y dejados a su suerte por la
indolencia que caracteriza a quienes impávidamente se enteran de lo sucedido
por los falaces medios de comunicación que replican lo que les conviene.
Así el desplazamiento forzado, la violencia física,
el abuso sexual, las amenazas y el amedrantamiento, los asesinatos selectivos y
colectivos, son lo único que han tenido en su existencia algo más de ocho millones
de colombianos que empezaron a visibilizarse tras la firma del acuerdo de paz.
“Verdad, justicia, reparación y no repetición”
exigen todas las víctimas. Mantener la memoria activa y presente es quizá lo
único que permitirá pasar la página y continuar, y ese es precisamente el
compromiso que tenemos todos los colombianos. Solo informándonos, conociendo y
participando en las diferentes labores que se realizan para mantener la memoria
histórica, permitirán sensibilizar y solidarizarnos con las víctimas, centro
del actuar de la sociedad para contribuir en su reparación.
PEDAGOGÍA DE LA MEMORIA: DEL
SALÓN A LA CALLE
Grupo de estudio “La conciencia utópica”, del colegio Integrado
Por Víctor Joaquín Maldonado Correa
Colegio Integrado
En los discursos sobre pedagogía y educación se
insiste en la necesidad del pensamiento crítico y de la lectura crítica. Pero
en muchas ocasiones solo por moda o como exigencia de las pruebas estatales;
porque cuando realmente se ejerce el pensamiento crítico, es incómodo y no tan
bien recibido. En los estudiantes y docentes goza de mejor fama la obediencia
que la disidencia.
Respecto de esa visión crítica de la educación,
desde hace más de 10 años, en Duitama, se ha venido desarrollando la pedagogía
de la memoria histórica con el proyecto Mnemosine. Allí hemos podido converger
-invitados por su coordinador, el docente Miyer Pineda- diferentes docentes y
estudiantes para sacar las reflexiones del salón a la calle, al parque de los
Libertadores. Como docente de filosofía, estas salidas han sido la oportunidad
para pensar la realidad política y social del país en el que vivimos; un país
en una guerra civil no declarada, en el que las víctimas se cuentan por
millones.
Así, la clase de filosofía ha sido tocada por la
musa Mnemosine para recordarle el postulado de Marx según el cual no solo hay
que dedicarse a entender el mundo, sino que también se debe buscar su
transformación. Esta es la esencia de las pedagogías críticas. No solo preparar
a los estudiantes con técnicas de lectura y comprensión semántica para que
saquen un puntaje alto en las pruebas estatales, sino hacer del estudio el
punto de partida para llegar a ser una sociedad más justa y más pacífica.
En el 2019, participamos en dos oportunidades en el
museo de memoria que se hizo presente en la plaza de los Libertadores. La
primera en abril, con motivo de la conmemoración del día de solidaridad con las
víctimas del conflicto armado. En esta ocasión hicimos una exposición de lo
sucedido en el páramo de la Sarna, en la vía que de Sogamoso conduce a Aguazul,
donde paramilitares de las ACC (Autodefensas Campesinas del Casanare)
masacraron a 15 personas que se transportaban en bus de la empresa Cootracero,
el primero de diciembre de 2001. En este
atroz hecho participaron también como cómplices las fuerzas del Estado,
concretamente la policía y el ejército de Sogamoso.
La segunda intervención fue en septiembre 10, esta
vez para conmemorar el día internacional de las víctimas de desaparición
forzada, uno de los crímenes más horrendos que existen en nuestro país, no solo
por las implicaciones psicológicas y sociales, sino por la cantidad, pues en
Colombia la cifra de desaparecidos, cerca más de 100.000 supera en mucho a las
de todas las dictaduras del Cono Sur.
Sin embargo, aunque las salidas del salón al parque
tienen un gran valor por sí solas, a estas les corresponde un trabajo previo,
un trabajo de escritorio. En el caso del colegio Integrado, con estudiantes de
los grados 10° y 11°, hemos venido reuniéndonos en la Biblioteca de Culturama
los días martes en la tarde para estudiar algunos documentos del Centro
Nacional de Memoria Histórica (CNMH) y otros textos relacionados con el
conflicto armado colombiano. A este grupo de estudio le hemos llamado “La
conciencia utópica” y pretende ser un espacio permanente de estudio y reflexión
libre sobre nuestra propia realidad.
Esto nos ha llevado a pensar de manera más amplia y
compleja la situación socio-política del departamento de Boyacá.
Tradicionalmente nos han dicho que es un “remanso de paz”, que la violencia y
el conflicto es asunto de otros lugares, como el Cauca, el Catatumbo, el
nordeste antioqueño o el Chocó. Sin embargo, gracias a la memoria histórica,
hemos podido entender que este departamento también tiene cruentos episodios,
especialmente en el silencio de las áreas rurales. Así lo pudimos constatar en
el parque de los Libertadores cuando se expuso la masacre del páramo de la
Sarna. La mayoría de las personas con las que se conversaba no tenía noticia de
este hecho, ni siquiera sabía dónde queda dicho lugar. Sin contar con que, en
otra región de este departamento, como es la provincia de Lengupá, cuya capital
es Miraflores, también se dio una negra intervención de los paramilitares. La
razón de este desconocimiento, entre otras, es el sesgo de los medios de
comunicación, que han mostrado con miopía que la única violencia ejercida
contra los colombianos ha sido la de la guerrilla; mientras que las más de dos
mil masacres que perpetraron los paramilitares se mencionan tan poco que da la
impresión de que nunca ocurrieron. Es también porque sufrimos de aquello que
Gabo describió en Cien años de soledad como “la peste del olvido”.
De igual forma nos ha hecho pensar en la
solidaridad como un elemento esencial de las sociedades. No se puede esperar a
que le pase a un familiar o a uno mismo para indignarse y buscar que la
sociedad sea más justa y pacífica. La falta de solidaridad es la que tiene al
país sumido en la violencia y la injusticia. Bien lo decía Jaime Garzón, que
los colombianos somos muy inteligentes y audaces para los asuntos individuales,
pero cuando se trata de juntarnos para el beneficio común, entonces somos los
más tontos. ¿Debemos esperar a que nos maten un hermano, nos desaparezcan a
nuestro padre, nos despojen de nuestra finca o no tengamos comida para ahí sí
reaccionar? ¿Cuándo aprenderemos los colombianos el significado de la palabra
solidaridad? La tarea es primordialmente educativa.
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