LA VIDA SONRIÉNDOLE A LA MUERTE
Para la clase de hoy tenemos a un invitado muy especial; uno de mis poetas de cabecera; un Maestro colombiano que nace desde el río y la guayaba, para llevarle a sus alumnos el fervor de la palabra. Ya, a estas alturas del partido, sabemos que no todos los estudiantes se salvan del naufragio, a pesar de los esfuerzos infrahumanos que se hagan... No hay ningún problema en decirlo y en aceptarlo... Y esa es la razón, -diciéndolo con Saramago- de que un Maestro, tarde o temprano, termine convertido en un pesimista con esperanza: tarde o temprano, estimado público presente, comprendemos, que no podemos asombrar a todos en el aula o en la Escuela, y que como decía nuestro maestro Jorge Ordóñez: cada quien tiene la cantidad de Dios que necesita; y como el propósito del legado es emular a nuestro Maestro, agregamos desde las montañas de Boyacá: cada quien tiene la cantidad de Dios que necesita... y que se merece.
En estos días tan duros en nuestro país, el Maestro Álvaro Neil nos invita a pensar en la muerte desde la vida, mientras en las casas vemos cómo a otros colombianos les va mal, como violan a niñas y a niños, como matan mujeres y a hombres por ser líderes, como se roban los recursos, como nos convencen de que la paz es un estorbo, y de que este virus, que al día mata a decenas y decenas de personas, es algo a lo que nos tenemos que acostumbrar... así como nos acostumbramos al hambre, a sobrevivir, a agachar la cabeza, a mirar para otro lado, a rendirle culto a ladrones, violadores y asesinos... Vamos a entrar al aula a escuchar al Maestro Álvaro Neil, a releer con atención sus palabras; a masticarlas, a digerirlas con seriedad... y a intentar pensar y pensarnos más allá de nuestras comodidades o problemas, ojalá pensando en el prójimo y en su dolor; porque en las palabras de este Maestro, hay varias lecciones, estemos atentos al camino para lograr escucharlas; ya es hora de que nos demos un tiempo para alejarnos del ruido de las pestes que azotan a nuestro país... Agradecemos al Maestro Álvaro por compartir con nosotros sus palabras y roten si pueden; ahí nos vemos.
MFP
LA VIDA SONRIÉNDOLE A
LA MUERTE
ÁLVARO NEIL FRANCO ZAMBRANO
En uno de sus célebres poemas, Francisco de Quevedo, nos
comparte como si fuera un pedazo de pan la profundidad de este verso: “¡Ah
de la vida!… ¿Nadie me responde?”.
Yo aprovecho esta tarde de cielo encapotado y tinto conversado, mientras miro
cómo las flores de guanábana calientan el corazón de mi jardín, para
responderle que la vida está en los actos más sencillos, como por ejemplo en el
hecho mágico de hablar con las plantas para levantarles el ánimo, en los juegos
donde compartimos el sueño de elevar una cometa, al tiempo que leemos la forma
cambiante de las nubes. Y es que la vida es un milagro que nos permite
acariciar la llanura infinita de los perros que nos descubrieron las manos,
alimentar con granitos de arroz una familia de hormigas negras que viaja hacia
el infinito.
Álvaro y los hijos estudiando como debe ser |
No estamos solos en el universo,
de ahí la importancia de abrazar a los árboles, mientras les susurramos
nuestros secretos más valiosos: “Mañana me voy a vestir de arcoíris, para
visitar el cielo donde navega mi alma de cigarra”, “Hoy fui feliz cuando dibujé
la música del río que llena de colores mi espíritu”, “Cuando me asomé a la
ventana, vi pasar la tarde dorada que alimenta la paz de los venados”. Para
Walt Whitman la rana es una obra maestra de Dios, sin la cual no podemos vivir.
¿Qué sería del universo? Sin los padres -obreros de sueños-, que un día nos
bajaron las estrellas para que no perdiéramos nuestro camino.
“A la vida no le enseña nadie”,
dijo Gabriel García Márquez (El hombre que pintó de amarillo las mariposas que
inventaron el amor en ese sueño que llamamos Macondo). De la frase anterior se
colige que la vida es nuestra gran maestra. Y que todos alguna vez hemos pasado
por la universidad de la vida. Yo aprendí a leer el canto de los pájaros en el
patio de mi casa. En el mismo, escribí con chamizas mis primeros poemas. Soy
hijo de padres que pintaron de alegría las calles con su voz de cometa. Es en
la vida donde conseguimos los contados amigos con quienes compartimos el sabor
de un café, el vuelo de una hoja que despide la tarde. El abrazo que nos
convirtió el corazón en un tambor donde sacamos a bailar la fragilidad de nuestros
sentimientos.
De tal palo tal astilla |
La vida también es el lugar donde tuve
un maestro que me enseñó el amor por las palabras, escuchando la profundidad
del silencio. Un hombre que me compartió con cariño la belleza de la palabra
tamarindo, que me reveló los secretos que guarda la palabra bolero. Un hombre
con quien aprendí a valorar el vuelo de los libros. Un hombre que me regaló la
enseñanza de aprender a mirar lo invisible. En fin…, la vida no es más que un
instante donde acariciamos la piel del infinito.
Pero la vida no sería mayor cosa
sin la compañía de esa amiga soñada a la que llamamos la muerte. Ya lo dijo la tristura
dulce del gran César Vallejo: “Me gusta la vida enormemente/ pero, desde luego,
/con mi muerte querida y mi café/ y viendo los castaños frondosos de París”.
Nótese que la muerte del poeta peruano es tan cercana a su alma que el mismo
comparte con ella cuatro de los actos más poéticos y humanos: las palabras,
mirar los árboles, el silencio y el olor del café. Es con su fantasma de
sombrero y bastón, con su mentón en retirada, con quien intercambia la sombra
que expresa su dolor. Lo que cuenta en estos versos es que la muerte de Vallejo
fue tejida por sus propios húmeros.
Un verso poderoso de Julio Flores
dice: “Algo se muere en mí todos los días”. Ese algo bien puede ser la espera
de un amor que nos hizo perder la juventud, pero nos posibilitó mirarnos en el
espejo de la soledad (Añoranzas de Manuel Scorza). Ese algo es la muerte lenta
cantada por José A. Morales, desde las bravas tierras de su corazón: “Me volví
viejo de tanto esperarte”. Ese algo
también puede ser la palabra soñada que el poeta no pudo escribir. Esa palabra
que el paso del tiempo no le permitió conocer.
Las raíces de la poesía |
En Las mil y una noches: ¡esa
maravilla de la humanidad!, Sherezada le comparte la vida que corre en sus
historias infinitas al rostro afilado de la muerte. No puede dejar de contar
porque de lo contrario puede amanecer sin vida en uno de los laberintos urdidos
por su imaginación. El inmortal Pau Donés nos da a entender en una de sus
inolvidables canciones que hay amores que nacen muertos: “Hay dos días en la
vida/ Para los que no nací/ El primero de esos días/ Fue cuando te conocí”. Una
de las muchas razones por la cual a veces vamos por la vida como si
estuviéramos muertos y hasta nos bebemos el agua estancada que habita en los
floreros. Yo también he muerto por mi propia cuenta cuando veo cómo la
ignorancia se lleva la música del río donde creció mi corazón. Cuando una
muchacha me inunda los sentidos con su risa de coco y su perfume de canela.
Cuando tuve que irme de mi calle donde me hice eterno mirando las flores de los
clavellinos.
¿Qué decir de esa muerte que llega
con El tiempo de los asesinos? Esa muerte que le tiene rabia a quienes
vivimos enamorados de la naturaleza, que siembra el horror en la voz de los desamparados
y bombardea y viola la inocencia de los niños, que por donde pasa deja ríos de
sangre. Esa muerte a la que no le duele acabar con los páramos. Que arrasa los
tejidos de las culturas ancestrales y acalla los tambores de Oshun. La misma
que arranca y pisotea la memoria de los pueblos. La que no leyó nunca el origen
de la tragedia griega y por eso deja el hígado y el corazón de sus víctimas a
la intemperie, para que los devoren los chulos. Los chulos que le picotean el
pecho a los ahogados en los ríos de la desesperanza.
Contra esta muerte hay que ejercer
el dominio de las estrellas que brillan en los huesos y el polvo de los
muertos. Porque “Aunque se pierdan los amantes, no se perderá el amor”, “y
aunque ellos estén locos y totalmente muertos/ sus cabezas martillearán en las
margaritas/ irrumpirán al sol hasta que el sol sucumba, / y la muerte no tendrá
dominio”, dejó escrito Dylan Thomas en una nube con forma de caballo blanco. Porque
también lo dijo el pastor de cabras que nació en Orihuela: la libertad se
alcanza a través de la lucha y de la resistencia pacífica: “Porque donde unas
cuencas vacías amanezcan, / ella pondrá dos piedras de futura
mirada/y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan/en la carne talada. / Retoñarán aladas
de savia sin otoño/reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida. / Porque soy
como el árbol talado, que retoño:/ porque aún
tengo la vida. A esta muerte que no tiene nada que ver con la vida, hay que
oponerle los sonidos con que la marimba de chonta acaricia la selva, sus
movimientos de ola que le murmuran su amor a las estrellas, los sonidos con que
la ocarina y la quena sobrevuelan Los Andes; hay que oponerle los versos de
Aurelio Arturo: “Mas los que no volvieron viven más hondamente, / Los muertos
viven en nuestras canciones”.
Desde las aguas del Saravita
en Barbosa Santander para el resto de ríos de Colombia
Bello escrito.
ResponderEliminarVersos preciosos en medio de tanta palabra hueca que día día se promulga en los noticieros y hasta del presidente que trata de esconder con datos perfumados la podredumbre de sus torpezas.
ResponderEliminarComo siempre, leer a Alvaro Neil es fascinante. La vida palpita en sus palabras. Reflexiona con amor y gratitud. Leerlo es sentir los árboles y las flores y la vida y la alegría tan cerquita de uno. Gracias por esta publicación.
ResponderEliminarAlvaro Neil presenta la muerte como un hecho cruel, tan común como despiadado e igualitario. En cuanto a la vida, le relaciona con la expectativa, pues permite contemplar y disfrutar del mundo, pero sin ella no se tendría que sufrir la muerte. Por lo tanto, creo que la vida es igualmente cruel, porque es agridulce al igual que la muerte. Tanto la vida como la muerte pueden ser agradables, la muerte da descanso y culmen, la vida contempla y comparte. Pero también pueden ser terribles; la muerte es fría y desconocida, es incierta y llena de terrores. En conclusión, la vida y la muerte son dolores por los que debemos pasar, temerles no arreglará nada, solo se puede tratar de vivir y morir en paz.
ResponderEliminarel escrito nos permite reflexionar sobre la vida y la muerte, sin embargo, lo más relevante es el sentimiento de agradecimiento por el hecho de seguir con vida. nuestro país está marcado por guerras, conflictos y sangre. y al leer este texto entendemos que estamos enfrascados en otras cosas y no nos permitimos tener una visión más amplia de lo que nos rodea. la muerte es un tema complicado de abordar pero es más difícil de comprender la realidad donde somos sometidos.
ResponderEliminarcomo dice el maestro Álvaro Neil estos días nos están metiendo en la cabeza el conformismo, el creer que si algo se repite por más nefasto que sea de debe normalizar y se debe aceptar sin rechistar