UNA VÍCTIMA MÁS DE LA VIOLENCIA


Stephen Ferry. Tomada dehttp://violentologia.com/blog/?p=957 
Cada año atestiguamos el progresivo desmantelamiento de la Universidad Pública. Ya no hay Maestros sino burócratas. La Universidad parece más una pasarela o una taberna que un centro de cultura y de pensamiento. No se lee y no se escribe; se cree que se investiga pero se ha cedido a la simulación y al sicariato moral para lograr mantener algo de poder o para poder acercarse a él. Si el problema es el cartón, bienvenidos... el saber y el asombro pasaron a un segundo plano... Sin embargo a veces la memoria se cuela por entre esas rendijas de la frivolidad y entonces el aula recupera su esencia y el estudiante comprende el sentido del espacio que habitamos. Así surge el testimonio, y el poder de la palabra que amaina lo real para dar paso a una perspectiva diferente de la esperanza. Gracias a este estudiante por sus lecciones a través de su memoria.    
Miyer Pineda


UNA VÍCTIMA MÁS DE LA VIOLENCIA

Anónimo

Me opongo a la violencia porque cuando parece hacer el bien, el bien solo es temporal; el mal que hace es permanente.
Mahatma Gandhi.

Esta es la historia de mi vida; una vida más que ha sido marcada por la violencia y por las injusticias sociales.

Nací el 1 de mayo del año 1999 en una vereda que pertenece a cierto municipio de Casanare. Desde que tengo memoria mi veredita ha sido muy golpeada por el conflicto existente entre las FARC y el Estado Colombiano, y esto ha hecho que los enfrentamientos nos llenen de terror y de tristeza al ver cómo la injusticia viene de la mano de la guerra, y el hambre y la muerte.
Recuerdo muy bien que desde pequeño mi madre me decía “si viene la guerrilla y pregunta que si ha visto ejercito usted dice que no, y si viene el ejército y dice que si hemos visto guerrilleros también diga que no”. Yo a mi corta edad no entendía por qué tenía que hacer eso; sin embargo obedecía las órdenes de mi madre. No sé cuántos colombianos han tenido que vivir así, en medio de personas armadas que no comprenden que merecemos un país humano en el que podamos vivir sin miedo.

Con el tiempo aprendí las razones de esa respuesta, pues si llegaba a decirle a la guerrilla que sí había visto al ejército, el gobierno  nos acusaría de colaborarle a ese grupo, y si por el contrario, le llegaba a decir algo al ejército, el grupo subversivo nos acusaría de “sapos” y nos condenarían a muerte; nos encontrábamos en una encrucijada; y esa es precisamente la estupidez de la guerra, sus encrucijadas en las que miramos para otros lado y solo anhelamos que se ponga fin a lo que pasa.

Tal vez uno de los peores errores cometidos por mi familia, en su inocencia, fue haber permitido que pusieran un teléfono compartel en nuestra casa. Esto hizo mucho más recurrente la llegada tanto de guerrilleros como de ejército a nuestro hogar, pues según recuerdo, el teléfono era público y todos iban con la intención de llamar quien sabe a quién.

Imagen tomada de
http://hacemosmemoria.org/2016/11/14/pistas-para-narrar-la-memoria-del-conflicto-armado-colombiano/

Era tan recurrente que un día llegaban guerrilleros y al siguiente el ejército; el temor se apoderaba de nosotros pensando en el momento en el que pudieran encontrarse y se encendieran a balazos con nosotros de por medio. Estamos seguros que gracias a una intervención divina esto nunca llegó a suceder.

Un tiempo después, a la edad de 6 años, comencé a estudiar; hice primero de primaria en la escuelita de la vereda; parecía que las cosas iban mejorando, pero eso solo fue algo momentáneo, pues cuando el “Honorable” expresidente Álvaro Uribe implementó la famosa seguridad democrática, las cosas se tornaron más oscuras para muchos campesinos a nivel nacional,  y entre esos estábamos nosotros.

Los enfrentamientos eran cada vez más recurrentes, se veía ejercito todos los días, pasaban por la carretera que quedaba en frente de mi casa; algunas veces pasaban en camionetas turbo, otras a pie, unas veces de día, otras de noche.

La presencia del ejército ocasionaba una gran tensión entre los habitantes pues ésta siempre había sido zona guerrillera y estos estaban dispuestos a morir si era necesario con tal de no ceder su territorio al ejército; los enfrentamientos eran inminentes. En ocasiones mientras se dormía, de un momento a otro, uno quedaba despierto al sonar una ametralladora.

 Hubo un día en particular que recuerdo bien y fue cuando se escuchó un helicóptero. Sonaba su ametralladora en la oscuridad de la noche y se podía observar el brillo de las balas; ese heroísmo de los armados nos aterraba a nosotros. Esa fue una noche en la que hubo mucho miedo; ese sentimiento de impotencia y soledad angustiosa aumentó en la mañana siguiente cuando nos dimos cuenta de que aquel bombardeo había acabado con el acueducto de la vereda y había quemado gran porcentaje de los  potreros de unos de mis tíos y de sus vecinos; además había quemado también una gran porción de selva que había hacia este lugar.

Más o menos una semana después (recuerdo la fecha exacta), cuando me encontraba en la escuela, el ejército llegó y sin pedir algún permiso cuadró su ametralladora en la cancha de fútbol de la escuela y comenzó a disparar hacia una montaña muy cercana; el profesor de turno nos ordenó acostarnos en el piso y no movernos hasta que él no lo ordenara; más o menos 20 minutos después, recogieron su arma y se fueron de allí; al momento nos enteramos de que lo que había sucedido era que cerca del lugar se encontraban dos o tres guerrilleros (no lo recuerdo bien), y el ejército se enteró y venían con todas las intenciones de abatirlos; luego contaron que no se encontró a nadie y que los guerrilleros se habían marchado hacía cinco minutos. También contaban que uno de ellos fue herido, y que se veían huir de los disparos.

Imagen tomada de
http://www.semana.com/acuerdos-de-paz/fotos/lo-que-no-veremos-con-el-fin-de-la-guerra-478846

En ese momento se dio terminada la jornada escolar; justo cuando me iba a ir para la casa recuerdo que alguien me dijo que mi madre había mandado a decir que me fuera para donde uno de mis tíos que ella estaba allá y me necesitaba; al llegar allí me  di cuenta que aquellos disparos de la ametralladora habían prendido fuego en nuestros potreros, los de mis tíos, algunos vecinos y parte de la montaña. Mientras esperábamos la llegada de los bomberos, intentábamos a toda costa apagar el fuego por nuestros propios medios. Lo que más nos indignaba del fuego fue que nadie respondió por las pérdidas.

Con los potreros quemados la situación era crítica, pues los animalitos no tenían qué comer, por lo que se alcanzaron a morir dos vacas.

Las fechas no puedo olvidarlas, y eso a veces me molesta. Cierto día del mes de septiembre del año 2007, siendo más o menos las 6:30 de la mañana, llegó una turbo a la casa y  comenzaron a gritar desde afuera  a mis padres que salieran, que tenían una orden de captura; no nos dieron tiempo de nada; mis padres campesinos honrados como todos en la vereda no opusieron resistencia y salieron con nosotros (mis dos hermanos mayores y mi pequeña hermanita quien aún estaba lactando); se trataba de un error; al subir a la turbo vimos que también se encontraban un profesor, un tío, y un vecino de la vereda. Se les acusaba de pertenecer a la cuadrilla 28 de las FARC y de tener cultivos ilícitos, cuando los únicos cultivos que teníamos eran de topochitos, yuquitas, frijoles y malanguita para el sustento de la casa.

Una vez en el pueblo, a mis padres y a los demás detenidos los mandaron para el puesto del DAS; dijeron que a mis hermanos y a mí nos entregarían al ICBF, pero gracias a una tía que vivía en el pueblo y que llegó al instante, no lo hicieron; mi tía les dijo que ella se haría responsable de nosotros y que la única forma para que nos llevaran tendría que ser matándola a ella.

Gracias a la caridad de mi tía pudimos sobrevivir mientras mis padres, inocentes, se encontraban capturados. 

Esta es quizás una de las etapas más duras para nosotros como familia; es triste recordar que mi tía le daba de su pecho a mi hermanita, pues ella estaba en estado de embarazo; a mi madre la habían dejado en el puesto del DAS en una habitación muy miserable en la que solo había espacio para acostarse; a los demás los habían trasladado a la ciudad de Yopal y habían sido internados en la cárcel.

Recuerdo que los sábados se nos permitía visitar a mi madre; mi tía nos llevaba hasta allí pues al ser niños del campo no conocíamos nada del pueblo; cuando llegábamos mi madre nos abrazaba llorando y nos pedía tener fe en Dios y nos decía que todo saldría bien; era muy triste ver cómo lloraba mientras le daba pecho a mi pequeña hermanita.

Imagen tomada de
http://www.elpais.com.co/judicial/en-54-anos-220-mil-personas-han-muerto-por-el-conflicto-armado-en-colombia.html

A causa de este hecho nuestra familia se vio en crisis pues hubo que vender animalitos para pagar abogados; a mi padre lo dejaron en libertad como a los 20 días pero a mi madre sí la retuvieron por 40 días, 40 dolorosos e inolvidables días en los que comprendimos lo que significa la guerra en un país en el que la justicia no existe o se vende al mejor postor.

Luego tocó vender más animales para construir un rancho en el pueblo porque ya mis padres no querían regresar a la vereda. Si antes vivíamos dignamente, eso se acabó. Pasamos a vivir de la ayuda de los demás, de la misericordia de familiares y vecinos; incluso después de tantos años no nos hemos podido recuperar del golpe.

Un tiempo después se supo con exactitud quiénes fueron los que declararon en contra de mis padres y de los demás, y también se comprendió el motivo por el cual lo hicieron; la razón era que a los guerrilleros que se desmovilizaran se les ofrecía una recompensa monetaria por delatar integrantes del grupo y a ellos se les hizo muy fácil culpar injustamente de hechos impensables a unos pobres campesinos honrados e inocentes de las cosas. Eso ha sido la guerrilla en Colombia; por eso nadie les cree. Todos los que andan armados en este país son los héroes de la vergüenza.

Pero ese no fue el único caso de injusticia en la vereda; un tío de mi madre fue asesinado por la guerrilla, así como dos hijos de un habitante de la vereda y un muchacho de corta edad. También los falsos positivos no se hicieron esperar allí, tal fue el caso del hijo de la suegra de uno de mis tíos el cual fue asesinado y presentado como guerrillero ante las autoridades. Matar y matar; al fin es el pueblo el que pone los muertos, o sus bienes, o parte de sus cuerpos, o su dignidad.

Mi abuela también estuvo un tiempo en la cárcel debido a que habían dado de baja a unos subversivos  cerca de su casita, y se le acusaba de colaboradora.

También estuvieron en la cárcel por un falso testimonio tres señores de la vereda; uno de ellos, ya está muerto, pero en ese entonces perdió una pierna a causa de una mina antipersona.

Es triste recordar hechos como estos, y es más triste cuando se piensa que no somos los únicos afectados sino que en el país se encuentran miles de personas que han vivido o viven cosas peores de las que han tenido que vivir mi familia o mi vereda.

Es por eso que en parte doy gracias al actual presidente (y sí, sé que me expongo al abucheo de la muchedumbre) pues aunque no sea un santo, ha sido un logro alejar de nuestras casas a las FARC, esto ha permitido que vivamos en paz; una paz que solo la valoramos quienes hemos visto la guerra de cerca y quienes hemos visto los males que llegan con la muerte.

Stephen Ferry. Imagen tomada de
http://violentologia.com/blog/?p=957
 

Escucho en silencio cómo la gente habla y crítica el proceso de paz; se preguntan por qué dicen que les darán beneficios y reconocimientos ya sean económicos o políticos  a esos bandidos; y esto es así, quizás tengan razón… pero debemos reflexionar y pensar que para lograr algo que deseamos hay que hacer sacrificios. Estos supuestos guerrilleros tendrán que cargar con las porquerías que le han hecho a los colombianos que fuimos sus víctimas; ellos tendrán que darle la cara a un país que no les cree; ese también es el precio de la paz. Sin embargo hay algo que me molesta en todo esto, y es ver cómo la gran mayoría de colombianos que critican el proceso, no han sido víctimas del conflicto. Los que estamos mutilados y sabemos el dolor que esto causa, no queremos que haya más mutilados y por eso queremos que el asesino deje de matar a cambio de la verdad, y del reconocimiento de su barbarie. Esto también deberían hacerlo los militares y los políticos; sólo así se construye un país.  Es mejor ver a un guerrillero o militar conviviendo sanamente que viviendo de la muerte de los otros, o de su dolor.

No hay duda de que la paz es el único medio para detener aunque sea un poco este tipo de hechos. En la guerra los muertos y la angustia la poníamos nosotros, los pobres campesinos, no esos señores del Senado que no saben lo que es el hambre, o esos señores de ciudad que no comprenden lo que significa pensar que podemos morir en cualquier momento. Ese es el mensaje que quiero dejarles… siempre hay que intentar hacer la paz; los que sabemos cómo es la guerra, sabemos de qué hablamos.  

Comentarios

  1. Sus líneas profesor me recuerdan perfectamente la lectura del libro de Carlos Fajarfo, Rostros del Autoritarismo, y si esto fue así hace cuatro años, no quiero ni pensar como ha sido el declive de ello. Aún así, quedan estudiantes que dan su punto de vista y se niegan a seguir en esa cadena infinitamente grande del odio.

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