LÁGRIMAS DE CARBÓN


En este artículo, Carolina evita acercarse a lo humano; quizás su proceso de reflexión buscaba un exorcismo... el buen lector sabrá encontrar esos rastros de dureza y de ternura en sus palabras. Incluso las fotografías que toma Carolina tienen ese estilo borroso alrededor, porque lo que busca es causar una emoción. 



LÁGRIMAS DE CARBÓN


Por Carolina González

Hace una hora nada de lo ocurrido me parecía real. Ahora, sí.”

Verónica Roth


Solo son unas manos llenas de dolor en un mundo lleno de injusticias; así son las manos de aquella persona que trabaja como minero; es uno de esos seres humanos que se esfuerzan día a día para sacar a su familia adelante. Sin embargo son de los pocos que se levantan sin saber si van a continuar vivos o si su sueño se va apagar de un momento a otro.

No podrá ser la mejor labor pero si puede decirse que es una de las mejores  torturas creadas para facilitar el progreso; estos hombres cargan con algo de la sombra que acecha a Colombia porque sin minería no se da ese progreso que exige el mundo y la economía global.

Ahora el país se preocupa por el impacto de la minería en el ambiente, y es real ese impacto; pero nadie piensa en los mineros, en la forma en que sobreviven.


Gameza (Boyacá), es uno de los pueblos que destaca la minería como actividad económica; la mayoría de sus habitantes se dedica a esta labor; incluso en la plaza principal del pueblo se observa un monumento que le rinde homenaje a sus mineros; esos campeones de la tierra que ascienden entre las rocas y el subsuelo cargados de esperanza, en un costal lleno de sueños; y en sus cuerpos el cansancio de la jornada.

En Colombia el desempleo es un enredo más en el telar de nuestra vida diaria, por eso la minería es una opción; así corra riesgo la existencia y así se gane poco, porque es preferible ganar algo mientras se trabaja como bestia a quedarse aguantando hambre; para los pobres o desempleados la ley de la vida, o uno de sus límites es “nacer, crecer y vivir pobres”.

A mí me impresiona el imaginario que existe alrededor del minero; se cree que se trata de personas ignorantes que terminan metidos en socavones porque no saben hacer nada más; estas son solo creencias; son personas que vieron como única opción este trabajo, porque no hay más, porque se dio mientras se vivía, porque tocaba; porque a veces un país no ofrece nada más.

Su labor comienza cuando sale el sol; luego atraviesan largos caminos y hasta terribles trochas para llegar a algún destino. Un casco en la cabeza, una carretilla, y en ella, columpiándose, como si fueran un par de niñas jugando, una pica y una lámpara de carburo. No lo piensan dos veces y se meten en lo más profundo de la tierra; con ellos entran también los sueños de toda su familia; estando adentro se tienen que agachar como si fueran animales, tienen que adaptar sus cuerpos para el trabajo, de eso se trata todo eso, de sacarle a la tierra a través de esos laberintos, lo que permita ganarse la vida un poco más de tiempo.

Verlos así entristece el alma; solo por recibir las migajas del dueño de la mina, del gobierno y de la sociedad. Pero esto solo lo sabemos quienes tenemos familiares en estos trabajos.                        
Es triste tener que ver las manos de un minero; en ellas la importancia que tiene su labor para esta sociedad, para los negocios que suceden al margen de nuestra historia.

Dentro de una mina la vista es desgarradora; los minutos se hacen eternos, el minero se siente solo y aprende a ser solidario; solo hay oscuridad, y poco aire y claustrofobia. Por cada paso que se da el oxígeno se escapa, disminuye; el cuerpo de esa persona que sacrifica su vida comienza a lastimarse; primero son pequeños rasguños y después son grandes llagas; casi acostados o agachados, o doblados, o de rodillas, excavan, le disputan el carbón a la tierra.

Después de horas de arduo trabajo salen a almorzar y a recargarse de energía; luego nuevamente la rutina, hasta que finalmente acaba el día; cogen su carretilla y emprenden el camino; en ella ahora va el poco mineral encontrado junto con sus herramientas. Llevan el carbón a su cuarto de almacenamiento; enseguida bajan al río y se lavan la cara y las manos con el fin de retirar los rastros de su dura realidad.


La minería es uno de los trabajos más duros y desagradecidos; un minero es una persona con dolencias en la espalda y en las piernas; un minero es aquel que se juega la vida todos los días rogando a Dios que no se derrumbe el lugar donde trabajan, o que no se resbalen mientras caminan.

Su familia solo espera verlos llegar; si ustedes vieran la cantidad de rasguños y de llagas en sus cuerpos, comprenderían que como país no es posible aceptar que es cierto que buscamos la modernidad, o pensaríamos en que el progreso consiste en despojar de lo humano a muchas personas; la minería es un trabajo que deshumaniza.

Algunos de ellos dicen que la falta de educación es la que los tiene así, y que la vida es una forma de enmendar esos errores, y en la mina tienen que agachar la cabeza, y esta es la razón por la cual repiten a sus hijos hasta el cansancio “Estudien, estudien, estudien”; aprendieron así, a algunos de ellos les tocó trabajar desde los nueve años, los sacaron de sus casas, no les dieron educación, les dijeron : “Defiéndase usted solito que hasta aquí lo traje yo” o “trabaje por un plato de comida”. Y aún a pesar de todo eso, son agradecidos con quienes los trajeron al mundo.

Quizás solo el 2% de las personas que trabajan  en una mina lo hacen por gusto, el 98% restante lo hace porque es la única oportunidad de trabajo, y esto les garantiza un plato de comida. Ellos mismos lo dicen “Parecemos topos trabajando dentro de la tierra”, y allí adentro está la verdadera parte humana del hombre, se colaboran, se hermanan, guerrean sin aire y sin luz con todo su cuerpo, para que sus familias tengan un futuro mejor.

¿Esas cicatrices del minero serán las de Colombia? ¿Alguien será consciente de la dureza de este trabajo? Entrar a la tierra y pedirle a Dios que les permita salir vivos de ella es una forma tenaz de ganarse la vida, ahora sé que no se trata del infierno pero que sí es una puerta a la oscuridad.


Posdata familiar:

Este hombre duro al leer estas palabras, no puede evitar que sus ojos se llenen de lágrimas; yo estoy más nerviosa que nunca; no sabía lo que pensaría ni mucho menos si me iba a reprender, a cuestionar o a quedarse callado. Rápidamente soltó las hojas me miró a los ojos quizás con expresión de asombro; se quedó callado por unos segundos sin saber ni siquiera qué decir. Entendí que no esperaba esas palabras. Simplemente me abrazó y me dijo “gracias por defender nuestro futuro”; esto es asombroso porque él es una persona de pocas palabras, reservada y dura; yo solo le dije: gracias por permitirme contar parte de nuestra vida.
                                                


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